Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
El día en que no murió Ramón Lobo
Se dice que ha muerto Ramón Lobo, por el doble cáncer que le detectaron hace un año y por otras dolencias también muy graves. Y que se ha ido como vivió, ejerciendo el oficio del periodismo las veinticuatro horas del día y enseñando a todo aquel que quisiera leer y escuchar la mejor forma de amar la vida: con un humor negro a prueba de cenizos, con un optimismo de la voluntad que nunca perdió el ancla de la realidad, con una demostración de valentía ante la muerte inconcebible en un hipocondríaco obsesivo como era.
No es este el lugar para detallar una carrera larga y ejemplar como corresponsal de guerra que le llevó a Bosnia, a Sierra Leona, a Haití, a cualquier lugar en el que la vida valía muy poco y el buen periodismo tenía (y tiene) la misión de contar el conflicto desde la mirada de quienes lo sufren, sin dejarse guiar por las distorsiones de quienes lo provocan o sacan provecho. Ramón estuvo siempre donde debía estar y lo arriesgó todo para cumplir su obligación. Quien no siguiera sus crónicas puede comprobarlo en alguno de sus testimonios imprescindibles: ‘El héroe inexistente’ o ‘Cuadernos de Kabul’, por ejemplo. Incluso en su novela (o ensayo novelado) ‘El día en que murió Kapuscinski’.
Tampoco es este el lugar para descubrir los rasgos más íntimos de Ramón. Pienso en sus amigos y colegas más cercanos, su tribu, su (gran) familia: Gervasio Sánchez, Olga Rodríguez, Guillermo Altares, Javier del Pino… Ellas y ellos conocen y transmiten infinitamente mejor el legado de un Lobo nada solitario.
La capacidad de Ramón para contagiar su vitalidad, su solidaridad, su complicidad en todas las causas evidentemente justas es (creo) indiscutible
Así que me limito a resumir lo que he vivido en directo con el único objetivo de añadir una pizca más de luz en la historia de un compañero inolvidable, de un tipo de esos que cuando dice que se va sólo puedes pensar en el privilegio que supone haberlo conocido. En 2012, cuando Ramón fue despedido de El País, le ofrecí sumarse al proyecto en marcha de infoLibre y tintaLibre. Le expliqué lo que pretendíamos, los limitadísimos recursos con los que contábamos, y le garanticé la absoluta libertad con la que podría escribir cada semana sobre los asuntos internacionales (y después también nacionales) más candentes. Aceptó y creó la sección Muros sin fronteras, buscando siempre la excelencia, el rigor y la originalidad (ver aquí). Él mismo eligió en todo momento la extensión, la periodicidad, los lugares donde merecía la pena poner el foco. Con la profundidad que un periodista honesto exige, sin ceder a la tentación del latigazo ruidoso o del tuit más celebrado. Y conste que Ramón ha sido un activista intenso en Twitter, pero siempre huyendo del puro desahogo o el titular facilón. Soportó a los haters con la misma elegancia con la que agradeció los elogios.
Vivió, analizó y contó la crisis de los medios (que no del periodismo) con una claridad y contundencia meridianas. Compartí con él actos y charlas en distintos lugares y siempre consiguió emocionar al público con el relato de sus vivencias personales y con la convicción de quien cree que este oficio no puede morir nunca si queremos que la democracia sobreviva.
Le llamé a principios de abril para invitarle al acto del décimo aniversario de infoLIbre. Imposible olvidar su respuesta: “No he acudido a ningún acto en estos meses. Ese mismo día me dan los resultados del último TAC. Si son buenos, allí estaré”. Verle aparecer en la entrada del Espacio Larra fue la mayor alegría de ese 11 de abril. Se lo transmití al oído con el largo abrazo, porque interpreté que a partir de ese día todo iría a mejor. “Esto no ha acabado, pero ya sabes que no me voy a rendir fácilmente”. Y no lo ha hecho. Ha ido contando su pulso con la enfermedad con una naturalidad y un realismo que nos conmovían y al mismo tiempo nos resultaban (quizás deseáramos que fueran) irreales.
La capacidad de Ramón para contagiar su vitalidad, su solidaridad, su complicidad en todas las causas evidentemente justas es (creo) indiscutible. La empatía que practicaba y suscitaba a la hora de movilizar sentimientos quedará en la historia de Madrid con su iniciativa para que todas y todos los lectores de Almudena Grandes acudieran al cementerio civil de La Almudena ‘armados’ con un libro de la autora a la que admirábamos y queríamos. Y así fue. Una emoción personal y colectiva imborrable.
Ganó los premios que más puede desear un corresponsal, muy especialmente el ‘Cirilo Rodríguez’, del que además siempre fue un referente cuya opinión no podía ser ignorada, por la consistencia de los argumentos y por la pasión en su defensa. Pero el mejor de todos los galardones a los que Ramón podía aspirar es el de la lectura de su obra: la periodística, la narrativa, la ensayística… Y ha dedicado sus últimos meses y semanas de vida a concluir un nuevo libro que devoraremos, seguro, con esa mezcla de tristeza y alegría que produce decir adiós a alguien admirado y querido, pero con el inmenso orgullo de haber disfrutado un trocito de su vida y un testimonio escrito que lo hará eterno.
Gracias, Ramón, por tanto. Se dice que has muerto este miércoles, 2 de agosto, pero en infoLibre y tintaLibre ya vives para siempre. Como en la memoria y el corazón de tantos corresponsales, amig@s, colegas, estudiantes… periodistas.
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