Desde los años 50, tras la creación del Estado de Israel, los rabinos, los intelectuales, los periodistas, los artistas y los políticos del país, han puesto un esmero exquisito en el cultivo, el riego y la diseminación de determinadas palabras que permitan custodiar el relato milenario del pueblo judío. Ben Gurion, el fundador del Estado, se vinculó personal y activamente en esa tarea. Entendió algo que saben muy bien los padres y las madres de la patria, y que hace décadas dijo Benedict Anderson: que las naciones son "comunidades imaginadas", construcciones sociales. Requieren referencias a un origen común –quizá mítico– a unas características específicas –puede que étnicas– a una historia compartida, un enemigo con el que contrastar, unos héroes que admirar, una bandera que honrar, un himno que cantar...
En otras palabras, las naciones, todas ellas, son realidades inventadas. El pueblo judío también es una invención. Shlomo Sand, profesor de la Universidad de Tel Aviv e hijo de supervivientes del Holocausto, recorre precisamente ese proceso de creación en un libro muy riguroso y con título poco dudoso: La invención del pueblo judío. Nada que objetar. Está en la condición humana crear culturas, lenguas, tradiciones, ritos y liturgias para distinguirse del otro.
Pero a veces ese ejercicio colectivo es obsceno, y eso es lo que está pasando estos días en Gaza. Basta echar un vistazo a la cobertura que los medios israelíes están haciendo de los ataques contra la Franja, para indignarse ante tan despreciable tergiversación. Veamos, por ejemplo, el Jerusalem Post.
En el mundo inventado por los israelíes, los niños muertos que nosotros vemos no están. No hay familias palestinas hostigadas bajos salvajes bombardeos indiscriminados, ni casas ni hospitales ni aeropuertos ni centrales eléctricas destruidas. No hay referencias, como las que ve el resto del mundo al hacinamiento, el desempleo, la pobreza y la humillación a los que Israel somete desde hace 50 años a los palestinos, cuyo territorio ha ido invadiendo y ocupando y colonizando progresivamente, justificando la invasión con el retorno a una "Tierra Prometida" siglos después del éxodo según el mito bíblico.
Para el Estado de Israel y todos sus poderosos amigos, eso que vemos es la operación Margen Protector. Una operación militar, dentro de una larga "guerra" en la que "los terroristas" matan soldados israelíes que sólo se defienden. Palestina no existe en las crónicas, y menos aún los palestinos. Se dice que se han atacado unos 3.000 "objetivos terroristas". Con la excusa de que los "terroristas" esconden sus arsenales en las casas de la población civil, arrasan sin contemplación barrios enteros. Y si mueren civiles serán "bajas", efectos colaterales involuntarios por culpa de Hamás.
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La desproporción del conflicto se percibe muy bien al leer la cobertura de los mismos acontecimientos en la prensa palestina. Por ejemplo, allí se celebra a lo grande la captura (el "secuestro" dirían al otro lado) de un soldado israelí. Lo celebran alegremente porque hace un par de años, Israel liberó a mil presos palestinos a cambio de la entrega de un solo soldado de Israel. En otras palabras, esa gente sale a la calle, entre cascotes y escombros (en pleno Ramadán, por cierto, crueldad adicional de los judíos, tan ortodoxos con sus propios ritos y tan displicentes con los del otro), porque de pronto para miles de familias se abre la esperanza de que entregando a ese soldado, quizá liberen a otros mil palestinos.
En las dos semanas de ataque brutal a Gaza, ha muerto un millar de personas inocentes, pero "sólo" dos decenas de soldados israelíes. Sin embargo, la prensa judía presenta el conflicto como la defensa propia de un país democrático que sólo quiere vivir en paz y protegerse de los terroristas.
Es probable que alguien de la embajada de Israel mande una nota protestando por este artículo, o que me llame por teléfono (ya he tenido alguna de esas amables conversaciones). Tambien es probable que ese alguien vuelva a aplicar el argumentario apelando por enésima vez al Holocausto, sugiriendo así sutilmente que al escribir yo estoy justificando la barbarie de aquel genocidio. Atenderé la llamada con todo respeto. Pero yo creo que ha llegado la hora de perder el complejo y de decir alto y claro que Israel está actuando de manera criminal y aplicándose sin pudor en una aniquilación salvaje del pueblo palestino.
Desde los años 50, tras la creación del Estado de Israel, los rabinos, los intelectuales, los periodistas, los artistas y los políticos del país, han puesto un esmero exquisito en el cultivo, el riego y la diseminación de determinadas palabras que permitan custodiar el relato milenario del pueblo judío. Ben Gurion, el fundador del Estado, se vinculó personal y activamente en esa tarea. Entendió algo que saben muy bien los padres y las madres de la patria, y que hace décadas dijo Benedict Anderson: que las naciones son "comunidades imaginadas", construcciones sociales. Requieren referencias a un origen común –quizá mítico– a unas características específicas –puede que étnicas– a una historia compartida, un enemigo con el que contrastar, unos héroes que admirar, una bandera que honrar, un himno que cantar...