Joaquín Machado, un hermano Luis García Montero
Votar el 9J en defensa de lo público y en defensa propia
Marine Le Pen pide fulminar la Política Agraria Común, la PAC, uno de los primeros programas europeos y de enorme financiación, que durante seis décadas ha invertido miles de millones en la agricultura y la ganadería, y de la que España se ha beneficiado especialmente.
“Las transferencias financieras de los países ricos del norte a los más pobres del sur y el este de Europa tienen que terminar”, se lee en el programa del Partido por la Libertad (PVV) de Geert Wilders, que ganó las últimas elecciones en Países Bajos. España ha sido, desde su entrada en el club comunitario, en 1986, receptor neto de fondos; es decir, que aquí se ha invertido más dinero que el que se ha aportado a la caja común desde la que se redistribuye para modernizar las regiones europeas y cerrar la brecha entre las más ricas y más pobres.
Alternativa por Alemania (AfD), partido neonazi en alza, quiere acabar con el espacio Schengen, la Europa sin fronteras interiores, y restablecer fronteras nacionales como un método de luchar contra una supuesta invasión migratoria en una Europa (y España especialmente) que necesita más migrantes, más trabajadores que sostengan las pensiones y seguros sociales y más jóvenes. Una actitud así hubiera condenado a los cientos de miles de españoles que emigraron al resto de Europa o América hace décadas y que, a través de su trabajo para sí mismos y sus familias, contribuyeron a la prosperidad de los países que los acogieron.
El informe sobre el mercado interior de Enrico Letta, exprimer ministro socialdemócrata italiano, pide profundizar en el mercado único europeo y multiplicar la inversión para reducir la brecha de competitividad con EEUU y el creciente peso de China. Si EEUU invirtió un 3,5% de su PIB en investigación y desarrollo, o Corea del Sur un 5%, la UE se quedó en un 2,3%. Para cumplir con el pacto verde y ganar autonomía energética, Bruselas estima que es necesaria una inversión de 620.000 millones de euros al año entre fondos públicos y privados.
Los movimientos ultras piden menos Europa, menos instituciones, menos financiación de lo público, ignorando que sólo así se pudo hacer frente a la pandemia del covid y comprar vacunas con eficacia, a la financiación de Ucrania o el despliegue de los fondos europeos que Feijóo critica ahora para atacar a Sánchez, a quien acusa de generar una pesada losa de deuda (por cierto, que él critica a Sánchez por los fondos y al mismo tiempo su candidata, Dolors Montserrat, saca pecho de que ha sido el PP quien los ha conseguido).
Como los euroescépticos han aprendido del Brexit y ya no piden acabar con la UE, hay una cierta tentación de pensar que sus propuestas no son tan peligrosas o, incluso, que los que alertan de sus riesgos lo hacen por intereses electorales espurios.
La Europa que salga de las urnas hará frente a desafíos existenciales para todos nosotros: ¿podemos hacer un descansito y dejar de hablar de Begoña Gómez?
Pero, al mismo tiempo, Europa nunca se había enfrentado a desafíos tan grandes respecto a su seguridad, su modelo económico (de nuevo, la productividad y la competitividad), su autonomía energética o su gestión de los flujos migratorios. Todas estas cuestiones determinan el futuro del modelo social europeo, que con todas sus diferencias entre países, es de lejos el mejor que existe respecto a los que hay fuera de la UE.
Estos retos sólo se pueden afrontar con un gran impulso de lo público, a través de más peso de las instituciones europeas para operar en el mundo como un continente y no como 27 países menores; y a través de una gran inversión, que será imposible sin una sólida palanca pública.
La composición del nuevo Parlamento Europeo es clave. Es posible que las profundas contradicciones que tienen los partidos ultras entre sí les impida articular un proyecto compartido, pero si en conjunto sacan un muy buen resultado sí podrán provocar la parálisis de los demás. Y quedarse como estamos es ingenuo e inverosímil. Aspirar a seguir igual sería retroceder. Estamos, también, ante una batalla ideológica para los que creen en lo público, en la sociedad y en la Unión Europea.
En infoLibre hemos intentado hablar de lo que creemos que toca a través de artículos como este, de los de Jesús Maraña (con el que me he turnado) y de radiografías de asuntos de interés. Cabe preguntarse por la responsabilidad de todos, partidos en primer lugar y medios a continuación, en que no tengan más eco. ¿Cuánto más vamos a seguir hablando de Begoña Gómez o de la amnistía? Quizás podríamos hacer un descansito, aunque fuese de tan solo unas horas, para no desnaturalizar una cita con las urnas que tiene mucho de cuestión puramente existencial.
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