… Que decide en las aulas

El domingo volví al cole. Vivo esa experiencia cada vez que hay elecciones porque voto en el mismo centro en el que entré a los dos años, casi tres, en “maternales”.

Maternales era como llamaban, al menos en mi entorno, al paso previo a “párvulos”, una especie de guardería, dentro del cole, al que íbamos con un pañal metido en la cartera de los Picapiedra (por si había escape involuntario de pis o caca). Dice mi madre, yo ni me acuerdo, que “la seño” nos ponía a dormir la siesta en las aulas. Bendita paz aquella. Ahora tengo que escuchar conferencias de ponentes soporíferos si quiero conciliar el sueño…

En esas mismas aulas, tiempo después, aprendí a leer y a escribir, a sumar, a restar, a multiplicar. Me esforcé por memorizar los ríos de España y las cadenas montañosas y por comprender la polinización de las abejas. Ah y aprendí a responder a la teacher de inglés a una pregunta vital: “What do you prefer, esto or lo otro?”

Siempre que vuelvo al cole siento mariposas en el estómago, o más bien polillas, que son las que se comen la ropa que está dentro de los armarios… Cada vez que entro en 3ºA o en 4ºC a depositar mi voto, hago un viaje directo a mi infancia y siento que llevo puesto el “babi”, ese guardapolvo blanco feísimo que nos obligaban a llevar encima de la ropa.

Reconozco la envidia que sentía por las niñas que iban a cole de monjas vestidas de uniform

e. ¡Lo que hubiera dado yo por llevar falda escocesa y jersey de pico verde! Pero no, mi colegio era público, babi y arreando. Entonces aprendí que no todos partimos con el mismo atuendo para desfilar por la pasarela de la vida.   

Paradójicamente, mis amigas, las que iban a coles privados, decían que odiaban el uniforme y se volvían locas de gusto ese día especial de fin de curso en que les dejaban “ir de calle”. Decían que se cambiarían por mí -en lo del uniforme- en lo de tener un polideportivo magnífico en el que podían nadar y hacer gimnasia rítmica, no.

El domingo volví al cole para votar. Para defender, con un gesto tan pequeño como trascendente, un mundo lo más parecido posible al que sueño

Entonces aprendí que la envidia viaja en doble dirección y que la insatisfacción puede vivir en todos los pisos de un bloque. En el bajo oscuro y húmedo y en el ático con gran terraza puede habitar gente que no tiene lo que quiere. Y viceversa. También aprendí que hay intangibles que tienen mucho valor, como elegir cada mañana lo que llevas puesto, pero que pocas almas se resisten a cambiarlo por saltar en un polideportivo cañón…   

El domingo volví al cole para votar. Para defender, con un gesto tan pequeño como trascendente, un mundo lo más parecido posible al que sueño. Lo hice con esa idea de la opción política como el autobús que te deja más cerca de donde vas, rara vez en la puerta de tu casa.

Consciente de que no me queda ni gota de la inocencia que me dejaba dormir la siesta en “maternales” –ya sabemos que una ardilla podría cruzar la vida de cualquier adulto saltando de decepción en decepción y de susto en susto–, el domingo volví al cole con la convicción de que nunca hay que dejar de responder a la gran pregunta de la teacher: “What do you prefer esto or lo otro?”. 

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