Democracia pixelada. Post cero

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Hoy tengo el honor de estrenar este espacio en infoLibre. Hace unos días, la Audiencia Nacional condenaba a un año de cárcel a Cassandra, de 21 años, por difundir chistes sobre el asesinato de un presidente de la dictadura franquista ocurrido hace más de cuarenta años. Antes fue el cantante César Strawberry, también condenado a prisión, también por su humor negro, también en Twitter, esta vez por el Supremo.

Pese a la existencia de leyes mordaza, no creo sea atinado tildar de amordazada ni de falsa a esta democracia, como si hubiera otra verdadera.verdadera Hoy, discursos críticos de denuncia acceden al prime-time televisivo casi a diario, gozan de espacio en diarios digitales como este (digo bien, digitales más que impresos) e incluso juegan con ventaja numérica en redes sociales. Condicionada, mediada tal vez, figurativa incluso. Más presentada y representada que desarrollada en su propia extensión, sin duda.

O quizá pixelada. Difuminada, sí, de baja definición. Reconocible en tanto que inacabada. Más tocante a la lógica del simulacro baudrillardiano que a la separación de poderes de Montesquieu. Separación hay, claro: quienes mandan sobre los que mandan, los corruptores, se mantienen distantes de urnas y cámaras, a las que se enfrentan los corrompibles, los que forman gobiernos bajo el Gobierno de los mercados. Estos representan a aquellos, de los que apenas tenemos representaciones.

Toda representación digital está compuesta por píxeles, unidades codificadas que tejen imaginarios complejos. Hablamos de alta definición cuando la trama es lo suficientemente fina para no ser detectada por el ojo humano. La imagen de gran calidad iguala, incluso suplanta lo real.

Pixelada porque, si es relevante cómo y qué se decida en los parlamentos, más lo serán las percepciones colectivas de cuanto ahí acontezca, su relato mediatizado. Porque el juego de lentes y pantallas que crean ese relato coproduce también nuestras identidades en relación a la institución. Porque es el relato de la corrupción infinita el que descompone hasta el hedor el cuerpo institucional y su vínculo social. Porque la verdad se disipó hace tiempo en la pugna de relatos y contrarrelatos.

Pixelada, de contornos difusos. Que con una mano nos permite estudiar a hijos de familias humildes, pero con la otra nos amordaza después como periodistas en función de lo que impriman nuestros píxeles, si por ejemplo pretendemos que muestren a quienes en Tarajal disparan a refugiados en busca de refugio. Hipertrofiada de ruido publicitario mientras jibariza el derecho constitucional a la comunicación social y al servicio público de radiotelevisión.

Democracia vaga, atenuada, carente de soberanía. Que aceptó priorizar en su texto fundacional, su Carta Magna, el pago de intereses de deuda antes que cualquier inversión en urgencias democráticas. Porque los píxeles que recogen la norma de normas fueron alterados con urgencia y estividad en el ocaso de un gobierno desacreditado, democrática pero ilegítimamente —¿referéndum? sería un exceso— para satisfacer al eje París‑Berlín‑Mercado. Porque en instantes densos y calientes como aquél apenas es reconocible, pierde toda nitidez, como los rostros infantiles en los telediarios, como los genitales en el cine japonés.

Las portadas de los diarios más leídos calificaron con sus píxeles aquella reforma como “chapuza necesaria”. Descartaron el relato de las plazas, que seguían aún ocupadas por un demos perplejo, indignado ante la nueva traición de sus propias instituciones. Para tomar las plazas poco antes, we the people, tuvimos primero que agarrar los píxeles para arraigar, armados de pantallas móviles, en el físico calor del asfalto. Nuestra indignación logró hackear la pixelada construcción de la actualidad sólo asaltando a la vez la dispersa red virtual y el centro físico concreto, el Kilómetro Cero del Reino (hoy por cierto ya liberado de la marca de telefonía que sellaba su sometimiento a la lógica marquetiniana).

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Hoy comienza este camino, gracias por estar aquí. Esta bitácora registrará itinerarios por esa red de ágoras físicas y virtuales que articula este (des)orden democrático. Cruzaremos urnas y platós, muros y timelines, calle y radioespectro, antenas y despachos. Desde los bien y mal llamados populismos que emergen de Norte a Sur, hijos del diktat financiero, hasta el hundimiento de la antaño sacrosanta objetividad periodística y el rigor académico en los turbulentos lodos de las #FakeNews, los alternative facts, la evaluación al peso y la desfachatez intelectual.

Cautivas y apantalladas las milicias intelectuales de la Ilustración, el Diccionario de Oxford certifica que habitamos la era de la postverdad, este galimatías fragmentario que Omar Calabrese bautizara como Neobarroco, esta encrucijada donde confluyen el amor líquido de Bauman con el duro impacto antropocénico de Crutzen, el declive de lo público y la corrosión del carácter advertidas por Sennett, la sociofobia de Rendueles, el naufragio antropológico de Fernández Liria y Alba Rico, el cambio climático y el colapso energético advertidos por la comunidad científica, este gran desastre con muchos más nombres que soluciones.

Y sin embargo el retorno de Gramsci, las nuevas gramáticas de Germán Cano, sus horizontes contra el desencanto junto a Jorge Alemán, las alianzas inesperadas de Villacañas. Y al mismo tiempo, en el ocaso de este ciclo de revolución neoliberal, alguien acierta la tecla que transforma la resaca en el mayor salto electoral (o sea democrático y pixelado) en la historia reciente de las izquierdas de este país. ¿Izquierdas? De l@s de abajo, dejémoslo ahí ahora. Levantamos una excepción a contracorriente de la tendencia europea a la xenofobia, conquistamos una visibilidad hasta hace poco impensable para después derrapar en desconcertantes virajes ante la Vista (Triste) de millones de personas. Sobre todo de quienes no hicimos sino dejar las energías que nos quedaban y las que no en empujar ese proceso. Tenemos que hablar. También de ello tenemos que hablar.

Hoy tengo el honor de estrenar este espacio en infoLibre. Hace unos días, la Audiencia Nacional condenaba a un año de cárcel a Cassandra, de 21 años, por difundir chistes sobre el asesinato de un presidente de la dictadura franquista ocurrido hace más de cuarenta años. Antes fue el cantante César Strawberry, también condenado a prisión, también por su humor negro, también en Twitter, esta vez por el Supremo.

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