Muros sin Fronteras
¿No queríamos ser daneses? Pues empieza el juego
Aún no está claro si tenemos un escenario político italiano sin italianos o uno danés sin daneses. De momento solo sabemos que estamos ante un escenario nuevo lleno de españoles. Si quiere estar informado de todo lo que va a pasar en España en las próximas semanas, vean la serie danesa Borgen.
Gobernar democráticamente es un arte que se aprende gobernando democráticamente. No hay ciencia infusa. Consiste en situar el bien común por encima del propio, escuchar a los contrarios y rivales, y a la ciudadanía, no sentirse en posesión absoluta de la verdad revelada y alcanzar acuerdos en aras del interés general. Es algo que funciona en la mayoría de los países en los que no hay mayoría absoluta. Hasta el 20-D, España era una rareza europea junto a Rumanía y Rusia, otros países sin gobiernos de coalición y sin una excesiva tradición democrática.
Quizá sea la educación autoritaria, el aplastamiento del orden y mando, la que nos empuja detrás de liderazgos fuertes. Un líder sin controles ni contrapesos tiende al bien común de sus votantes con el único objetivo de permanecer en el poder. Los liderazgos negociados tienden a ganarse el voto de la mayoría de los ciudadanos, más allá de las fronteras ideológicas o clientelares de su partido.
Lo fácil es tener una mayoría absoluta en el Parlamento, aprobar leyes sin negociar con nadie, ocupar el Tribunal Supremo y el Constitucional, colocar jueces amigos al frente de las causas de corrupción que nos puedan afectar, convertir la televisión pública en un aparato de propaganda de partido. Lo difícil es saber escuchar, ceder, pactar, respetar la división de poderes del Estado, ser implacable con la corrupción, dimitir (que ya sabemos que no es un nombre ruso).
24 de los 28 países que componen la UE tienen gobiernos de coalición
En Alemania han ensayado varias veces el Gobierno de demo-social-cristiano junto al principal partido de la oposición, el socialdemócrata. Lo llaman la Gran Coalición y suele ser útil en tiempos de una grave crisis; sucedió en el Reino Unido durante la II Guerra Mundial. En Austria también existe una gran coalición entre la derecha y la izquierda, aunque ambos perdieron apoyos en las elecciones de 2013.
Este tipo de coalición entre el más votado y el segundo reducen la oposición, interpretada por los partidos pequeños. No hay alternancia exterior a los coaligados y pone sordina al debate de los asuntos más peligrosos para el gobierno. Desaparece el verdadero control de sus acciones.
Lo más frecuente son las coaliciones de tres o más partidos. Sucede en Bélgica donde hay un delicado equilibro territorial entre flamencos y valones. Allí gobiernan cuatro partidos: Demócrata Cristianos flamencos, el Movimiento Reformista, liberales flamencos y la nueva alianza flamenca.
En España tenemos numerosas experiencias autonómicas, más allá del tripartito de izquierdas en Catalunya o el bipartito gallego entre el PSOE y el BNG. El PP esgrime ambas experiencias como ejemplos de inestabilidad y mal gobierno.
Politikon publicó tras las elecciones autonómicas del 24 de mayo un estudio sobre las coaliciones, en el que informa de que entre los 170 gobiernos analizados, el 39,4% estaba formado por un partido con mayoría parlamentaria suficiente; el 34,1% por una coalición y el 26,5% se mantenía en el poder en minoría. Estos últimos exigen esfuerzo, talento y práctica porque el Gobierno afectado debe negociar cada asunto que desea sacar adelante.
También es frecuente que los partidos lleguen a acuerdos en algunos temas y aparquen aquellos en los que existe divergencia. Es decir sería posible un gobierno minoritario PSOE-Ciudadanos apoyado por Podemos en aquellos asuntos que tienen que ver con la lucha contra la corrupción, regeneración democrática, la derogación de las leyes abusivas, como la mordaza, o dañinas como la de Educación, y reforma constitucional, mientras que para los asuntos económicos, de ajuste exigido desde Bruselas, se apoye en el PP. Este sería un escenario muy maduro que difícilmente se dará en España.
La necesidad de coaligarse genera una cultura de consenso político, como la que hubo en España en los primeros años de la transición con los pactos de la Moncloa. En España la ley electoral beneficia a los dos partidos grandes, ya que premia a las circunscripciones pequeñas y medianas en detrimento de la las áreas más urbanas y habitadas. De las primeras surgen cerca de la mitad de los escaños. Este sistema ha funcionado desde 1977 en forma de dos partidos turnantes, primero UCD-PSOE y después PSOE-PP. Con el 20-D entran en el Parlamento dos partidos nuevos. Ahora son cuatro los que superan el 15% de los votos. Es una situación inédita en España, pero no en Europa.
La manía de dividir el tiempo
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En Grecia, que es un país comparable a España en cuanto a la debilidad de sus instituciones, gobierna una coalición de izquierda llamada Syriza aliada a su vez con un partido de derechas nacionalista. En la avanzadísima Finlandia, ejemplo a seguir según muchos analistas, existe una coalición de tres partidos: centro derecha, conservadores y extrema derecha (llamada: los Verdaderos Finlandeses). El ascenso de las opciones xenófobas es una constante en los países nórdicos, y una realidad en Francia, donde el Frente Nacional es la fuerza más votada.
En Dinamarca, donde se desarrolla la serie Borgen, que ya deben estar devorando los líderes políticos españoles, lo normal es pactar. Ningún partido danés ha conseguido la mayoría absoluta desde 1909. En las últimas elecciones, el centro derecha liderado por Lars Lokke Rasmussen sustituyó al centro izquierda de la primera ministra socialdemócrata Helle Thorning-Schmidt, quien dimitió pese a que su partido subió en votos porque bajaron sus socios. En Dinamarca también es habitual haber marcharse del cargo.
Cerca de España tenemos el ejemplo de Portugal, pese a la victoria del centro derecha de Passos Coelho, hoy gobierna una coalición de tres partidos de izquierda que parecía imposible juntar bajo un mismo objetivo. Los célebres mercados han aprendido también algunas cosas en los últimos meses, sobre todo en Grecia y Portugal: es mejor cooptar a los partidos de izquierda y dejarles jugar dentro del sistema, que dejarlos fuera en un momento de fuerte rechazo social a las políticas de ajuste.