Manuel Rivas: "En EEUU ha ganado el partido de los que quieren los primeros camarotes del 'Titanic'"
Poder, violencia, corrupción, defensa de la naturaleza y relaciones humanas. Muy a grandes rasgos esos son los pilares en los que profundiza el lector que se atreva a mirar Detrás del cielo (Alfaguara, 2024), el regreso a la novela casi una década después del reciente y flamante Premio Nacional de las Letras 2024, Manuel Rivas (A Coruña, 1957). Una historia publicada en gallego un mes antes que en castellano, traducida por el propio autor, y que se adentra en el terreno del noir , entre crímenes, secretos infames y una atmósfera tan tensa y espesa como el manto de niebla que cubre Tras do Ceo al amanecer para fastidio de una cuadrilla de cazadores. "Las palabras, el vocabulario, el terror semántico, anticipa el terror físico, anticipa la violencia, va pavimentando el camino del odio", remarca a infoLibre el autor, quien lanza además otro aviso claro: "El cambio climático, que es más que un termómetro que sube, nos sitúa claramente al mundo en primera línea de riesgo".
¿Qué hay Detrás del cielo?
Bueno, ya sabes que se escribe una novela porque no se puede contar de otra forma (risas). Es una historia que a la vez hierve y se endurece. Tengo la sensación de que transcurre en una comarca que para mí es metáfora de Galicia, de España y del mundo, y es como si la esfera de la Tierra, fatigada de dar vueltas, se posara ahí y se desataran todos los conflictos.
Nada más empezar nos encontramos a un grupo de hombres en un día de caza, esperando que abra la niebla para cazar a un jabalí llamado El Solitario. La cacería de un animal que se expande hacia una cacería humana.
Efectivamente. Hay quien dice, como el jurista nazi Carl Schmitt, que la historia del mundo empieza cuando Caín mata a Abel. Aquí parece que toma las riendas de la novela esa visión cainita de que la historia del mundo es una sucesión de crímenes y el ejercicio con pocos paréntesis del poder despótico, que es también depredador. Cito a Carl Schmitt porque hay un libro anterior, Los libros arden mal (2006), donde ahondo en este personaje, este cabrón inteligente, que además encontró acomodo en el franquismo y fue homenajeado en 1962. Para profundizar en este relato vino en mi ayuda la voz de un narrador aparentemente inocente y simplón, pero en su interior más retorcido y astuto, por lo que no tiene problema en estar presente en todas partes y oír y grabar mentalmente todo lo que sucede. Es un narrador cojonudo porque no es un competidor en esa cuadrilla de cazadores, cainita y depredadora, que se identifica con la forma despótica del mando y tiene la argamasa del machismo. Lo bueno de la literatura es que puedes contar esa realidad que tiene muchas zonas de sombra. La literatura es cada vez más necesaria porque nos permite llegar a través de la imaginación allí donde la mirada convencional no llega.
El pensamiento bruto ha tomado con todo descaro la voz campante
Los cazadores son depredadores y machistas. Las mujeres esclavas pero subversivas.
Las mujeres desde luego representan una excitación creativa frente a la excitación destructiva. Al mismo tiempo, creo que es muy importante que los personajes abran la boca, porque la novela también sirve para escuchar al contrario y descubrir ese enigma que somos en todos los sentidos, también en el más destructivo y cabrón. No escribí esta novela para decir lo malos que pueden ser los integrantes de esta cuadrilla de déspotas y depredadores, que pueden representar además una parte importante en el mundo de hoy, sino para descubrir qué pulsiones hay detrás de eso. Quizás sea demasiado simple, pero se aproxima a la verdad que quien acaba de ganar las elecciones en Estados Unidos es el partido de los hombres supremacistas y negacionistas. Es la gente que quiere estar en los primeros camarotes del Titanic, o les parece que están, por lo que no quieren que de ninguna forma nadie compita con ellos en la fila. A mí, me perturba la cuestión de cómo se ejerce el poder despótico, las máscaras que éste tiene a lo largo de los tiempos y qué máscaras lleva ahora. Un poder despótico que es a la vez depredador, y por eso me encontré con esta cuadrilla. Es curioso cómo lo de depredador, que es una denominación biológica para explicar las conductas en la naturaleza, realmente encontró su verdadero encaje en la sociedad humana para representar al personaje que va a la caza, que es codicia económica y caza humana. Pero esto, claro, en los tiempos de hoy multiplicado, porque la fórmula en la que vivimos es 'codicia más aceleración', y la maquinaria tanto del poder despótico como de la depredación cada vez es más potente.
La literatura es cada vez más necesaria porque nos permite llegar a través de la imaginación allí donde la mirada convencional no llega
Por eso es importante que abran la boca los personajes y escucharlos en estos tiempos en los que quizás escuchamos poco. ¿Así nos damos cuenta de que la violencia verbal que utiliza el que manda en la cuadrilla, Estanis, es el modelo que en un momento dado es también Trump? ¿Trump es este tipo de hombre?
Totalmente. Muchas veces en la literatura costumbrista a un personaje se le representa por cómo viste o qué modales tiene, pero yo creo que lo fundamental es cómo habla. Y en este caso vemos cómo va anticipando de forma progresiva la violencia, con sus contradicciones. Tuve que escuchar a estos personajes antes de llevar su voz a la caligrafía, y a veces no te gusta escucharles y te preguntas '¿pero yo por qué tengo que estar dándole voz a este cabrón?' (risas). Para esto está la literatura y ves como el personaje de Estanis, y otros, se van soltando más porque no están callados. Podría ser un terror en silencio, pero no, porque justamente en nuestro tiempo las palabras, el vocabulario, el terror semántico, anticipa el terror físico, anticipa la violencia, va pavimentando el camino del odio. Esa es parte muy importante de lo que me interesaba. Me dio unas cuantas tundas en este libro el relato de que la historia del mundo comienza cuando Caín mata a Abel. A mí en la vida normal es muy difícil que me salga el pesimista, pero cuando me puse a escribir eso me dio unas hostias de cuidado, salía con hematomas de las sesiones de escritura y diciendo 'coño, como está el mundo'. Pero levantas la cabeza de ese infierno y está esa otra pulsión, la que te ayuda a escribir, que es la del deseo o el humor, representada en algunos personajes muy frágiles o vulnerables como El Otro o el viejo campesino, Mundi. Gente del rural que no dejan de ser resistentes en un mundo que está en crisis existencial total. Porque yo creo que ahora, incluso en lo que se llama primer mundo, todo esto que llamamos cambio climático, que es más que un termómetro que sube, nos sitúa claramente a todo el mundo en primera línea de riesgo.
Dice un personaje que la pandemia fue "una venganza de la naturaleza". Viendo lo que estamos viendo con la dana en Valencia y Albacete, ¿la naturaleza se está vengando constantemente?
La naturaleza hoy está gritando. Si pegamos el oído en la tierra escucharemos el malestar de la naturaleza, pero ya ni es necesario pegarlo, como hacían los indios. Qué más avisos queremos, estos son gritos de la naturaleza. Hay gente que aún traza una especie de divisoria entre el mundo rural y lo urbano, pero yo creo que esa línea no existe ya. Y me interesa mucho lo que queda de rural, y por eso al mismo tiempo me asombra y me maravilla que haya vida salvaje todavía. Ese es de los grandes asombros, aunque quiero creer que en el mundo tiene más fuerza todavía la pulsión creativa que la destructiva, porque si no estaríamos en una guerra total. Lo que pasa es que los brutos gritan mucho más. Hay momentos en que solo se escucha a los brutos. Es como cuando estás en un bar, y yo soy todavía de los que va a leer el periódico al bar, donde no te mira el algoritmo, y de repente oyes en la barra un exabrupto en plan '¡todos a la cárcel!' o lo que sea y se hace un silencio de intimidación. Creo que estamos en ese punto, en ese momento, en el que el pensamiento bruto ha tomado con todo descaro la voz campante. Y hay un estupor democrático, un estupor de las voces bajas, de la gente que no va por la vida queriendo dominar o pisando. Pero el bruto tiene una especie de plus de jaleo en este momento, porque es jaleado con un 'olé tus huevos' por lo un mundo mediático que es como un mentidero medieval pero con tecnología punta. Y también pasa en la novela lo que Karl Popper, un liberal demócrata y pensador profundo, llamaba la 'ley de especies picantes', que a su vez domina el mundo de la comunicación, la propaganda y los discursos políticos: si tú hoy echas picante para decir una barbaridad o una mentira, mañana tienes que echarle más para que te escuchen. Tienes que doblar la apuesta, y pasado mañana ya necesitas todo un saco de pimentón para que te hagan caso. La respuesta que está habiendo ante eso es un estupor que explica en parte cierta sensación de melancolía democrática, de desasosiego o perturbación, así como de lentitud en la respuesta.
¿Sorprende que esa violencia semántica del bruto de turno no se haya transformado aún en violencia física? Porque las palabra se cargan. Y en Detrás del cielo al final explotan.
En la novela digo que hay incendios que van bajo tierra, y es así. Pienso en estos macroincendios que ocurren, en los que te sorprendes porque parece que se extinguen pero de repente atraviesa la carretera por debajo porque los tubos o los desagües están ocupados por raíces que son como mechas y al otro lado vuelven a saltar como un estallido. Te parece que se ha extinguido el incendio pero estalla otra vez. Esto pasa con esta dialéctica del brutalismo que nos domina, porque cuando aparece un problema deberíamos hablarlo en términos democráticos. Si tratamos algo como un problema, la mentalidad para afrontarlo sería buscar una solución. Pero cuando ese problema es un accidente, una catástrofe, vamos de accidente en accidente, de catástrofe en catástrofe, y no se afronta la solución o queda en un plano secundario ese tratamiento inclusivo. Porque esta es una forma también de ver la sociedad: somos inclusivos o expulsivos. Este brutalismo claramente es expulsivo con la gente que piensa de otra forma, la que llega de otro lugar, con los animales, con la naturaleza... Para mí el paradigma es un tipo que echando una perorata de que había que cortar unos árboles porque él había tropezado con uno. Ese es para mí el resumen del brutalismo (risas). Pero los hay, y muchos.
El brutalismo lo primero que hace es echar pesticida sobre el lenguaje, y después apropiarse de él cuando ya lo tiene anestesiado
En este contexto, la literatura y el periodismo pueden hacer algo. ¿No es demasiado inocente pensarlo? Porque estamos en ello.
Es importante hacer el trabajo de mantener vivas las palabras y la imaginación, porque la imaginación es una herramienta extraordinaria para continuar la aventura. Mantener vivas las palabras, mantener su aura para que no sean cadáveres, ni sean manipuladas, ni secuestradas, que no sufran contaminación. Porque las palabras están sometidas a pesticidas como las abejas o las luciérnagas. El brutalismo lo primero que hace es echar pesticida sobre el lenguaje, y después apropiarse de él cuando ya lo tiene anestesiado. Creo que esta tarea de mantener vivo el sentido de las palabras es muy importante, yo diría que fundamental. Que no mueran las abejas, que siga habiendo un polen en el lenguaje. Y, por otra parte, creo que toda literatura es comprometida en un sentido o en otro. El compromiso con el que me identifico es aquel que escuche las voces bajas en la gente, la naturaleza... escuchar el dolor de los demás... creo que la literatura en estos tiempos de extinción de tantas cosas es un proceso de desextinción, y es un lugar muy importante para los porqué. El decálogo de Goebbels está siendo muy copiado por toda esta derecha extrema, por estos ultras, para empezar con ese lema de Trump de 'ataca, contraataca y nunca pidas disculpas'. Pero él también incluía nunca hagas preguntas. Goebbels insistía en que en tus discursos nunca hagas preguntas, no le des cancha a la gente para que pueda decir algo que pueda ser llevarte la contraria. Por eso la literatura es el lugar de las preguntas y los 'por qués' en un mundo que está hecho añicos.
Detrás del cielo es la traducción al castellano, hecha por ti mismo, de Tras do Ceo, que es además el nombre del pueblo donde acontece la trama. ¿Por qué llegó a las librerías un mes antes la novela en gallego? También te diré que en infoLibre hay compañeras que solo quieren leerte en gallego.
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Eso pasa, es verdad (risas). Gente que habitualmente lee en castellano, pero quieren leer algo mío en gallego, o que incluso lo leen en castellano y luego en gallego porque también quieren leer el original. En gallego se publicó antes porque quería darle esa moratoria. Hablando de extinciones, estamos en una situación muy delicada de la lengua, que es otra consecuencia del brutalismo. La situación está peor que en la época de Fraga, cuando había mucha más consideración en las instituciones. Hay quien se queja de las subvenciones, pero lo que muchos llaman subvención es que simplemente han dejado de comprar libros en gallego para las bibliotecas. Y estamos en un país, en este caso en Galicia, donde los profesores no pueden explicar Física y Química o Matemáticas en gallego. Hicieron un decreto en 2010 que es completamente lingüicida, porque le da un tratamiento de lengua subalterna. Todo eso a pesar de que ahora hay un momento de revolución cultural en Galicia: de los cinco últimos premios nacionales de poesía cuatro han sido para mujeres de Galicia. Algo significará eso. Pero, en cambio, no dejan de echar herbicidas. A ver si pueden más los poemas que los herbicidas.
Hablando de premios nacionales, ¿qué tal sienta recibir otro reconocimiento del peso del Premio Nacional de las Letras?
Yo soy de dar las gracias porque en mi país se da las gracias (risas). Lo primero que me viene a la cabeza es que la concepción de que la cultura tiene que ver más con compartir que con competir. Por eso me alegra mucho por los libros, porque miras para ellos y ves que están contentos, que están deseando volar. También es verdad que yo no he salido de la condición de aprendiz. Empecé a trabajar con quince años en un periódico y me llamaban así, el aprendiz. Meritorio, vaya (risas). Pues estoy ahí, no dejo de ser ese aprendiz y, bueno, thank you for hearing me, como dice en la novela Sinéad O'Connor (risas).