Ataques en Magdeburgo: la cautela como arma Ruth Ferrero-Turrión
Espinosa de los Monteros iba a ser ministro
La política española es una montaña rusa de emociones. Y si no, pregúntenle a Feijóo que prácticamente tenía elegidos los muebles para mudarse a la Moncloa. O a todos los que como Borja Sémper hicieron la vista gorda ante humillaciones a las víctimas del terrorismo ante el coreado “que te vote Txapote” porque creían que merecía la pena a cambio de un buen puesto en el próximo gobierno. Pero sobre todo, pregúntenle al recién dimitido fundador de Vox Iván Espinosa de los Monteros, cuyo triste destino enmudece frente a sus previas expectativas. El hijo del Marques de Valtierra iba a ser ministro en un gobierno de coalición junto al PP. Finalmente solo ha sido el enésimo portazo en la cara de Abascal abandonando el partido en la semana previa a la apertura de la nueva legislatura. Qué vueltas da la vida.
Se ha vuelto habitual eso de abandonar Vox. Hace un año veíamos cómo Macarena Olona, uno de los pesos pesados de Vox y su portavoz en el Congreso de los Diputados, abandonaba el partido tras unos desastrosos resultados en Andalucía. Entonces dijo que era por motivos personales, pero se tardó poco en saber que era por evidentes motivos políticos y desencuentros con una dirección atrincherada y apartada de la realidad. Hace unas semanas veíamos como esta vez eran los españoles quienes abandonaban a Vox haciéndole perder 19 diputados y 700.000 votos dejándoles bien lejos de poder sumar una mayoría absoluta con el PP que los catapultase al Gobierno de España. Y hace un par de días abandonaba el partido Iván Espinosa de los Monteros abriendo en canal a la formación ultraderechista y dejando claro que los abandonos no son una excepción puntual, sino un síntoma perfecto del momento que está viviendo Vox. A saber, un hundimiento generalizado. Espinosa de los Monteros, como Macarena, también aludió a cuestiones personales, pero, al igual que su vieja compañera, los motivos del fundador de Vox para abandonar el partido eran mucho más evidentes y profundos que simples cuestiones personales.
El hijo del Marques de Valtierra iba a ser ministro en un gobierno de coalición junto al PP. Finalmente solo ha sido el enésimo portazo en la cara de Abascal abandonando el partido en la semana previa a la apertura de la nueva legislatura
En Vox convivían dos almas. Una añoraba los tiempos oscuros cuando ser falangista era motivo de orgullo nacional y no de escarnio público. La otra añoraba esos mismos tiempos oscuros pero por un motivo distinto: los bajos impuestos a los ricos y la facilidad para hacer negocios a costa del estado. Dos almas hasta ahora compatibles pero representadas por nombres propios distintos y cada vez más enfrentados. Jorge Buxadé y Espinosa de los Monteros. Y ambas almas jugaban al mismo juego: la conquista del líder. El objetivo era adular lo suficiente a Santiago Abascal para que el caudillo ultra sucumbiese a tu grupo y desdeñase al contrario. Y en ese juego de intrigas, favores y adulaciones acabaron ganando el grupo al que llaman “los cuatro jinetes del apocalipsis” compuesto por Ignacio de Hoces, responsable de confeccionar listas electorales; Jorge Buxadé; jefe de campaña; Kiko Méndez-Monasterio, asesor muy cercano a Abascal; y Gabriel Ariza, hijo del dueño de Intereconomía. Y Espinosa de los Monteros (al igual que Macarena Olona previamente) acabó apartado y sin influencia.
Sin embargo, esta dolorosa pérdida de influencia del que llegó a ser cofundador de Vox sobre Santiago Abascal que afectaba gravemente a su inflado ego de Marqués, podría haber sido fácilmente sanada con una entrada en el Gobierno de España de la mano de Feijóo. Todos sus asesores, encuestadoras amigas y el reguero de pactos autonómicos (incluso donde parecía más difícil como en Extremadura) apuntaban hacia una más que probable introducción del partido de extrema derecha dentro del gobierno de España como ya había ocurrido en tantos otros sitios. Y Espinosa de los Monteros aguantó y aguantó hasta ver cómo sus aspiraciones se disolvían como un azucarillo ante el implacable voto de los españoles que los mandaron a la irrelevancia política. Una vez asumida la derrota, la imposibilidad de entrar en el Gobierno de España y la evidente ausencia de posibilidad de un gobierno de la derecha, Espinosa de los Monteros tuvo suficiente y asestó su golpe final. Si bien es cierto que en su discurso de despedida fue elegante y amable con sus enemigos internos, no lo fue en absoluto eligiendo la fecha para decirlo. A una semana de la constitución de las Cortes y con todo el foco mediático puesto sobre un partido desangrado cuyas expectativas electorales se han desplomado y cuyos resultados todavía menguarían más si se diese una hipotética repetición electoral. Esta no será la última salida de Vox que veremos, pero sí una de las más llamativas. Extraemos una valiosa lección: de ministro a purgado tan solo hay un paso (y los votos de los españoles).
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