No podemos mirar hacia otro lado

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Poco después de empezar la guerra en Gaza la foto de un niño que miraba fijamente a cámara se me grabó en la retina, no sé cómo se llama, ni siquiera recuerdo exactamente dónde estaba captada la imagen, pero desde ese día no puedo olvidarle. En su mirada, en la profundidad de sus ojos se aunaban la inocencia y el desconcierto de una infancia rota por el horror. Desde ese momento casi todos los días pienso en él, ¿habrá comido? ¿Estará con su familia? ¿Seguirá vivo? No le conozco pero la ansiedad de ser testigo de ese sufrimiento me sube hasta la boca.

También pienso en su madre, en todas las que mientras sucede el conflicto están siendo madres. Y me duelen todas esas mujeres pariendo, vulnerables, viviendo una de las experiencias más fuertes de sus vidas, sin comida, sin agua, sin anestesia para cesáreas, sin la calidez y el sostén que se necesitan en esos momentos, sin recursos por si algo "se tuerce". Y lo veo desde mi salón, con la calefacción puesta pensando en mi posparto, en cómo lo viví yo, contando con los profesionales y todas las comodidades que me acompañaban, y en cómo lo están viviendo ellas, justo un año después, en un lugar del mundo abandonado a su suerte en el que sobrevivir un día más es un reto que no cesa. En Gaza hay 150.000 mujeres embarazadas y más de 180 dan a luz cada día, según estima la ONU. No podemos mirar hacia otro lado, no es justo. No es justo parir así, sabiendo que tanto tu supervivencia como la de tu bebé no están aseguradas ni aunque todo salga "perfecto".

A 2024 le pido que Europa no se olvide de todas esas personas, que no nos olvidemos de ellos. Le pido cuidar a la infancia, proteger a todas las niñas y a todos los niños, también a los de fuera de la UE.

Poco después de empezar la guerra en Gaza la foto de un niño que miraba fijamente a cámara se me grabó en la retina, no sé cómo se llama, ni siquiera recuerdo exactamente dónde estaba captada la imagen, pero desde ese día no puedo olvidarle. En su mirada, en la profundidad de sus ojos se aunaban la inocencia y el desconcierto de una infancia rota por el horror. Desde ese momento casi todos los días pienso en él, ¿habrá comido? ¿Estará con su familia? ¿Seguirá vivo? No le conozco pero la ansiedad de ser testigo de ese sufrimiento me sube hasta la boca.

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