… En un mundo pequeño

¿Qué tienen en común un matemático de Logroño, un narrador escénico de Ávila y un físico de Buenos Aires? Los tres hombres a los que me refiero, Eduardo Sáenz de Cabezón, Héctor Urién y José Edelstein, acaban de estrenar un podcast titulado Seis grados de conexión, un viaje divulgativo inspirado en la teoría de los seis grados de separación, según la cual cada uno de los habitantes del planeta estamos conectados a todos los demás a través de cinco personas que se conocen entre sí.

El pasado jueves acompañé a los autores en la presentación de su formato en el que, con la excusa de los seis grados, hacen un bellísimo viaje lleno de datos interesantes que enlaza a personajes de la ciencia con otros famosos en otros terrenos, la literatura, la música, el deporte… Les adelanto que han logrado enlaces tan curiosos como Darwin y Maradona, Marie Curie y Rosalía o Newton y Lorca.

Es que esta teoría de enlaces entre humanos es muy atractiva. El primero en hablar de ella, en 1929, fue el escritor húngaro Frigyes Karinthy en su cuento “Láncszemek” (eslabones de la cadena). En 1950, Sola Pool, académico, y Kochen, matemático, intentaron demostrarla mediante el cálculo de probabilidades pero no lo lograron. 

En 1967, a Milgram, psicólogo estadounidense, se le ocurrió un experimento. Encomendó una tarea a varias personas del medio oeste americano elegidas al azar: tenían que intentar hacer llegar una tarjeta postal a un personaje desconocido que vivía a millas de distancia. 

Vivimos el momento de la historia con más posibilidades de conectar a unos con otros y, sin embargo, se diría que hacemos auténticos esfuerzos por aumentar grados de separación entre nosotros

El método era sencillo, enviarían la misiva a uno de sus conocidos que pensaran que podría tener algún nexo con el destinatario y esa persona, al recibirla, procedería del mismo modo: se la enviaría a algún conocido que pensara que podía acercarse al final de la cadena. En el experimento, las tarjetas llegaron al destinatario en una media de seis pasos y la comprobación fue bautizada como “teoría del mundo pequeño”.

La otra tarde, en la conversación con los autores del podcast, hablamos mucho de lo que nos une al otro. Intencionadamente, han elegido rebautizar la teoría cambiando “separación” por “conexión”, y en los tiempos que habitamos eso ya me parece un aporte extra de oxígeno… 

Vivimos el momento de la historia con más posibilidades de conectar a unos con otros y, sin embargo, se diría que hacemos auténticos esfuerzos por aumentar grados de separación entre nosotros. De hecho, ese pronombre personal de la primera persona es cada vez menos plural. Hablamos de “nosotros” y nos referimos a los que piensan igual de todas las cosas y en todo momento. 

“La teoría del mundo pequeño” es muy enriquecedora científicamente, sirve para estudiar las redes y no solo las sociales, también las neuronales o las celulares. La teoría es útil en el estudio del cerebro o en la investigación de enfermedades como el cáncer. 

Pero en sentido metafórico, el concepto “mundo pequeño” se puede leer desde dos orillas, la esperanzadora, que nos recuerda, como en el experimento de Milgran, que en realidad no estamos tan lejos unos de otros, o la más triste, la que nos muestra que, si nos entendemos cada vez menos, viviremos en un mundo empeñecido.

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