Formular preguntas que nos ayuden a entender la complejidad del momento se ha convertido en una obligación. Muchas son las que ven la luz cada día en estos tiempos de las “primeras veces”. Hay una, sin embargo, a la que no se presta suficiente atención, y puede cambiarlo todo. ¿Es la crisis climática una amenaza para la democracia?
La cuestión no es nueva en el ámbito de las ciencias sociales y los expertos ambientales, pero no acaba de saltar al debate público, ni siquiera ahora, cuando España está sufriendo en carne propia el horror de un fenómeno, el de la dana de Valencia, cuya recurrencia e intensidad es mucho mayor debido a la crisis climática.
Hace unos días el politólogo Oriol Bartomeus publicaba esta imagen. Demoledora. En un análisis de la evolución de las encuestas electorales publicadas antes y después de la dana, se ve claramente cómo tanto el PP como Sumar caen con enorme fuerza; también lo hacen aunque de forma más ligera el PSOE y Se acabó la fiesta. ¿Quiénes suben? Podemos y Vox. Es pronto, muy pronto, para sacar deducciones concluyentes, y muy difícil atribuir sólo a la dana alguno de estos movimientos, pero hay algunos indicios que merece la pena señalar.
Mientras Podemos llevaba un tiempo apuntando al alza en las encuestas, la espectacular subida de Vox, si bien se empezaba a notar un poco antes, alcanza un giro muy llamativo a raíz de la tragedia en Valencia. Nada que ningún observador de la vida política española no pudiera intuir, pero ahora confirmado con datos.
El “sólo el pueblo salva al pueblo”, antaño grito de liberación y autogestión popular, acaba siendo capitalizado por una ultraderecha que cabalga a lomos de la desconfianza institucional
Desde que en la repetición de las elecciones generales de noviembre de 2019 Vox alcanzó la tercera posición y 52 diputados, cada vez que se abrían las urnas –a excepción de en Cataluña–, perdían votos si se comparaban los resultados con los obtenidos en aquella hazaña. Esto puede estar empezando a cambiar, con un Partido Popular que no encuentra la manera de frenar a su competidor de bloque. Está por ver si es una tendencia que se consolida o, por contra, algo coyuntural, pero lo que parece evidenciarse es que, en la tragedia, no ganan los partidos más sistémicos, sino que más bien es al revés.
Una mezcla de shock por la tragedia vivida, de sentimiento de abandono y fallo del sistema, junto con esa impotencia que camina de la mano del miedo y lleva a apostar por “hombres fuertes”, suelen estar en la base de la reacción ante estas catástrofes. El “sólo el pueblo salva al pueblo”, antaño grito de liberación y autogestión popular, acaba siendo capitalizado por una ultraderecha que cabalga a lomos de la desconfianza institucional, el descontento y los malestares que no terminamos de interpretar bien.
Si a esto le unimos el ánimo insuflado a los populismos de ultraderecha por la victoria de Donald Trump –ahí está Le Pen, manejando la política francesa–, podemos comprobar cómo corren buenos tiempos para el populismo postdemocrático.
Una vez más, la democracia, y en su nombre los partidos que la gobiernan, se juegan su credibilidad. En esta columna se dice a menudo: para que la ciudadanía recupere la confianza en la política y la democracia, ésta debe ser útil, debe ser eficaz, como reza la manida frase “resolviendo los problemas de la gente”.
Además, es urgente incorporar la gestión de estos fenómenos extremos o de otras afecciones que la crisis climática trae consigo a las políticas públicas de forma transversal, de manera que cada uno de estos episodios no suponga un mordisco a la base democrática.
En efecto, la crisis climática amenaza a las democracias: nos hace más pobres, más desiguales, incrementa los conflictos y exige mucho más de unas instituciones y una administración que tendrá que repensarse en esta clave.
Formular preguntas que nos ayuden a entender la complejidad del momento se ha convertido en una obligación. Muchas son las que ven la luz cada día en estos tiempos de las “primeras veces”. Hay una, sin embargo, a la que no se presta suficiente atención, y puede cambiarlo todo. ¿Es la crisis climática una amenaza para la democracia?