Sergio Ramírez Luis García Montero
Dueños de sus palabras y esclavos de sus silencios
La frase generalmente es al revés, pero nunca me ha convencido. Al pronunciar las palabras puedes elegir la que mejor se ajusta, buscar el matiz que le hace ser la más propicia y acompañarla de aquellas otras que ayuden a expresar mejor lo que quieres decir. Es lo que dices lo que te compromete, en efecto. El silencio, sin embargo, te esclaviza, te hace cómplice, denota incomodidad y ausencia de argumentos propios.
Esto es lo que le está pasando a Alberto Núñez Feijóo y buena parte de los dirigentes del Partido Popular. El mismo día y a la misma hora en que Isabel Díaz Ayuso condecoraba al presidente Milei, Feijóo y otros dirigentes populares acudían a un acto cultural de la Fundación para la Música. La Presidencia de la Comunidad de Madrid estaba protagonizando un acto que conseguía provocar a la oposición y extender una cortina de humo sobre la declaración ante los tribunales de su pareja por el turbio asunto de su ático en el centro de Madrid. Mientras esto ocurría, de la boca de Feijóo no salió ni una palabra sobre el acto institucional que la presidenta de Madrid estaba celebrando, ni una mención a un hito de semejante calado político.
La capacidad de influencia, y por lo tanto de poder, de la extrema derecha puede multiplicarse si la derecha tradicional no se distancia, le planta cara y defiende una propuesta propia dentro de los límites democráticos
Habrá quien interprete que es un ejercicio de prudencia que busca no elevar la temperatura y que, en la partida que se está jugando dentro del PP, no convenía a Feijóo ponerse frente a Ayuso en ese momento y en ese contexto. Sin embargo, estos silencios esclavizan a quienes los deciden, porque muestran a las claras su incomodidad y la falta de argumentos sólidos.
Podría pensarse que esto queda en el terreno de la anécdota si no fuera porque no es la primera –ni la última vez– que esto ocurre, tanto entre los dirigentes de Génova y Ayuso como entre el PP y VOX en los territorios en los que gobiernan junto a ellos o gracias a ellos. El vicepresidente del Gobierno de Aragón, Alejandro Nolasco, famoso esta semana por haber protagonizado un extraño episodio al grabar y difundir una conversación con el ministro Bolaños (del que después se ha disculpado), es el mismo que rompió un folleto dirigido a la comunidad musulmana con motivo del Ramadán, y el mismo que acusó al Ministerio del Interior de ocultar deliberadamente la nacionalidad de delincuentes. En ninguno de los casos el presidente de Aragón, el popular Jorge Azcón, se ha distanciado de estas posiciones ni por supuesto lo ha cesado, como pide el resto de la oposición. Madrid, Aragón… pero también Castilla y León, con el polémico vicepresidente Juan García Gallardo. Los ejemplos se multiplican.
Si levantamos la mirada a Europa, y como recordaba aquí mismo hace una semana, veremos una ultraderecha que, aunque crece, no lo hace de forma arrolladora. Su capacidad de influencia, y por lo tanto de poder, sin embargo, puede multiplicarse si la derecha tradicional no se distancia, le planta cara y defiende una propuesta propia dentro de los límites democráticos. En España más bien parece que es al contrario, con un Partido Popular que oscila entre Meloni y Milei. Veamos qué pasa en Francia. De momento, Dominique de Villepin, ex primer ministro conservador nombrado por Chirac, ha anunciado que votará al Nuevo Frente Popular para frenar a la extrema derecha de RN. “Considero que la prioridad debe ser la lucha contra el RN, que constituye la verdadera amenaza para nuestro país”. En efecto, Villepin no es esclavo de sus silencios, sino muy dueño de sus palabras.
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Miguel Moro de Castro - 2
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