Hace falta un pueblo

El otro día supimos que un examen de selectividad de Asturias incluyó identificar Extremadura en un mapa. Yo escribí en el antiguo Twitter que eso no era aceptable tras 15 años de escolarización, que qué estamos haciendo, que no se justifica ni por puntuar poco, que su sola presencia es un síntoma. Una persona me respondió: pues eso quiere decir que no han hecho “nada más” que desplazarse al centro educativo. “Nada más” que desplazarse al centro educativo la friolera de unos 2.600 días de su infancia y juventud. Es decir: más de 7 años de sus primeros 18 en este mundo. Por lo menos dos veces al día: 5.200 trayectos.

Nadie que diga “nada más que desplazarse al centro” ha llevado y traído y preparado y acompañado a niños y adolescentes un día tras otro. Detrás del hecho de que un menor aparezca cada mañana en su centro educativo y lo haga alimentado, aseado y con lo necesario, está el trabajo laborioso y repetitivo e invisible de su familia. Los exhibicionistas del egoísmo dirán, como dicen, “para eso los habéis tenido”. A un niño no lo saca adelante sólo una familia, para criar a un niño, como dice el proverbio africano, “hace falta un pueblo”. Hace falta un pueblo, por ejemplo, para no aceptar que “la situación en los institutos es la que es” y “la de chavales que no saben colocar Extremadura en un mapa”.

El conocimiento es poder. Lo es incluso en este momento tan materialista y tan frívolo y tan estúpido del mundo. Los que más necesitan el conocimiento son los que no tienen ningún otro poder

Que Extremadura está en el oeste de España, frontera con Portugal, y linda con Castilla y León, Castilla - La Mancha y Andalucía no se aprende sólo en el colegio —donde, me dicen varios maestros y madres, se enseña en Primaria—. La primera geografía se absorbe, qué sé yo, viendo El tiempo al final del informativo cuando comes con tu familia, sobre aquel hule viejo que aún se usa en las meriendas del verano en el pueblo, con las historias de otros o en un viaje propio por carretera o tren. Geografía son también las calles de esos 5.200 trayectos, y ciencias sociales los intercambios, los hallazgos y rutinas que ocurren en su transcurso. Ceder esos espacios a una existencia individualista acelerada en coche de puerta a puerta y entre pantalla y pantalla es parte del clamoroso problema.

En la educación está todo. Para contrarrestar la ignorancia y la brutalidad suministrada constantemente en redes sociales y canales de mensajería, se puede intentar explicar asuntos complejos bailando o poniéndose cremas, pero ya se está llegando tarde. Lo primero, la urgencia, lo único verdaderamente útil, es formar ciudadanos con un espíritu crítico y un caudal cultural que les protejan de las miserias y de los miserables. Si alguien quisiera, pero quisiera de verdad, haría un gran despliegue para convertir la educación pública de este país en lo que debe ser (y no es): la garantía de que todo niño y todo adolescente, provenga del contexto que provenga, saldrá al mundo preparado para hacer de su vida todo lo que podría ser. 

El conocimiento es poder. Lo es incluso en este momento tan materialista y tan frívolo y tan estúpido del mundo. Los que más necesitan el conocimiento son los que no tienen ningún otro poder. Bajando los brazos, aceptando que los centros educativos se conviertan en lo que son tantas oficinas españolas (un lugar donde echar el día, sin aprovecharlo bien), sólo se ensancha la ya bastante abismal brecha de desigualdad social de este país. Los ricos pueden renunciar al conocimiento, todos los demás no.

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