I.- La conquista de la democracia y el final de la dictadura cambiaron el curso de la Historia de España. Hoy nuestro país no es diferente a las demás naciones de la Unión Europea, pero sí lo ha sido en el pasado. Todos los países europeos occidentales, con los que podamos compararnos, han conocido guerras, revoluciones y algunas dictaduras, pero ninguno ha sufrido, en el plazo de cien años, cuatro guerras civiles y dos dictaduras que han cubierto más de cincuenta años del siglo XX. De otra parte, ningún régimen democrático había durado en España más de seis o siete años, y fuimos los primeros en perder varias guerras coloniales en América Latina y la de 1898 frente a los EEUU, sin contar las de Ifni y el Sáhara. Por consiguiente, se puede afirmar que la Constitución de 1978, expresión institucional de nuestra democracia, rompe con esa desgraciada historia y, por primera vez, se consolida un sistema de libertades que dura ya más de cuarenta años. Por cierto, una Constitución que no solo resiste la comparación con las de los países de la UE, sino que, en mi opinión, es de las más avanzadas de todas ellas. No hay más que comparar el lugar preeminente que ocupan los grandes movimientos sociales –sindicales y empresariales–, o la tabla de derechos fundamentales –entre ellos el de huelga– ejecutivos y no meramente declarativos, como era usual en el pasado. No existe ninguna constitución en Europa que otorgue a los sindicatos el lugar destacado de la nuestra. Por eso me ha parecido siempre un error de bulto el que, desde sectores de la izquierda, no se valore en lo que vale nuestra Ley de Leyes. Lo que demostraría que o no se la han leído o que ignoran que fueron las fuerzas progresistas, y dentro de ellas los movimientos sindicales y estudiantiles, quienes más la pelearon y conquistaron. Luego fueron los partidos políticos, en el Parlamento constituyente, los que negociaron y dieron forma a esa Constitución, que fue votada masivamente por el pueblo español. Una primera mutación sin la cual las demás no podían producirse.
II.- Sin embargo, no solo de libertades reconocidas en un texto viven los seres humanos, y cuando se conquistó la democracia en 1978, en España no existía un Estado social o de bienestar como el actual y hoy vigente en los países avanzados de Europa occidental. Eso sí, mientras estos últimos, a partir de los años cincuenta del siglo pasado, fueron construyendo el Estado social, nosotros tuvimos que esperar cuarenta años para empezar a levantar el nuestro. Auténtico avance que es de justicia colocar en el haber de las fuerzas políticas, en especial de las izquierdas mayoritarias. Todo ello en coherencia con la definición de nuestro Estado, que se recoge en el art. 1º de la Constitución cuando afirma que España se constituye “como Estado social y democrático de derecho”. Un Estado social y democrático que supone un gran salto respecto al pasado, pues además de comprender las libertades de las constituciones tradicionales, le suma o añade los derechos sociales, componente esencialísimo de una constitución avanzada como la nuestra. Y hay que valorar, igualmente, que estos derechos sociales –educación y sanidad universales y gratuitas, pensiones, etc.– no existen, en la práctica, al margen de la UE, salvo raras excepciones, en ninguna otra parte del mundo. Un avance civilizatorio que es mérito de la política, de los políticos, de los partidos y fuerzas sociales que han empujado en esa dirección.
III.- La tercera gran mutación ha sido nuestro ingreso en lo que hoy se llama la Unión Europea. España siempre ha sido una parte esencial de Europa y de su historia. Tuvimos la particularidad de ser invadidos por el Islam en el 711 y tardamos más de siete siglos en reconquistar la totalidad del territorio hispánico, lo que no quiere decir que a lo largo de ese larguísimo periodo la historia de la península no estuviera ligada, en diferentes momentos, a la historia de Europa. No hay más que recordar, entre otros episodios, la decisiva batalla de las Navas de Tolosa –o de Úbeda– en 1212, en la que participaron, además de los reinos cristianos de la Península incluido el portugués, tropas procedentes de Francia y otros lugares de Europa. Luego, durante dos siglos, a través de la dinastía de los Habsburgo, fuimos actores destacados, sobre todo en guerras, de la historia del continente. Con el Tratado de Westfalia y, sobre todo, a partir de la guerra de Sucesión y la pérdida de las colonias americanas, nuestro papel se fue difuminando en la arena internacional, hasta el punto de que no participamos en ninguna de las grandes contiendas europeas y mundiales del siglo XX. Y no precisamente porque fuéramos una nación pacifista, sino por nuestra gran debilidad como país y nuestra extraña “habilidad” para transformar las guerras europeas en guerras civiles. De tal mala suerte que cuando terminó la guerra del catorce no pintamos nada en el Tratado de Versalles y posteriores acuerdos que moldearon Europa. Y cuando concluyó la IIª Guerra Mundial, la dictadura no solo colocó a España en el lado equivocado, escorada hacia las potencias del Eje, sino que la dejaron fuera de las Naciones Unidas, cual nación apestada por sus connivencias con Hitler y Mussolini. Más tarde, como consecuencia de esta triste historia, nuestro país se quedó fuera del Tratado de Roma de marzo de 1957, origen de la actual UE. De esta amarga manera, por causa de la maldita dictadura, quedamos marginados, una vez más, del acontecimiento más trascendente de la historia contemporánea de Europa. No fue hasta 1986, treinta años más tarde, cuando el Parlamento democrático español, por unanimidad, nos entroncó y vinculó de nuevo con Europa y su Historia, anclando a España, espero que para siempre, en el destino de la UE. Este acontecimiento decisivo lo logró la democracia, la política, los partidos y las fuerzas sociales que lo apoyaron. Con este acto, se consumó la tercera mutación de nuestra historia, junto con la conquista de la democracia y con la construcción del Estado social.
IV.- Sin embargo, donde el país ha fallado ha sido en lo que califico de “cuarta mutación pendiente”, es decir, en la modernización de nuestro sistema productivo o económico, hasta los niveles de los países avanzados de Europa. El capitalismo español, expresión de una determinada burguesía, adolece de debilidades y deformaciones evidentes, que no han sido superadas de manera suficiente durante el periodo democrático. No se trata, en estas breves líneas, relatar la historia del capitalismo nacional. Solo dejar señaladas las que entiendo que son sus principales disfunciones o debilidades. La primera de todas, la escasa inversión en I+D+i, que, si ha sido escuálida la totalidad, la parte aportada por las empresas privadas ha sido ínfima a lo largo de los años. Del 1,24% del PIB, la mayor parte ha sido siempre de la inversión pública, y el I+D+i es la palanca y fundamento de toda modernización de la economía. Luego, y como consecuencia de lo anterior, trae causa nuestra debilidad industrial. Como parte de la riqueza nacional, la industria se encuentra por debajo del 14% del PIB, muy inferior a Italia, Suecia o Alemania. Esta anorexia en investigación, innovación e industria ha conducido a bajos índices de productividad del sistema. El exceso, durante años, en inversiones en el sector inmobiliario, ligado al financiero y, más tarde, al turismo, ha estado en la base de nuestra vulnerabilidad, como quedó acreditado en la crisis del 2008 y luego con ocasión de la pandemia del covid-19. Además, somos el país en el que abunda más el minifundio empresarial, con un océano de pymes y micropymes. En una palabra, mientras contamos con notables y meritorios sectores avanzados que compiten en los mercados en condiciones adecuadas, todavía subsisten amplios sectores económicos, lo que llamo el “capitalismo cutre”, que suponen un lastre para el conjunto del sistema. Un capitalismo que intenta competir en bajos salarios; se ampara en la economía sumergida; con contratos a media jornada y trabajo a jornada completa; que transforma los periodos de prueba sucesivos en eventualidades; que elude el pago de los impuestos; que subcontrata hasta el infinito; que practica el uso de los falsos autónomos, por mencionar solo algunas trapacerías.
Donde el país ha fallado ha sido en lo que califico de “cuarta mutación pendiente”, es decir, en la modernización de nuestro sistema productivo o económico
V.- No obstante, la mayoría de los medios de comunicación nunca critican estas deficiencias o ilegalidades, y mucho menos si las mismas tienen su origen en las grandes empresas, muchas de ellas auténticos oligopolios. Por lo visto, la culpa de todo la tiene la política, los políticos, los partidos, sobre todo cuando están en el Gobierno y son de izquierdas. Quizá la razón de ello radique en que los medios no dejan de ser empresas y tienen intereses, lógicamente, empresariales, conectados con esos grandes oligopolios nacionales o extranjeros. Y, de otra parte, porque viven de la publicidad, y esta quien la contrata es precisamente esas grandes corporaciones, ya sean de las finanzas, la energía, las grandes cadenas de hostelería, la obra civil o el comercio. Sería conveniente que los medios, y los que en ellos trabajan, comprendieran algún día que, si su función es informar y controlar el poder, entendieran que el Gobierno, los partidos, no son el único poder y, en ciertos aspectos importantes, tampoco el más decisivo. Parece que la Comisión Europea está estudiando cómo atajar el decisivo asunto de garantizar una información plural y veraz, sin intromisiones espurias. Espero que no se fije solo en las procedentes del poder político, sino también en las del poder económico, más difíciles de evitar.
I.- La conquista de la democracia y el final de la dictadura cambiaron el curso de la Historia de España. Hoy nuestro país no es diferente a las demás naciones de la Unión Europea, pero sí lo ha sido en el pasado. Todos los países europeos occidentales, con los que podamos compararnos, han conocido guerras, revoluciones y algunas dictaduras, pero ninguno ha sufrido, en el plazo de cien años, cuatro guerras civiles y dos dictaduras que han cubierto más de cincuenta años del siglo XX. De otra parte, ningún régimen democrático había durado en España más de seis o siete años, y fuimos los primeros en perder varias guerras coloniales en América Latina y la de 1898 frente a los EEUU, sin contar las de Ifni y el Sáhara. Por consiguiente, se puede afirmar que la Constitución de 1978, expresión institucional de nuestra democracia, rompe con esa desgraciada historia y, por primera vez, se consolida un sistema de libertades que dura ya más de cuarenta años. Por cierto, una Constitución que no solo resiste la comparación con las de los países de la UE, sino que, en mi opinión, es de las más avanzadas de todas ellas. No hay más que comparar el lugar preeminente que ocupan los grandes movimientos sociales –sindicales y empresariales–, o la tabla de derechos fundamentales –entre ellos el de huelga– ejecutivos y no meramente declarativos, como era usual en el pasado. No existe ninguna constitución en Europa que otorgue a los sindicatos el lugar destacado de la nuestra. Por eso me ha parecido siempre un error de bulto el que, desde sectores de la izquierda, no se valore en lo que vale nuestra Ley de Leyes. Lo que demostraría que o no se la han leído o que ignoran que fueron las fuerzas progresistas, y dentro de ellas los movimientos sindicales y estudiantiles, quienes más la pelearon y conquistaron. Luego fueron los partidos políticos, en el Parlamento constituyente, los que negociaron y dieron forma a esa Constitución, que fue votada masivamente por el pueblo español. Una primera mutación sin la cual las demás no podían producirse.