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Un político previsible con el que nunca se sabe

Dice ahora Núñez Feijóo, que no debe de ver muy claro el resultado de las europeas del domingo, que hay que votarle porque él es “un político previsible” y que “respeta las instituciones.” Lo segundo es de torero animalista o vegetariano caníbal, dicho por quien tiene bloqueado o, si lo prefieren, secuestrado el Consejo General del Poder Judicial y acaba de decir que la Guardia Civil miente si no dice que la esposa del presidente del Gobierno estuvo en la matanza de Puerto Urraco. Lo primero, lo dice al hilo de un supuesto buen resultado en esas elecciones, que él, naturalmente, extrapolará a la arena nacional pero desvinculará de ella si pintan bastos para su partido en las urnas, y envolviéndose en la piel de ese oso que aún no ha cazado para anunciar que “el final del túnel” empezaría en esa hipotética derrota de la izquierda. Si esa cuenta de la vieja le sale —más raro fue aquel verano que no dejó de nevar, canta Sabina—, ya se ve a sí mismo encabezando una moción de censura contra Pedro Sánchez y saliendo del Congreso con la llave del palacio de La Moncloa en el bolsillo.

Pero ahí está la cosa, en un Parlamento al que él, que tanto asegura respetar las instituciones, le resta no sólo credibilidad sino hasta legitimidad, acusando a sus miembros, una y otra vez, de venderse a los socialistas por doce monedas —y a estos de pagarlas— e insistiendo en que elegir al presidente que crean oportuno o, por qué no, mejor para sus intereses, es algo intolerable, aunque en realidad esa sea justo su misión. Si le preguntan al líder de la oposición qué es una democracia parlamentaria, no se sabe qué nota sacaría; si yo fuese él, le daba un repaso al tema.

El hombre que asegura no ser presidente porque él no quiere, parece dispuesto a serlo a cualquier precio

Pero el centro de la cuestión no está en la ideología, sino en las matemáticas, porque para que le diesen los números en esa posible moción de censura, que no puede salir adelante sólo con el apoyo de sus socios de la ultraderecha, necesitaría, exactamente igual que Sánchez, a Puigdemont y su Junts per Catalunya. El partido al que calificó de perfectamente legal, con el que ya estuvo dispuesto a llegar a acuerdos tras las generales, que antes y después de eso demonizó como el causante de la futura desmembración de España y con el que, de nuevo, este hombre que se define como previsible y cada día dice una cosa opuesta a la anterior, vuelve a mostrarse dispuesto a ir de la mano, “si se dan las circunstancias”. Es decir, si quitamos a Sánchez para ponerle a él.

El político previsible que respeta las instituciones debe de pensar hoy, ya veremos mañana, que, total, lo de la amnistía ya está hecho, aunque igual los jueces que quieren ralentizarla y convertirla en papel mojado en el caso de Puigdemont le terminan perjudicando mañana más de lo que hoy le benefician. Y más allá de eso, ¿haría presidente de la Generalitat con sus votos y los de sus compañeros de viaje a Puigdemont? ¿Le haría a este las concesiones que exige, de cara a un posible referéndum y con la cantinela de la independencia como música de fondo?

Son preguntas que él no contesta, pero de las que ya sabemos la respuesta: sí a todo. El hombre que asegura no ser presidente porque él no quiere parece dispuesto a serlo a cualquier precio. A ver qué dice Europa.

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