Días de calma

Quien no quiso caer en la mentira, no sea injusto desde la verdad. Repítelo. Es un día de calma. Así comienza un poema de mi libro Las flores del frío. Lo escribí acostumbrado por la vida y por el siglo XX a un diálogo con las ilusiones. No sólo existe el peligro de la derrota sino también la amenazadora perversión de los éxitos. Mientras voy cumpliendo años y la vida se convierte en un aventurado ejercicio de resistencia, me reafirmo en la voluntad de mantener las ilusiones que definen desde la juventud mi personalidad, pero con la conciencia vigilante para que esas ilusiones no sean injustas y pasen a formar parte de la mentira humana más perniciosa. Todo el mundo necesita mirarse en el espejo. Convivo así con mis sueños, pero en habitaciones separadas.

Aprendí esa lección, una vez más, junto a Rafael Alberti. En 1983, por sus mediaciones, fui invitado como joven poeta a una reunión de intelectuales comunistas en Praga. Viaje allí con personalidades a las que admiraba mucho como Marcos Ana, Juan Genovés, Juan Antonio Bardem o Eugenio de Andrade. Fueron días muy productivos, porque además de conocer Praga y conversar con maestros imprescindibles para mí, pude reconocer la perversión del sueño comunista en el estalinismo de un país del Este. A los tres días de congreso, entre himnos, fotografías del gran líder, coros y danzas, Rafael me preguntó mi opinión y yo le contesté que era lo más parecido a la gran España dictatorial de Franco en la que había pasado mi infancia y adolescencia.

Después de esa confesión, le hice a Rafael una broma a la salida de una de las sesiones sobre la paz y las amenazas bélicas. Empujado por la discusión de los bloques y la ética pacifista, afirmó en su intervención que estaba en contra de todos los misiles, ya fuesen rojos o azules. Pensar que una ciudad trimilenaria como Cádiz pudiese desaparecer en un bombardeo por culpa de un conflicto no era más que una barbarie sin justificación, aunque tuviese al lado la base norteamericana de Rota. Tardé poco en asegurarle que se había pasado, que en ese Congreso de Praga defender la paz y comparar los misiles rojos y azules no estaba bien visto. No digas tonterías, me dijo. Y le gustó menos que a la hora de recoger los billetes de vuelta, a mí me diesen el mío, ¡y no encontrasen el suyo en la ventanilla de los participantes! Estaba claro que Rafael Alberti, Premio Lenin de la Paz y figura internacional, tenía su propia oficina de protocolo, pero a mí se me ocurrió decirle que ya le había avisado, que eso de los misiles rojos no gustaba y que no le iban a dejar salir. Qué tontería, respondió. Después me miró y me dijo que no pensaba quedarse solo, que devolviese mi billete hasta que le diesen el suyo. Una sonrisa, bromas y veras.

El viaje a Praga me enseñó en la vida lo que había aprendido en los libros: los sueños se corrompen. Desde entonces me enfrento a cualquier proclama de igualdad social que no vaya acompañada por un deseo de libertad y fraternidad. Eso me ayuda a defenderme contra las mentiras

El viaje a Praga me enseñó en la vida lo que había aprendido en los libros: los sueños se corrompen. Si para mí es inaceptable una defensa de la libertad que no vaya acompañada por un deseo de igualdad y convivencia justa, desde entonces me enfrento a cualquier proclama de igualdad social que no vaya acompañada por un deseo de libertad y fraternidad. Eso me ayuda a defenderme contra las mentiras, sin justificar las corrupciones que se formulan desde una pretendida verdad. Me sirve para pensar el mundo a la orilla del mar, desde China a EE.UU, desde Europa a América Latina.

Años después, en 1989, después de pasar juntos la Nochebuena en Granada, acompañé a Rafael a Almería. La vida de su hermana Milagros se apagaba y quería despedirse de ella y darle un abrazo a su sobrina Teresa. Cuando volvimos a mi casa en Granada, nos asaltó en la televisión la noticia del golpe de Estado que acabó con la dictadura de Ceausescu y su ejecución. Rafael empezó a recordar, hablamos de lo humano y de lo humano. Me permití recordarle que Pablo Neruda había escrito en Fin de mundo una denuncia contra la perversión de los sueños. Sin dejar de ser comunista, había denunciado a Stalin. Por su culpa había un ahorcado en cada jardín de la Unión Soviética. Le sugerí que escribiese también su poema desde la democracia española. Después de recordarme algunos episodios de la Guerra Civil, el abandono de las democracias europeas y su visita a Stalin para pedir ayuda, me dijo que ese poema contra el estalinismo debía escribirlo yo, joven poeta de la nueva izquierda.

Y una vez más seguí su consejo. En medio del oleaje, a la orilla de los hunos y los hotros, no he hecho otra cosa en la vida.

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