Siempre saludaba... con el brazo en alto

El test del pato es un clásico de la argumentación a nivel usuario.

Su premisa es sencilla a la par que efectiva:

“Si parece un pato, nada como un pato y grazna como un pato, entonces probablemente sea un pato”.

Se usa coloquialmente para rebatir explicaciones cada vez más rebuscadas sobre algo que es claramente evidente.

Su creación no es nueva, proviene de una sentencia del poeta estadounidense James Whticomb Riley escrita hace casi un siglo: “Cuando veo un pájaro que anda como un pato, nada como un pato y grazna como un pato, lo llamo pato”. Sin duda, un poeta.

Tuvo tanto éxito que comenzó a usarse popularmente por empresarios, políticos de derechas y embajadores de Estados Unidos, valga la redundancia, para acusar a sus enemigos políticos de comunistas.

Una argumentación tan popular que hasta el arzobispo de Boston, Richard Cushing, la utilizó en el año 1964 para definir al mismísimo Fidel Castro.

Curioso que en pleno 2025 este test no se utilice para lo que es aún más evidente. Si Elon Musk, Steve Bannon, Eduardo Verástegui –un actor de telenovelas mejicano de segunda y neonazi de primera– o el friki del misterio hacen un saludo fascista, toda la fachosfera intenta buscar una justificación tan larga que en algunos casos acaba donde todos los caminos, en la Antigua Roma para obviar una obviedad.

De repente sus seguidores se han vuelto Marxistas haciendo un homenaje a una de las líneas de guión más míticas de los hermanos Marx en la película Sopa de Gansos: “¿A quién va usted a creer, a mí o a sus propios ojos?”

Es evidente que si parece un pato, nada como un pato y hace el paso de la oca, entonces muy probablemente sea un pato, un pato nazi.

Si Elon Musk, Steve Bannon, Eduardo Verástegui o el friki del misterio hacen un saludo fascista, toda la ‘fachosfera’ intenta buscar una justificación tan larga que en algunos casos acaba donde todos los caminos, en la Antigua Roma para obviar una obviedad

El brazoenalting está de moda. 

Arrasa entre los ultraliberales, que ya es evidente que siempre han sido más lo primero que lo segundo. Los tiempos están cambiando y los “defensores de la libertad” han salido por fin del armario fascista y ya ni necesitan disimular ese tic, ese recuerdo muscular, ese resorte que les hace levantar el brazo en el momento menos oportuno, como le pasaba al doctor Strangelove, el antiguo científico nazi en ¿Teléfono Rojo? Volamos hacia Moscú.

Igual que hay una lesión conocida como codo de tenista, muy popular entre estos deportistas provocada por movimientos repetitivos en esta zona, ahora podríamos hablar de una nueva patología, el “codo de fascista”, entre algunos ultras por esta nueva moda de doblar el codo para acabar con el brazo estirado haciendo un homenaje a Hitler. 

Una lesión que debería pagarse en la sanidad privada, por supuesto.

Aunque es curioso que a ninguno de estos fans de la simbología y la imaginería nazi de Adolf y sus locos seguidores les dé por imitar su forma de terminar su vida laboral y ahorrarnos al resto sus jubilaciones.

Malos tiempos para conseguir taxis en cada vez más países donde la extrema derecha está aprovechando el descontento social para estirar el brazo muy fuerte para conseguir lo de siempre, no nos engañemos: más dinero y poder. A río revuelto, ganancia de pescadores de bajura.

Pensábamos que la vuelta de las hombreras, el chándal, la droga dura, el ‘Yo fuí a EGB’ o las columnas Heidi-Anairistas era lo peor que la nostalgia nos estaba reservando, pero ahora llega el revival de los años 30 del siglo pasado, el revival del nazismo. Y ni siquiera recupera su único fuerte, su evidente superioridad estética made in Hugo Boss.

En este día de la marmota hitleriana nos daremos cuenta de que el invierno va a ser mucho más largo de lo que esperábamos, que la historia no para de repetirse, para mal.

Tu vecino que vota a partidos antidemocráticos no es un nostálgico ni un pobre hombre, ni siquiera un patriota. Empecemos a llamar las cosas por su nombre, es lisa y llanamente un fascista que lo único que quiere es limitar los derechos de los que tienen aún menos derechos que él. 

Volveremos a darnos cuenta, demasiado tarde otra vez, de que ese vecino que vota a la ultraderecha porque dice que está harto de la precariedad laboral, de la falta de vivienda asequible, de la inmigración o el feminismo es un pato. Que si piensa como un fascista, vota a fascistas y tiene argumentos e incluso saludos fascistas, es evidente que es un pato, un pato fascista.

El test del pato es como el algodón, no engaña.

Es ese vecino que, después de un crimen, todos en el barrio declaran a las televisiones que parecía normal, que era de los que siempre saludaba...con el brazo en alto.

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