Cosas cursis para cuando ya no sea Navidad

En un tren de la línea Madrid-Oviedo dos jóvenes hablan sobre política. Una ha escuchado una noticia, se la cuenta a su compañera y ella le contesta que le da pereza el tema: “es que para creérmelo tendría que ver quién lo dice y por qué, si es de derechas o de izquierdas y saber qué ha estudiado, porque puede no tener ni idea”. En Las ciudades invisibles, Italo Calvino habla de Tamara, a la que se llega no mirando las cosas en sí, sino analizando los rastros que dejan: “una huella en la arena indica el paso del tigre, un pantano anuncia una vena de agua, la flor del hibisco el fin del invierno”. 

En la línea de Madrid a Oviedo, igual que en Tamara, quién habla, por qué lo hace y con qué fundamento, son las pistas que la chica creía tener que seguir antes de formarse un juicio sobre los hechos. Son también las cosas que a menudo nos hacen dudar a todos y que muchas veces, inducen a la parálisis. Ella intuía una gran cantidad de trabajo para poder formarse una opinión segura sobre un tema menor y finalmente, pospuso el asunto. La conversación concluyó con un “bueno, tendría que pensar” y derivó hacia el plan de Nochevieja. Ya lo dijo Javier Krahe: "mejor caminar con una duda, que con un mal axioma". Porque desde que la política son marcos de sentido, redes sociales, medias verdades y medias mentiras, cada vez parece más difícil llegar a conocer Tamara sin desorientarnos en rastros e intereses

O no. Porque signos también son la chica que te grita por la calle: ¡Eh, que llevas la mochila abierta!, y a la que respondes con susto y sonrisa. Signos también son los bomberos cubiertos de barro y los voluntarios armados de escobas. Signo es un profesor que le sugiere a su alumno encontrar un estilo propio al escribir o la enfermera de un hospital público que a las tres de la madrugada te cambia una vía, y por alguna razón, se empeña también en curarte la cara de susto contándote un chiste malo. Y funciona. 

Cosas que la gente hace porque quiere, momentos corrientes y poco mediáticos que no se pueden impostar haciendo coaching ni leyendo a Séneca, pero que tejen una red de seguridad

Cosas que la gente hace porque quiere, momentos corrientes y poco mediáticos que no se pueden impostar haciendo coaching ni leyendo a Séneca, pero que tejen una red de seguridad. Nacen lejos de las lecciones de liderazgo y de la optimización de los procesos laborales. De alguna manera son, porque a la gente le da la gana que sean, y tratar de fabricarlos hace que suenen a cuento chino. Enuncian algo así como: ¡eh, que no estamos tan mal!, y aplacan los demonios exaltados de las redes sociales mostrando una realidad mucho más amable. Signo son también las instituciones que hacen esto posible. Por algo esta columna se titula cosas cursis

El filósofo Emilio Lledó describía la sobreinformación a la que nos exponemos en el entorno digital como una sustancia viscosa que se adhiere a los ojos, que enturbia la mirada y es difícil de retirar para poder tener un juicio claro de las cosas. Siempre conectados y siempre atentos, los gritos y los signos cruzados apuntan a menudo al abismo, cuando quizá no sea para tanto y solo haya que darse tiempo, fijar el plan de Nochevieja, y después dedicar un rato a rastrear los hechos. No vaya a ser que los gritos y los abismos sean solo una mala pesadilla o una maniobra malintencionada. No vaya a ser, que en la bronca mediática que nos entretiene de camino al trabajo, en el metro o en la barra del bar con el café de media mañana, nos olvidemos de las cosas cursis cuando ya no sea Navidad y pensemos que todo está perdido. En fin, como dijo la chica del tren, tendremos que pensar.

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