Hoy hace un año del brutal atentado de Hamás que costó la vida a al menos 1.200 personas y convirtió en rehenes a 253, según cifras de Israel. Horas después, la reacción de Netanyahu supuso el inicio de un genocidio a cuyas imágenes ya nos hemos acostumbrado. De momento, según cifras de Médicos sin Fronteras, 42.000 personas asesinadas en la Franja —más de 11.000, niños y niñas—, 96.000 heridos, más de 10.000 desaparecidos y casi 2 millones de personas desplazadas. “Hasta que nos sangren los ojos”, suele tuitear Maruja Torres cuando difunde escenas del infierno en que se han convertido Gaza, Cisjordania y ahora el Líbano. Pero ya no nos sangran. Entramos de lleno en la era de la impunidad.
Lo sentenció Borrell hace unos días en el Foro La Toja: “Bajo las ruinas de Gaza están enterrados no solo decenas de miles de muertos, sino también el Derecho Internacional Humanitario, porque ha sido el vivo ejemplo de la falta de cumplimiento de unas obligaciones que proclamamos, pero que no se cumplen y tampoco tenemos la fuerza de hacerlas cumplir". En efecto, con Gaza primero, Cisjordania después y ahora Líbano, eso que llamamos el “derecho internacional humanitario” ha saltado en pedazos, y con él, el orden mundial que vio la luz tras la Segunda Guerra Mundial ha terminado por derrumbarse. No es la primera vez, en efecto, pero quizá sí sea el momento justo en que se comprueba la rotundidad de la derrota.
El Gobierno español puede presumir en este caso de haber mantenido una de las posturas más coherentes de los países occidentales, condenando el ataque de Hamás y la reacción del ejército israelí, llamando a un alto el fuego desde el primer momento y poniendo encima de la mesa la propuesta de los dos estados. Pero ni siquiera la familia socialdemócrata europea ha conseguido en este año mantener una postura común. Los socialistas alemanes no conciben una crítica a Israel, por mucho que esté gobernado por un ultraderechista como Netanyahu; la culpa está demasiado cercana aún. Tampoco los Verdes alemanes han conseguido mantener la coherencia de su histórica propuesta por el planeta y la paz. Annalena Baerbock, ministra de Asuntos Exteriores y referente de Los Verdes alemanes, no dudó en apoyar la decisión de suprimir la subvención a la UNRWA, de cuya ayuda depende la alimentación de millones de palestinos. El jueves 29 de febrero, el Parlamento Europeo votó sobre una propuesta para imponer un embargo de armas a Israel. Entre los 393 parlamentarios que votaron en contra estuvieron los nueve diputados alemanes de Los Verdes.
La era de la impunidad se abre paso en un escenario de máxima incertidumbre en el que cualquier llamada al alto el fuego se interpreta como un acto de ingenuidad
De Estados Unidos no cabe esperanza mayor. El peso de la historia, del lobby judío y de la industria armamentística no deja espacio ni siquiera para que Kamala Harris matice su posición. En el fondo, la política exterior norteamericana nunca ha variado mucho entre republicanos y demócratas, y en este caso tal circunstancia puede ser lo que decante la balanza haciendo que demócratas indecisos opten por no votar y desinflando la ola de ilusión que levantó Harris.
Mientras esto ocurre, Naciones Unidas contempla su impotencia y clama en el desierto en el texto final de su Cumbre por el Futuro, la primera vez que se pone negro sobre blanco en un documento de estas características la necesidad de reformar la gobernanza de las Naciones Unidas para que deje de ser el reflejo de la más absoluta ineficacia, la evidencia de que el rey está desnudo. Por si a alguien se le había olvidado, Netanyahu se paseó por los salones de la ONU para recordarlo. La contundente respuesta que le dieron los representantes del resto de países fue abandonar la sala. Debieron temblarle las piernas al genocida ante tan osada reacción…
La complejidad de la geopolítica actual, con Gaza, Cisjordania y Líbano en nuestras retinas, no oculta el derrumbe de un orden mundial fundamentado, al menos teóricamente, en un Derecho Internacional apellidado “Humanitario”, que se ha disuelto como un azucarillo ante la brutalidad de quien sabe que sólo se mantendrá en el poder si escala la guerra y aumentan los muertos. Todo ello con la complicidad de una parte muy importante de su pueblo que le apoya, y de una comunidad internacional que prioriza otros intereses —no sólo económicos, sino también de lavado de conciencia— por encima del más mínimo respeto a cualquier regla “humanitaria”. Si ese Derecho Internacional cae, ¿qué queda? La era de la impunidad se abre paso en un escenario de máxima incertidumbre en el que cualquier llamada al alto el fuego se interpreta como un acto de ingenuidad.
No, Netanyahu no va a parar en su “reordenación de oriente medio” como le gusta llamar al genocidio. O le paran —y bastaría con un embargo de armas como reclaman los miles de manifestantes que recorren las ciudades españolas y europeas estos días— o destruirá, con la inestimable ayuda de Occidente, el orden —aunque siempre fuera inestable y complejo— que nació precisamente para evitar que nadie pudiera volver a hacer lo que los nazis hicieron con el pueblo judío. La Historia no puede ser más cínica.
Hoy hace un año del brutal atentado de Hamás que costó la vida a al menos 1.200 personas y convirtió en rehenes a 253, según cifras de Israel. Horas después, la reacción de Netanyahu supuso el inicio de un genocidio a cuyas imágenes ya nos hemos acostumbrado. De momento, según cifras de Médicos sin Fronteras, 42.000 personas asesinadas en la Franja —más de 11.000, niños y niñas—, 96.000 heridos, más de 10.000 desaparecidos y casi 2 millones de personas desplazadas. “Hasta que nos sangren los ojos”, suele tuitear Maruja Torres cuando difunde escenas del infierno en que se han convertido Gaza, Cisjordania y ahora el Líbano. Pero ya no nos sangran. Entramos de lleno en la era de la impunidad.