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Muros sin Fronteras

A más neuronas políticas, más bicis

Ramón Lobo

No sé qué pasa por la cabeza del alcalde José Luis Martínez-Almeida, célebre motorista que se grababa vídeos en la calle Mayor para denunciar los atascos presuntamente provocados por el Madrid Central de Manuela Carmena. ¿Pretendía decir que a menos restricciones de acceso a la ciudad, menos atascos? En ese caso, el embotellamiento procedía del complejo Canalejas, una obra privada (con licencia del PP de Ana Botella) que ha provocado numerosos problemas de tráfico y daños en la línea 2 de Metro.

Lo que es seguro es que por su cabeza no pasan bicicletas ni carriles seguros, separados del tráfico. No ha aprovechado el confinamiento para sentar las bases de un espacio urbano pospandémico, menos contaminante, ruidoso y agresivo, pese a que existe una relación entre la alta mortalidad del covid-19 y la calidad del aire. No lo ha hecho porque está en las antípodas de los movimientos que reclaman medidas urgentes para paliar la catástrofe climática, un asunto más peligroso que la pandemia. Su universo ideológico de partida es el liberalismo, favorecer a empresas privadas, reducir impuestos y fomentar la construcción.

Decenas de ciudades en todo el mundo, y alcaldes de todas las ideologías, apuestan por crear espacios caminables y verdes, libres de humos, como Utrecht. Durante el confinamiento, grandes urbes como París y Londres han acelerado la creación de carriles-bici provisionales, un modo sabio de experimentar, corregir y convencer. Somos seres de costumbres, reacios a los cambios. Hay que potenciar realidades alternativas que terminarán por ser asumidas y disfrutadas por todos. Pontevedra, Vitoria y Valencia demuestran que España puede también, aunque Madrid siga en el pleistoceno.

Algo inconfesable une a la derecha española con el automóvil. Perciben el coche como una herramienta de reafirmación de la libertad individual. Los automovilistas más intolerantes lo ven como instrumento poderoso, casi fálico, una demostración de su estatus social. Rechazan viajar en transporte público por considerarlo indecoroso. Esperanza Aguirre, experta en sí misma y en corrupciones varias, aplicó por las bravas su derecho a aparcar en el carril bus de la Gran Vía madrileña y a darse a la fuga delante de la policía municipal. Siempre se sintió impune, por encima de las leyes. Es un mal nobiliario y real.

Esta oposición cenutria afectó a la ley antitabaco de Zapatero. La reina de las ranas trató de torpedearla en defensa de la libertad individual y de la supervivencia de los bares (no de los camareros). Nunca se cumplieron las previsiones catastrofistas de la patronal que vaticinaba cierres masivos. La patronal de cualquier sector es una fuente interesada, que prefiere el status quo. Los periodistas no deberíamos tratarlos como si fueran expertos independientes.

En la ciudad de Nueva York está prohibido fumar dentro de los locales y en las terrazas, algo que debería extenderse en España. No es saludable tener que elegir entre el covid-19 y el cáncer de pulmón. Los que más se enfadan y denuncian el ánimo represor de las prohibiciones en beneficio de todos son los que estuvieron más cómodos en la Gran Prohibición del franquismo. Las sociedades más avanzadas logran el equilibrio entre el bien común y la libertad individual. En cualquier caso, fuma en tu casa (esta frase lo va a petar en los comentarios).

Sucede algo parecido con la mascarilla. No ponérsela en EEUU es un símbolo de resistencia contra la intromisión del “Estado totalitario”, que se inmiscuye en nuestras vidas, que decide los confinamientos. Es la libertad individual por encima del grupo y la salud de todos. La mayoría de los republicanos no la llevan porque rechazarla es un signo de distinción. Afecta a los ricos que se pueden pagar su burbuja de caprichos y a los idiotas, que son legión. En España nos hemos librado de este debate porque a VOX se le ocurrió la brillante idea de coserle la bandera. Exhibir mascarilla verde con enseña nacional es un signo de identidad política y de estatus, pero al menos la llevan.

El problema de Almeida y Begoña Villacís, que no sabe aún en qué Ciudadanos está, es ideológico. Han comprado la idea de que ser de derechas es oponerse a todo lo que propone la izquierda, sea bueno o malo. El poder municipal debería ser el menos rígido. Tiene el placer de la inmediatez, de comprobar la eficacia de cualquier medida. Ambos se hocicaron contra Madrid Central por ser una idea de Carmena. Fue su estandarte en las elecciones que no ganaron. La alcaldía es la suma de tres. La tercera pata es una extrema derecha franquista y xenófoba.

Una de sus primeras acciones de gobierno fue suprimir la peatonalización en una parte de la calle Galileo, en la zona de Argüelles, para devolverle el espacio a los coches aparcados. Antes de la pandemia trataron de colocar un mega parking subterráneo en la zona del Retiro, un efecto llamada. Sus esfuerzos contra Madrid Central chocaron con la justicia y el sentido común.

La pandemia es la excusa perfecta para quitarse la mochila ideológica y sumarse al movimiento mundial por la sostenibilidad. Madrid no tiene mar, pero posee un encanto provincial. Deberíamos proteger sus barrios, sus comercios de proximidad que dieron la cara por todos durante el confinamiento, a sus vecinos. Ana Botella mejoró a Gallardón, que no creía ni en la bicicleta, pero su propuesta de carriles compartidos con el tráfico es peligrosa e inútil, no invita a pedalear. A Carmena, una consumada ciclista, le faltó tiempo y valentía. Se crearon algunos carriles en Chamberí y Latina, pero insuficientes.

Lo que piden los tiempos es un transporte seguro y sano, no contaminante, carriles-bici separados del tráfico en los que puedan moverse los niños. Es urgente cambiar la cultura urbana. Es una oportunidad histórica que Almeida y Villacís no terminan de ver. Ser útil siempre da votos. El alabado modelo de Ámsterdam no cayó del cielo, es la consecuencia de una cadena de políticos audaces. No es tan difícil, basta tener voluntad.

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