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Muros sin Fronteras

Los muy ricos y el 99%

Existen varios tipos de ricos. Una división simple podría ser esta: los que se hicieron millonarios gracias al talento, la inventiva y la suerte –unido a una cierta dosis de mala leche y de poca conciencia–, y los que tenían amigos colocados en los puestos oportunos en el momento adecuado. Esto segundo es algo típicamente mediterráneo, aunque no exclusivo.

También podríamos dividirlos entre los que aportan a la sociedad en la viven, y no me refiero solo a impuestos, sino al impacto de su actividad en la mejora de la calidad de vida de la mayoría, y los que esquilman el bien común en beneficio privado.

También están los ricos y los asquerosamente ricos. El barón Thyssen-Bornemisza dijo a Luis Gómez Acebo, durante las negociaciones para traerse la colección a España: “Aún vuelas en líneas comerciales”. Este podría ser un medidor entre las dos categorías.

Luego están los insoportables. Y los que viven del cuento, es decir de endeudarse tanto que su quiebra sería un problema de todos.

Las nuevas tecnologías abren nuevos campos para los emprendedores globales, incluso para los más vagos, como sugiere la publicación The Richest. Muchos de los millonarios más recientes nacen en Internet: Google, Facebook…

Ser rico es un sueño muy extendido. Basta ver las colas ante las loteras más afamadas en Navidad. Nadie es inmune al encanto de vivir a lo grande. Le pasó a Tony Blair y a algún que otro ex líder socialista español.

Ser rico no es una bicoca: la mayoría trabaja mucho para ser más ricos. Vivir no tiene que ver con la cantidad de dinero, aunque ayuda, sino con la inteligencia de saber disfrutar. En esto, el Tercer Mundo ofrece grandes lecciones de generosidad.

Afirmar que los ricos carecen de principios, aunque a menudo lo parezca, y que los no ricos son un compendio de virtudes es un estereotipo y, posiblemente, una sandez. Los pobres o los mediopensionistas de la decreciente clase media tenemos menos posibilidades de poner en juego nuestros principios por falta de oportunidades. Decía el poeta místico Juan de la Cruz que la verdadera virtud es la que se mantiene en medio de las tentaciones, no encerrado en un monasterio.

La clase media desaparece incluso del lenguaje.

Siempre han existido ricos y pobres, una división que está bastante unida: son necesarios muchos no-ricos para mantener y acrecentar la riqueza de un rico. El que fuera primer presidente de Tanzania, Julius Nyerere, dijo: “No somos pobres por un castigo de Dios o por nuestra torpeza, sino porque hemos sido esquilmados por las potencias colonizadoras”. La idea se extiende como un reguero con la globalización. El 1% frente al 99%.

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Se ha publicado la lista de los españoles más ricos. Algunos medios de comunicación presumieron de que Amancio Ortega, el dueño de Inditex, era el hombre más rico del mundo, según la revista Forbes. Aunque lo fue solo por unas horas, según el valor de sus acciones en la Bolsa. Bill Gates, el fundador de Microsoft, volvió a ser el primero antes del cierre de Wall Street.

También se ha publicado que Primark, la empresa irlandesa de ropa barata, paga 700 euros a sus trabajadores, y que fabrica en Bangladesh.

Es decir el nombre de este país asiático y brota, o nos debería brotar, las condiciones laborales de las trabajadoras que fabrican nuestra ropa barata, más próximas a la esclavitud que a la decencia. Pocos se preguntan por los sueldos de muchas de las empresas textiles españolas con fábricas por delegación en el Tercer Mundo. Tampoco nos preguntamos por los impuestos que pagan. Gates, al menos, dedica una parte de su fortuna a luchar contra enfermedades que asolan a los más pobres, como la malaria, la polio. ¿A qué dedican su fortuna nuestros millonarios?

Amancio Ortega ya no es el hombre más rico del planeta

Amancio Ortega ya no es el hombre más rico del planeta

En EEUU hay ejemplos de éxito por talento: Apple, Microsoft, Google, Facebook... Pero Apple, una empresa que transmite modernidad y eficacia fabrica en China con condiciones laborales precarias y evita pagar impuestos en muchos países. O Amazon acumula denuncias por explotación laboral. O Wallmart. ¿Recuerdan el escándalo de las mordidas en México? No es una cuestión geográfica ni cultural, es el ser humano, el depredador más temible de la naturaleza, ante el que huyen la mayoría de los animales.

El capitalismo funciona porque es un sistema depredador, darwiniano, que se basa en la ley del más fuerte y en la desigualdad. La democracia es un sistema que pone límites a los depredadores, que les prohíbe comerse más piezas de las que pueden asumir. Es un sistema de contrapesos y vigilancias, que no impide que existan los ricos, algo posiblemente saludable para el sistema y la creación de empleo, si no que fomenta la igualdad ante la ley y la libre competencia, que impide los abusos.

Estos límites han desaparecido, a la par que el disimulo. Ahora la codicia no tiene limites. Aunque sin esa superioridad ética de la democracia y sus controles, resulta difícil distinguir entre los buenos y los malos. Solo sabemos que los ricos son cada vez más ricos y los pobres, más pobres. Hasta que reviente. Reventar es también un acto darwiniano.

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