Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Cementerios
En la isla de El Hierro, los cementerios se han quedado pequeños después de un año de entierros. En la localidad de El Pinar, de apenas 1825 habitantes, reposan, por ahora, los cuerpos de 30 migrantes mientras los ayuntamientos vecinos se han visto obligados a albergar a las víctimas del terrible naufragio de un cayuco en el que perdieron la vida más de medio centenar de seres humanos, recién iniciada la semana. Las autoridades buscaban el lunes la manera de instalar una carpa refrigerada para conservar los cadáveres. Y mientras se rastreaba en el mar para encontrar a los 48 desaparecidos en la tragedia, 77 personas más arribaban a puerto en otro barquichuelo imposible. Suma y sigue. Y más que fueron llegando en días sucesivos… Es un ir y venir sin parar hacia El Hierro.
La cruda realidad me ha hecho reflexionar acerca de este cruce de vivos y muertos avanzando hacia un destino fatal para muchos, difícil y esperanzador para todos quienes lo protagonizan, y logran superar los peligros reales de un mar que no distingue de razas o religión pero que implanta sus reglas de exterminio a quien lo desafía.
La promesa de futuro, que viaja en cayuco, choca contra la muralla despiadada que levanta la derecha y la visión radical, xenófoba e inhumana de la ultraderecha, en España y en casi todos los países desarrollados. Son muros de incomprensión y negación, de odio y rencor acumulado en quienes, en gran medida, han (hemos) sido causantes de este atropello a la humanidad.
En nuestro país se ha encapsulado la política, volviéndose en contra de una realidad que se desconoce y se rechaza. Lo de menos es la verdad, la ética, la moralidad y la buena convivencia, si estas contradicen los intereses espurios por alcanzar el poder. Todo es válido para rascar un espacio electoral. Entre todos, el PP va más allá y está determinado a demostrar que para ellos no importan los límites o cordones sanitarios con las posturas facciosas. Si es necesario, se asumen y así, hablan de enviar barcos militares al océano para combatir a hombres, mujeres y niños que empuñan dos armas sumamente peligrosas: la desesperación y el miedo. Tal “amenaza” hace preciso que se aplique mano dura, para la formación que lidera como puede Alberto Núñez Feijóo, y de esta forma salvar a la civilización occidental. ¡Porca miseria!
Se ha encapsulado la política, volviéndose en contra de una realidad que se desconoce y se rechaza
En un pulso absurdo y barato, el PP se negó a aprobar la reforma de la Ley de Extranjería, para cobrarse una muesca más en la culata, sobre las normas que no consigue sacar adelante el Ejecutivo. Vamos, para que Sánchez muerda el polvo.
“… Le aseguro, ahora como diputado, que en el Congreso de los Diputados el señor Sánchez no para de perder votaciones. Ya hemos superado las 35 ocasiones”, se vanagloriaba Feijóo en una entrevista publicada el pasado lunes en La Vanguardia. Me pregunto si se sentirá más realizado por eso. Está claro que no importa si esas leyes o iniciativas eran favorables, como lo eran, o si pretendían mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Lo principal es que caiga el oponente.
Para colmo de cinismo, Feijóo añadía: “Mi país (es decir el nuestro) lleva seis años sin hacer política útil, sin implementar una sola reforma estructural y viviendo además de la división y del enfrentamiento”. Pero esto ni siquiera es verdad. Es sabido que, para dividir y enfrentar, hacen falta al menos dos. Y en esta ocasión, el partido de Feijóo pierde la ocasión de hacer propuestas constructivas y dejar ver su valía. Frente a esa política deseable, la dinámica, por el contrario, se basa en la provocación y en impedir cualquier opción diferente a la suya propia. La política de consenso necesaria en toda sociedad democrática, para él no existe.
El absurdo
Eso determina que las prioridades de la oposición nos sumerjan en el absurdo. El PP va a lo suyo en una Europa y un mundo en que Israel extiende sus hostilidades tras la masacrada Gaza, lleva la muerte a Beirut, la destrucción a Yemen, y, en una escalada vertiginosa, la guerra a toda la región. Hasta llegar al escenario buscado; con Irán dando respuesta; con el soporte ominoso de EEUU a Israel. Pero nuestra derecha patria obvia la difícil situación, plantea necesidades extrañas, haciendo suyos problemas de otros, sin prever las consecuencias: Ataca a empresas que trabajan, por ejemplo, en Venezuela, pero le parece bien que lo hagan en China, Libia, Qatar, o en Arabia… países que como es conocido son “democracias consolidadas”. En esa línea de sinrazón insultan y descalifican o consideran prioritario nombrar presidentes legítimos en naciones ajenas, sin preocuparse por el deterioro de la política interna de la que sí son corresponsables.
En Europa, no parece sin embargo que les inquiete el tremendo avance de la ultraderecha en Austria, o al menos no lo explicitan, o tampoco les importa votar de la mano de los partidos que la representan en el Parlamento Europeo. Ni tampoco el alarmante desprecio que ostenta Estados Unidos por el Derecho Internacional, como se ha visto con el asesinato de Nasralá en Beirut, calificado por Joe Biden como “forma de justicia”. Aunque ya tenemos el antecedente de Bin Laden, igualmente ejecutado en tiempos del presidente Obama sin que pudiera rendir cuentas de sus crímenes ante un tribunal. Los vengadores sin ley se equiparan a los asesinos a los que persiguen haciéndose partícipes del gran desorden y agonía de nuestro mundo.
Todo ello con el fondo de unas Naciones Unidas que cada vez labran un mayor descrédito y una agonía casi absoluta. Baste la insolente presencia de Netanyahu y de Milei en su Asamblea General, el uno simultaneando su discurso con la orden de bombardeos, el otro denostando al propio organismo reclamando su desaparición. El sentido común y la moral nos deberían llevar a repudiar tales comparecencias.
Un futuro desalentador
Cabe preguntarse qué pasaría de alcanzar la derecha el bastión de la Moncloa. Con los migrantes, cuya desaparición es ahora el gran estandarte en que se envuelven los conservadores, tenemos algunas pistas. El presidente popular acudió a Italia para aprender de la presidenta Giorgia Meloni, quien envía a estos desafortunados a Albania previo elevado pago. ¿Dónde tramará el político gallego recluir a quienes llegan en similares circunstancias a nuestro país? Las antípodas no están lo suficientemente lejos.
Para la derecha, lo urgente es quitar de la vista a estas personas. Encerrarlos y tirar la llave, que no se conozca que están hacinados de mala manera, enviarlos a la nada como pretende la presidenta madrileña construyendo un edificio para menores en un lugar alejado y donde se ignore lo que pueda ocurrir, así sean los malos tratos denunciados en Canarias contra niños y adolescentes, en alguno de los centros que los alojan.
En cuanto a los asuntos bélicos, son temas delicados y los asesores de Génova, 13 consideran seguramente que es mejor no posicionarse, no sea que gane el otro y acaben enfrentados cuando por fin se consiga el Gobierno, objetivo real al que dirigen sus esfuerzos.
La memoria, en algunos casos, es muy frágil y la epidermis de rinoceronte que visten lo populares lo asume todo
La política ficción que ejerce la oposición es asunto delicado y complejo. Ante todo, y siguiendo la estela de Rajoy, no hay que entrar en pugna contra los poderosos. La alarma que se encendió en tantos otros temas, como las investigaciones bajo cuerda del Ministerio de Interior o el tema de la corrupción por la que el partido fue condenado mediante sentencia íntegramente ratificada por el Tribunal Supremo, ya importan poco, más allá de decir que son agua pasada. La memoria, en algunos casos, es muy frágil y la epidermis de rinoceronte que visten lo populares lo asume todo. Qué más da que Cataluña haya vuelto a ser un territorio agradable en el que la preocupación mayor sea el bienestar social. Lo determinante es encender la mecha del polvorín para incendiarlo, establecer la idea del malestar y profundizar en las llagas sociales obtenidas, en muchos casos, con la ayuda inestimable de la suprema justicia, que, salvo excepciones, siempre está al quite.
Nichos
Lo que me sigue preocupando, lo que no me deja dormir, es esa imagen de que mientras los políticos mecen sus sueños de gloria, en la isla de El Hierro los cementerios no tienen nichos para tanto muerto y la constancia de que, según estoy escribiendo estas líneas, decenas de personas están jugándose la vida a bordo de una embarcación de juguete, huyendo de la precariedad, en manos de organizaciones criminales o de gobiernos que, si son devueltos, los pondrán en el desierto hacia una muerte más que segura.
Pero, si logran alcanzar nuestro pretendido paraíso, ¿cuál será el futuro que les espera? El panorama presente es el de unas políticas hostiles que revierten en ellos como causantes de todos sus males, males que, en realidad, son consecuencia de la falta de políticas humanas sostenibles.
Lo anunciaba así el escritor y Premio Nobel José Saramago, con verbo justo y preciso:
“Los sobrevivientes de los nuevos naufragios, los que pusieron pie en tierra y no fueron expulsados, tendrán a su espera el eterno calvario de la explotación, de la intolerancia, del racismo, del odio por su piel, de la sospecha, de la humillación moral. El que antes había sido explotado y perdió la memoria de haberlo sido, explotará. El que fue despreciado y finge haberlo olvidado, afinará su propia manera de despreciar. Al que ayer humillaron, humillará hoy con más rencor. Y ahí están, todos juntos, tirándole piedras al que llega a la orilla de acá de este Bidasoa, como si nunca hubiesen emigrado ellos, o los padres, o los abuelos, como si nunca hubiesen sufrido de hambre y de desesperación, de angustia y de miedo. En verdad, en verdad os digo, hay ciertas maneras de ser feliz que son simplemente odiosas”.
Por su parte, el poeta sevillano del la Generación del 27 Luis Cernuda, desde su exilio inglés, evocaba un idílico cementerio andaluz en su poema “Elegía anticipada”.
En la primera estrofa nos ofrece una visión panorámica del privilegiado enclave de este campo santo:
“Por la costa sur, sobre una roca
alta junto a la mar, el cementerio
aquel descansa en codiciable olvido
y el agua arrulla el sueño del pasado”.
En la última, concluye:
“El recuerdo por eso vuelve hoy
al cementerio aquel, al mar, la roca
en la costa del sur: el hombre quiere
caer donde el amor fue suyo un día.”
Desgraciadamente, el cementerio malagueño evocado por el poeta no es el que ahora acoge miles de cuerpos inertes de mujeres, hombres, niños y ancianos procedentes de África, sino que se enclava en las fosas atlánticas y mediterráneas en las que no existen nombres ni lápidas y el recuerdo de las víctimas acaba engullido por políticas migratorias inhumanas, racistas y xenófobas.
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Baltasar Garzón Real es jurista y autor, entre otros libros, de 'Los disfraces del fascismo'.
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