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Verso Libre

El perdón, los pecados y la historia

Luis García Montero nueva.

Extrañarse de que un católico pida perdón por sus pecados es desconocer el sentido del sacramento de la confesión. Extrañarse de que una política neoliberal se sorprenda ante la necesidad de repensar el pasado es desconocer que su concepto del tiempo supone una mercancía: se parece mucho a los objetos de usar y tirar. Con los asuntos de la memoria conviene tener cuidado porque tanto el olvido como el anacronismo son dos estrategias peligrosas de la deshonestidad. Ya nos lo advirtió Tzvetan Todorov en su ensayo Los abusos de la memoria, una advertencia muy útil para los que preferimos el trabajo de los historiadores al orgullo de los demagogos. La defensa de los derechos humanos en el presente resulta más provechosa que las sublimaciones interesadas del pretérito imperfecto.

El trabajo de los historiadores sirve para conocer el pasado y, de alguna manera, para despedirse dignamente de él, impidiendo la utilización manipulada de antiguas referencias en la legitimación de nuevas injusticias. Se trata de que la memoria no se convierta en una falsificación que paralice la voluntad progresista de la sociedad y que convierta la sublimación del ayer en un proceso de falsificaciones. Y es que tenemos demasiados ejemplos de los trampantojos del recuerdo y los engaños de perspectiva en nuestra historia.

Cuando Mussolini evocó con orgullo el Imperio Romano, no quiso invitarnos al recuerdo y la valoración de una época histórica. Lo que pretendía era legitimar el autoritarismo fascista en sus proyectos para Italia. Y cuando Franco se sintió orgulloso de Isabel y Fernando, no pensaba en comprender las luchas entre los antiguos señores feudales y los primeros esbozos del Estado moderno, sino que volvía al siglo XV para embellecer las crueldades de su dictadura. No deja de ser injusto que, además de las responsabilidades propias de su época, se carguen en Julio César o Isabel La Católica las barbaries del siglo XX.

La otra cara de la moneda tampoco resulta tranquilizadora. Con un siglo XX tan cercano, el anacronismo de pedir al siglo XV comportamientos democráticos es sospechoso. Tenemos demasiado cerca los campos de exterminio nazis, los crímenes contra los judíos, las bombas atómicas, las purgas y masacres del estalinismo, las dictaduras de Pinochet y Videla… Pedir comportamientos respetuosos a los personajes de siglos distantes provoca inquietud. La historia del ser humano no es un modelo de dignidad que podamos recordar sin precauciones. Se ha llegado incluso a utilizar el sacrificio de las víctimas para fundar nuevos modos de crueldad. La memoria de los crímenes del nazismo ha servido para legitimar los crímenes contra los palestinos y los crímenes contra los palestinos se invocan para suavizar la crueldad de los ataques terroristas del fundamentalismo islámico.

Sin dejar a nadie atrás

Sin dejar a nadie atrás

La mejor manera de salvarse de este entramado de manipulaciones de la memoria, un entramado que suelen utilizar los nuevos caudillos al imponer sus orgullos y sus poderes, es dar la palabra a los historiadores y apostar en el presente por la Declaración Universal de Derechos Humanos. Somos tan herederos de la complejidad de los procesos históricos que resulta hasta difícil saber quién tiene que pedir perdón y a quién hay que pedir perdón. Como granadino, no sé si la reina Isabel la Católica me debe pedir perdón a mí por lo que le hizo a Boabdil, o Boabdil por lo que le hacía a los granadinos antes de que llegaran los cristianos, o quizá soy yo, como descendiente de cristianos, judíos y árabes, el que debe pedirle perdón a alguien. La verdad es que ahora sólo me siento con ganas de pedir perdón como europeo a los miles de cadáveres que flotan en el mar Mediterráneo por culpa de las injusticias del mundo al que pertenezco.

Estudiar el pasado sirve para comprender las razones históricas de las injusticias que se cometieron y para destacar los esfuerzos sucesivos en favor del respeto, los valores de la democracia y los derechos humanos. Como no soy creyente y he estudiado mil historias tristes de la Iglesia por lo que se refiere a la literatura española, escribo este artículo para agradecerle al Papa Francisco sus palabras contra la imposición violenta de un sentimiento religioso. Los que han leído un solo libro son más inquietantes que los lectores que tienen la costumbre de la variedad. Estoy más cerca del papa cuando piensa con dignidad pacífica su religión que de los orgullosos patriotas dispuestos a no pensar democráticamente la historia de su país. Manchan los mejores vínculos con la prepotencia de su impunidad.

En la memoria y el olvido, lo que está siempre en juego es el futuro. Hay que tener cuidado con los caudillos.

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