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Españoleando a Trump

Lo primero que a uno le impresiona tras el susto (aún no superado del todo) por la victoria de Donald Trump es el enorme despliegue de análisis de gurús dispuestos a explicar lo que no supieron prever. Los mismos que dos días antes de las elecciones mostraban su absoluta confianza en el triunfo (ajustado) de Hillary Clinton se han sentido capaces de desgranar las razones por las que Trump la derrotó. Me quito el sombrero (una vez más) ante la sagacidad del cineasta y activista Michael Moore, que dio en la diana el pasado mes de julio cuando pronosticó lo que iba a ocurrir. Demostró que conoce la realidad de su país mejor que miles de analistas de los medios de comunicación, expertos en sondeos electorales y asesores políticos muy bien pagados.

La brocha gorda no conoce fronteras, de modo que aquí mismo, en España, se han lanzado a los cuatro vientos conclusiones, relaciones, conexiones y paralelismos de todo tipo. Se diría que del fenómeno Trump (como de los cerdos) todo es aprovechable, muy especialmente para que cada cual coloque la etiqueta de “populista” a quien mejor le pete.

Sin pretender discutir a quienes dedican su tiempo y sabiduría a la materia sociológica estadounidense, a uno le parece que seguimos mirando el dedo sin divisar la luna. Lo trascendente no es que haya ganado Trump sino que casi 60 millones de ciudadanos hayan votado a un demagogo, racista, misógino y nacionalista peligroso.

Permítanme unos breves apuntes a ese segundo fenómeno que consiste en la españolización de Trump:

1.- Dirigentes del PP, del PSOE (no todos) y de Ciudadanos (no todos) se han apresurado a advertir que el Trump español se llama Pablo Iglesias. Un síntoma de que algunos siguen sin entender nada. Para establecer paralelismos conviene acudir a los datos: ¿Quién ha negado aquí la certeza científica del cambio climático? ¿Quién decidió que los inmigrantes sin papeles debían tener menos derechos que los nacionales? ¿Quién ejecuta 'deportaciones en caliente' de personas que huyen de la miseria, el hambre o la guerra? Repasen la hemeroteca y el BOE, así como aquellas declaraciones en las que Mariano Rajoy citaba a un primo suyo como autoridad para negar el calentamiento del planeta. Si se trata de reivindicar el creacionismo y aceptar los poderes de santos, vírgenes y ángeles de la guarda, háblese con Jorge Fernández Díaz o con su sucesor en el ministerio del Interior, Juan Ignacio Zoido.

2.- Más allá del histrionismo, la misoginia , la demagogia y la xenofobia que practica el nuevo inquilino de la Casa Blanca, lo que trae en su cartera no es una revolución, ni siquiera un programa político estructurado contra el sistema establecido, sino un retroceso a las políticas reaganianas de principios de los ochenta: bajadas de impuestos, grandes inversiones en infraestructuras y nacionalismo económico. Toda esa panoplia de medidas ideadas por la Escuela de Chicago que multiplicaron el déficit de Estados Unidos, que dieron lugar al neoliberalismo rampante y a una desregulación de la economía que desembocó con el tiempo en la hecatombe financiera de 2008. Mientras nos entretienen con el anecdotario tragicómico de una estrella televisiva llamada Trump, lo trascendente es que la ideología impulsora del capitalismo financiero y especulativo que ha arruinado a las clases medias y multiplicado el número de excluidos en todo occidente no sólo no es penalizada sino que vuelve a manejar las riendas de la política. Pretender que en Estados Unidos ha triunfado un antisistema disfrazado de multimillonario que presume de no pagar impuestos es simplemente un mal chiste. Ha ocurrido lo contrario. El gran logro de Trump es que un multimillonario evasor fiscal ha utilizado todos los instrumentos de la llamada era de la posverdadposverdad para hacerse pasar por antisistema.

3.- El éxito de Trump sí ha demostrado la incapacidad de las élites políticas y mediáticas para detectar la cruda realidad. Ese es el principal paralelismo y la lección que convendría extraer de lo ocurrido este 9 de noviembre. Lo han contado aquí detalladamente Thomas Cantaloube, de 'mediapart', o el escritor Andrés Neuman, desde distintas ópticas. Hace décadas que en Estados Unidos coexisten (sin apenas conectar entre ellas) distintas burbujas de tipo social, intelectual, económico y político. No es tanto que se enfrenten unas a otras, sino que se desconocen, se ignoran o se desprecian mutuamente. Sólo así se explica que la inmensa mayoría de los medios de comunicación, así como los círculos intelectuales, universitarios, cosmopolitas, mejor formados y urbanitas estuvieran convencidos de que Donald Trump acabaría destruido por las urnas, un muñeco víctima de sus propios desvaríos.

4.- Las generalizaciones son casi siempre brochas gordas que esconden los matices importantes. Reducir el éxito de Trump a una rebelión de las víctimas de la globalización, a un voto contra las élites económicas, es mucho decir. ¿En qué datos se basan esas conclusiones? ¿En los perfiles que trazan las mismas encuestas que se equivocaron con lo que votarían los encuestados? Claro que hay muchísima gente que ha comprado las mentiras proclamadas por Trump cuando prometía acabar con “la corrupción de Washington” o cuando culpaba de todos los males a los inmigrantes o al “monstruo chino”. Pero entre casi 60 millones de votantes hay más de 25 millones de mujeres, y hay latinos, y hay gente con estudios universitarios. Es decir, no sólo hay varones blancos, ignorantes y fascistas. ¿Se imaginan que más de 59 millones de norteamericanos respondieran a ese perfil? Españolizando la idea, sería tanto como concluir que los ocho millones de votantes del PP fueran defensores de la financiación ilegal, de la corrupción generalizada, del manejo de dinero negro o de las cuentas opacas en Suiza o Panamá. Las razones exactas por las que un ciudadano vota a un partido, cerrando ojos y oídos a determinadas cosas, son un enigma dentro de un misterio en cualquier democracia. Y a menudo la decisión depende de factores que ni siquiera aparecen en las preguntas de las encuestas.

5.- Es incontestable el dato de la pérdida de apoyos de Hillary Clinton: más de cinco millones de votos respecto a Obama. Y eso a pesar de haber ganado en votos populares a su rival Trump. Como sugiere Michael Moore (y cualquier persona mínimamente sensata), harían bien los demócratas norteamericanos en no relamerse las heridas o caer en la melancolía. Han ganado en votos y han perdido la Casa Blanca por un sistema electoral absolutamente arcaico. Pero sobre todo han perdido porque una mayoría (¿silenciosa o no escuchada?) ha identificado a Clinton con ese sistema globalizado, especulativo, egoísta y caduco que no ha atendido las necesidades de la gente más perjudicada por la globalización y sus efectos. Salvando las siderales distancias entre lo que significa el Partido Demócrata norteamericano y un partido socialdemócrata europeo, más vale que desde aquí se analice lo ocurrido como la enésima advertencia de que están situados ambos a un paso del abismo. O se alejan de una vez por todas de los intereses de las oligarquías y vuelven a identificarse y defender a las mayorías más perjudicadas y desprotegidas, o las formaciones aún llamadas socialistas quedarán arrasadas por la polarización entre el neoliberalismo y movimientos de cuño populista-ultraderechista o populista de izquierda. Veremos el próximo año lo que ocurre en las citas electorales francesa y alemana, pero basta observar la euforia de Marine Le Pen para ponerse en guardia.

6.- Si colocamos los focos en los votantes y no tanto en Trump, los datos geográficos y demográficos permiten apuntar que cosecha sus apoyos entre ciudadanos más viejos que jóvenes, más de campo que de ciudad, más sin estudios superiores que universitarios y más pendientes del prime time de las cadenas televisivas generalistas y periódicos tradicionales que de los nuevos medios digitales o de las redes sociales. Deberían hacérselo mirar quienes desde el PP o el PSOE se lanzan a identificar a Trump con el populismo de Podemos. Si se olvidaran un momento de los clichés dibujados sobre sus líderes y se fijaran más en sus votantes (o en los que ya han perdido), tendrían que asumir lo que establece el último barómetro del Centro de Investigaciones Sociológicas (CIS). Los 'caladeros' electorales de PP y PSOE responden cada vez más a personas mayores de 45 años, que habitan zonas rurales y en su mayoría sin estudios superiores. Si se pregunta, por ejemplo, por el uso de Internet para obtener información política (ver páginas 30 y 31), resulta que el 61% de los electores del PP no consulta “nunca” Internet, y tampoco lo hace el 60% de los electores del PSOE. Esos porcentajes caen a la mitad entre los votantes de Unidos Podemos, las mareas o Ciudadanos, que se informan fundamentalmente a través de los nuevos medios e instrumentos de comunicación. Los apodados 'millennials', las personas nacidas entre 1982 y 1998, suponen en EEUU la cuarta parte de la población, superando ya a la generación de los baby boomers (entre los 51 y los 69 años). Trump no habría ganado sólo con el apoyo de estos últimos, pero lo que es muy difícil es que un gobierno progresista pueda formarse en EEUU o en España o en el resto de occidente sin el respaldo (incluso el motor) de los millennials, porque no sólo suponen un volumen clave del electorado sino el principal músculo del dinamismo social. (En España más de ocho millones de ciudadanos se ubican en esa generación).

7.- Dirigentes de Podemos han visto en la victoria de Trump un respaldo a su reivindicación de las vías socialdemócratas de un Bernie Sanders en Estados Unidos o un Jeremy Corbyn en Reino Unido. De momento es incomprobable en las urnas si Sanders habría logrado mantener o no la movilización de voto que consiguió Obama. Sabemos por tanto que Podemos habría optado por Sanders, pero lo que no sabemos aún es cuántos Sanders españoles votarían a Podemos. Dicho de otra forma: que Clinton haya sido identificada con “el sistema” y no haya sido capaz de movilizar a todos los votantes progresistas no demuestra que Sanders tuviera garantizado ese logro. Es obvio que la solución que adopte el PSOE a su profunda crisis y la vía por la que opte Podemos en el debate interno que sostiene marcarán las posibilidades de futuro de un gobierno de cambio en España. Si los primeros deciden ignorar la realidad generacional, demográfica y territorial y los segundos optan por volar cualquier puente de entendimiento hacia el centro-izquierda sociológico, no es descabellado pensar que los verdaderos Trump españoles vivirán felices muchos años.

No se puede españolizar el fenómeno Trump sin asumir que ha dejado en ridículo al ecosistema mediático supuestamente más poderoso. (Como ya ocurrió con el Brexit o con el referéndum sobre el acuerdo de paz en Colombia, por ejemplo). Durante décadas, la prepotencia desde los medios de comunicación de masas se atenía a aquella definición de Chesterton: “El periodismo consiste esencialmente en contar que 'lord Jones ha muerto' a gente que no sabía que lord Jones estaba vivo”. Hace ya demasiado tiempo que el periodismo debería intentar, al menos, no ser el último en enterarse de que lord Jones ya no existe.

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