El desastre que viene Luis Arroyo
El desastre que viene
Es lamentable que lo más relevante del legado de Biden como presidente de los Estados Unidos vaya a ser que le suceda aquel a quien ganó hace cuatro años: un loco racista, machista, delincuente y golpista, un fascista en toda regla llamado Donald Trump. Su empecinamiento en seguir presidiendo el país a pesar de las evidentes limitaciones por razón de edad provocaron una candidatura demócrata improvisada, urgente y, aunque muy meritoria, incapaz finalmente de superar la ola de cabreo económico e incertidumbre nacional que recorre los Estados Unidos de costa a costa.
El primer mandato de Trump pudo ser percibido como un accidente pasajero de la historia, un error pintoresco. Todo indica, sin embargo, que el segundo será nefasto para América y para el mundo. Porque se sentará en el Despacho Oval –o más bien en la mansión de Mar A Lago en Florida, su verdadero palacio– un felón prácticamente inmune (gracias a los tres jueces del Supremo que nombró en su día y al apoyo mayoritario tanto del Congreso como, ahora también, del Senado).
Gobernará un mentiroso compulsivo que no ha tenido que pagar factura alguna por sus barbaridades; un machista que, sin embargo, es percibido por la mitad de la población como un héroe frente al buenismo y lo woke; un racista que ha prometido parar las “hordas de inmigrantes” que violan y asesinan a los indefensos americanos procedentes de cárceles y manicomios internacionales, para lo cual ordenará también “deportaciones en masa”.
Será presidente de la democracia más importante del mundo un golpista que ha jurado liberar a los miles de “rehenes” que están acusados por la toma del Capitolio el 6 de enero de 2021; un vengativo personaje desinhibido que ahora sabe que los funcionarios neutrales de la Administración pueden resultarle molestos –decenas de ellos salieron espantados de su primer mandato– y promete sustituirlos por personas leales tan excéntricas y malignas como Elon Musk.
La historia, una vez más, castiga a la izquierda soberbia y confiada, constatando que el fascismo puede extenderse como el fuego a poco que el viento sople en determinada dirección
Tiene relevancia para el mundo porque su visión de la América grande es la de un país que cierra fronteras a las importaciones (propone subir los aranceles a Europa al 20% y a China un 60%). Las grandes empresas americanas (tecnológicas, energéticas, petroleras…) han donado cientos de millones a la campaña. Hasta dónde llegará su sintonía con Trump, que incluso The Washington Post, que siempre ha manifestado su apoyo editorial a un candidato u otro, como hacen todos los grandes diarios en el país, se negó a apoyar a ninguno esta vez (habría sido Kamala Harris, sin duda): recordemos que el propietario del Post es Jeff Bezos, el fundador de Amazon, otra patrocinadora destacada de Trump. La administración de Trump promete ser una orgía de ricos nacionales repartiéndose el botín y bloqueando la entrada en la fiesta de extranjeros o desleales.
En materia de seguridad mundial, si acaso Trump cumpliera con su promesa de terminar con la Guerra de Ucrania en 24 horas, será por permitir a Putin hacer lo que le dé la gana. Recordemos que si Zelenski ha logrado resistir a una invasión fulminante y total de Rusia ha sido por el apoyo generoso de la Unión Europea y de la Administración de Biden, siempre con el rechazo del magnate naranja. Para qué hablar del oxígeno que su mera victoria regala a los movimientos de extrema derecha mundiales, que han sido los primeros en celebrar su victoria. Por supuesto, Trump porfiará en su rechazo a las políticas para frenar el cambio climático y pasará de la ONU, de la OTAN y de cualquier organización global –globalista diría él– que no comulgue con su agenda hipernacionalista, etnocéntrica, insolidaria, proteccionista.
Hace ocho años no nos tomamos en serio a Trump. Tan solo una hora antes del inicio del recuento de votos en 2016, se estaba dando una probabilidad de victoria para Hillary Clinton del 70%. Cuatro años más tarde, cuando perdió la presidencia a favor de Biden, acosado además por sus decenas de demandas judiciales, le dimos por muerto.
Infelices y soberbios quienes lo hicimos. Seguimos, incrédulos, en estado de shock: un siniestro personaje que parecía cadáver ha resucitado aupado por la mitad de los americanos. Sobrestimamos a los estadounidenses pensando que no lo harían. Infraestimamos a Trump pensando que no sería capaz.
Y ahí está el estrambótico y peligroso personaje, listo para sentarse en el trono del mundo. La historia, una vez más, castiga a la izquierda soberbia y confiada, constatando que el fascismo puede extenderse como el fuego a poco que el viento sople en determinada dirección.
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