Desde la Tramoya

Sacar el percebe

Rajoy podría haber dimitido, una estrategia impensable en un presidente que lleva dos años y poco de Gobierno, que cuenta con un apoyo interno casi cerrado y con un poder institucional como no han disfrutado ninguno de sus antecesores. Esa decisión, que yo llamoEstrategia Tremblaypor el nombre del alcalde de Montreal que dimitió de manera fulminante cuando se le acusó de financiación ilegal de su partido, tiene un enorme coste personal, inasumible por el presidente español.

Rajoy podría haber adoptado la “estrategia Dilma”: buscas unas cuantas víctimas propiciatorias y cargas en ellas las responsabilidades. Te desvinculas de ellas luego y quedas limpio. La presidenta de Brasil ha cesado ya a una treintena de ministros y altos funcionarios de su gobierno para salvarse. Claro que cuando tú mismo has estado recibiendo ilegalmente sobresueldos, según parece, es difícil cargar por completo la culpa en otros.

Podría haber adoptado la “estrategia Clinton o del perdón cristiano”. Escenificas el sacramento en todas sus fases: examen de conciencia, acto de contrición, propósito de enmienda y penitencia. Creo, visto lo que estamos viendo, ésta habría sido la opción más inteligente.

Pero Rajoy optó inicialmente por la “estrategia de la victimización o de Checkers”, el famoso perrito de Nixon que él utilizó en el histórico discurso en el que negó haber recibido regalos a cambio de favores políticos. Lo desmintió todo, acusó a los adversarios de las supuestas insidias, que finalmente se demostraron ciertas, y contó, haciendo llorar de emoción a miles de estadounidenses, que el único regalo que había aceptado había sido un perro que decidió quedarse para alegría de sus hijas.

Más recientemente, desde que los papeles de Bárcenas se han ido demostrando auténticos, el presidente del Gobierno se ha enrocado en la “estrategia del percebe gallego”. Guiado por los caros y poco audaces consejos de Pedro Arriola, te agarras fuerte a la roca, aguantas los golpes de las olas y esperas a que escampe. Rajoy es el paradigma de la resistencia. Si fuera un animal, sería percebe. Es un corcho. Un flotador. Tiene una capacidad ilimitada para no dejarse hundir por las presiones.

Pero desde el domingo pasado, tiene un problema que ya no es solo Bárcenas. El día en que el director de El Mundo – el siempre personalista y tenaz Pedro J. Ramírez – decide contar una conversación con el extesorero hoy encarcelado, y darle carta de naturaleza al día siguiente con la publicación a cinco columnas del documento original que demuestra que Rajoy cobró ilegalmente sobresueldos siendo ministro, el asunto adquirió nuevas peculiaridades.

En realidad, nada de lo que hemos sabido es nuevo del todo: los documentos que publicó El País fueron validados por la Justicia hace ya meses, aunque fueran fotocopias, y España entera intuye que Rajoy y el PP se financiaron con fondos ilegales o al menos oscuros. No hay mucho nuevo en la publicación de documentos originales.

Lo que sí es nuevo es que un periódico muy influyente en el centro derecha y la derecha española, y un director especialmente habilidoso para marcar de forma contundente la agenda a los presidentes, hayan decidido sacar la bistonza, que es la suerte de lanza que los percebeiros utilizan para arrancar al crustáceo de la roca.

Rajoy ha declinado las ofertas de los medios de comunicación españoles para que se explicara sobre lo evidente: que el PP estuvo recibiendo dinero opaco a espuertas y repartiendo parte entre sus líderes. Pero desde esta semana, la cosa se le complica todavía más, porque hay ya una presión insoportable para que deje de aferrarse y dé explicaciones. No digo que sea imposible, pero es difícil que una previsible raquítica recuperación económica en los próximos meses le resulte suficiente para aguantar las bistonzas de los medios, el Parlamento, la Fiscalía y la opinión pública. Siempre he sido un cínico y sorprendido admirador de la capacidad de resistencia de Rajoy, pero me da que la estrategia se le ha quedado vieja.

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