LA PORTADA DE MAÑANA
Ver
La baja productividad, el último comodín de la patronal para rechazar la reducción de jornada

Los partidos han muerto. ¡Viva Twitter!

Poco que añadir a todo lo que ya se ha dicho estos días de los movimientos de placas en la izquierda. Pedro Sánchez ha recurrido a perfiles experimentados para proyectar una imagen de protección y confianza y engrasar la maquinaria para encarar las elecciones municipales y autonómicas del próximo año. Ione Belarra, con la destitución de Enrique Santiago como secretario de Estado de Agenda 2030, ha cerrado filas dando un puñetazo en la mesa de Yolanda Díaz

Cuando el politólogo francés Bernard Manin desarrolló a mitad de los 90 su idea de la “democracia de audiencia” era difícil pensar que se llegaría a este extremo. Manin planteaba que en las democracias de audiencia el protagonista es la persona del candidato o candidata, en detrimento claro del programa y del propio partido. A través de los medios de comunicación, el candidato establece relación directa con el elector, siendo las cualidades personales uno de los factores críticos para decantar el voto. Así, la idea de que los partidos, con su posición ideológica diferenciada, elaboran un programa, eligen a sus candidatos, y la ciudadanía opta entre las distintas propuestas, declinaba en favor de una relación entre el electorado y el candidato a través de los medios. ¡Y eso que aún no existía Twitter!

El Comité Federal del PSOE celebrado el sábado no presenció debate alguno, ni mucho menos sanas discrepancias, explicaciones o petición de información sobre los importantes cambios anunciados en la Ejecutiva. Los nuevos responsables habían anunciado 48 horas antes en Twitter su agradecimiento al secretario general por el nombramiento. ¿Para qué esperar a la celebración del Comité Federal, máximo órgano entre congresos y el encargado de aprobar estos cambios, pudiendo anunciarlo en Twitter? Por si quedaba alguna duda del enfoque del evento, el discurso del secretario general fue retransmitido en abierto para quien quisiera verlo.

Ione Belarra destituyó a Enrique Santiago el pasado viernes en lo que claramente es un cierre de filas del núcleo duro de Podemos contra el proyecto de Sumar liderado por Yolanda Díaz. Un cierre de filas dentro de una estrategia que todo el mundo atribuye a Pablo Iglesias. El que fuera vicepresidente del Gobierno y secretario general de Podemos decidió dejar la política institucional y los cargos orgánicos para colocarse donde cree que realmente puede ejercer mayor poder: un programa de radio online y colaboraciones con distintos medios. Desde ahí lanza los mensajes clave de la estrategia de Podemos y conecta directamente con los suyos. El partido que nació de los círculos de inscritos, con discusiones y debates eternos y todas las tecnologías para la deliberación permanente, pasó después a someter a plebiscito la casa que se habían comprado sus dos máximos responsables, para acabar decidiendo, no se sabe quién ni cómo, en el último momento, los acuerdos para confluir en Andalucía o destituciones en el Gobierno con una importante carga política.

Las democracias occidentales son y siguen siendo democracias de partidos. No partitocracias, sino democracias donde los partidos tienen funciones esenciales: agregación de intereses, selección de élites y estructuras de participación política

Los partidos son extrañas criaturas, de naturaleza jurídica privada pero incontestable vocación pública. Desde hace años se han convertido en estructuras cerradas, muy mermadas en militancia, desconectadas del conjunto de la sociedad y con dificultades para entender lo que pasa más allá de sus sedes. Los procesos internos han desaparecido en buena medida y han sido sustituidos por estrategias de comunicación al servicio del fin último, ganar las elecciones. Caen antipáticos y están totalmente desprestigiados. No hay más que ver que ninguna de las nuevas formaciones tiene la palabra “partido” en su nombre. 

Sin embargo, las democracias occidentales son y siguen siendo democracias de partidos. No partitocracias, sino democracias donde los partidos tienen funciones esenciales: agregación de intereses, selección de élites y estructuras de participación política. Ninguna de ellas puede ser sustituida por una red social ni una estrategia de comunicación, aunque por supuesto debe incluirlas. Por muy antipáticos que caigan, necesitamos a los partidos. Abiertos, permeables, con procesos de deliberación y radicalmente democráticos, sí. Se llamen o no partidos, pero los necesitamos. Como es verano y hay más tiempo para la lectura, si quieren leer más sobre esto, les recomiendo este libro de los sociólogos Joan Navarro y J. A. Gómez Yañez, Desprivatizar los partidos. Necesitamos debatir, en serio, cómo salvar a estas extrañas criaturas.

Más sobre este tema
stats