Las santas, madres y reinas de la Navidad Cristina García Casado
¿Por qué el feminismo te está diciendo que no tienes que ser la mejor?
No se dedica esta columna de septiembre, como sería esperable, a un tema de actualidad, de “apertura de curso político”, y ciertamente no será porque falten, y de enorme importancia: la guerra en Ucrania, la crisis energética, la inflación, las próximas convocatorias electorales... Lo que da pie a mi columna es algo aparentemente mucho más pequeño, como esas cosas aparentemente menores de las que uno puede darse cuenta hablando con amigos o haciendo scroll en Instagram; aparentemente pequeño, pero —creo—, en realidad muy importante; quizás algo polémico, pero entiendo que bien merece el debate y la discusión.
Debió de ser, efectivamente, uno de los ratos muertos de esas pesadas tardes de agosto con que nos ha obsequiado este sobrecalentado verano que me topé con una publicación en una de esas páginas del tipo Cosas de chicas o Eres estupenda. La publicación en cuestión decía, en tipografía esponjosa, algo así: “Recuérdalo siempre: no hace falta ser la mejor en nada. No tienes que demostrar nada. No has venido a ganar una carrera, sino a vivirte, a ser tú”. Básicamente, el mensaje era: si eres chica —porque chicas son quienes leen esto— no seas la mejor en nada. Me acuerdo porque justo en ese mismo momento me saltó otra publicación en la que alguien compartía un fragmento de la autobiografía del tenista Andre Agassi, donde éste decía que detestaba el tenis con toda su alma, pero que sin embargo seguía jugando, horas y horas, mañana y tarde, un día tras otro, porque no tenía alternativa; por más que me suplico a mí mismo parar, concluía el deportista, no lo hago, y en el abismo de esa contradicción está la esencia de mi vida.
Ciertamente impresiona leer un grado de entrega tan inmenso a algo, sea un deporte, una actividad artística, o cualquier cosa: es una entrega apasionada a una vocación. Es una pasión más grande que uno mismo. Y de repente me chirrió constatar que, mientras las publicaciones dirigidas a público femenino propugnaban “no tienes que tener ninguna pasión más grande que tú mismo”, los hombres —porque era un hombre quien compartió esa publicación— leían ejemplos de personas entregadas a causas variadas.
No entiendo por qué una parte del feminismo está lanzando a las mujeres el mensaje de que no tienen que ser las mejores en nada, ni leer cosas complicadas ni escribir cosas bien escritas
En otra ocasión, fue una polémica en Twitter, que acabó derivando en un artículo de Mónica Oltra, a propósito del caso de la gimnasta Simone Biles: al parecer, lo feminista era considerar que el deporte de élite y la competición son tóxicas de por sí. No era solo eso. De un tiempo a esta parte, se percibe una cierta tendencia cultural. Veo en las redes sociales los libros que leen los sectores más activos de cultura feminista y ninguno pertenece a, digamos, los “clásicos”, o el llamado “canon occidental”. Da igual que estos contengan, como es el caso, algunas de las mejores descripciones jamás escritas sobre, no sé, la miseria obrera, la soledad de una mujer encerrada en casa, la humillación sufrida por un judío discriminado o la tortura interior de un hombre gay. Si uno quiere hablar sobre estos libros, tendrá que hacerlo casi en su totalidad con hombres: eso, personalmente, me resulta doloroso. ¿Cuántos ejemplos de mujeres tendrán las mujeres escritoras que quieran escribir la mejor obra del siglo XXI? Esta semana leí un artículo que debía ser una crítica feminista de la famosa escena del parto en la serie La casa del dragón. El nivel era tan ínfimo e interpretaba tan mal los comentarios de las expertas que citaba que Guillermo Zapata y Ángela Rodríguez Pam, entre otros, le hicieron notar en los comentarios que aquello no tenía ni el mínimo esperable de comprensión de un producto cultural. Podría pensarse que son anécdotas o casos aislados, pero lo cierto es que pienso que tejen un cierto clima común.
Por decirlo de una manera algo sintética, no entiendo por qué una parte del feminismo está lanzando a las mujeres el mensaje de que no tienen que ser las mejores en nada, ni leer cosas complicadas ni escribir cosas bien escritas, mientras que, por descarte, los hombres siguen entendiendo que nadie va a disputarles el pastel de ser los mejores, leer cosas complicadas y escribir bien; de modo que, al final, esas cosas siempre van a seguir haciéndolas los mismos, en masculino no genérico. Hay un síntoma muy claro, y es que es tal la seguridad que ellos, los hombres, tienen de que esto es así, que conservan su carta blanca para actuar como si fueran los mejores incluso cuando son mediocres. Si el fenómeno del que partimos es que sigue existiendo una “brecha de la mediocridad” que otorga a hombres mediocres lugares de visibilidad que no se merecen, ¿por qué la respuesta del feminismo es decirles a las mujeres que no se preocupen, que no se entreguen apasionadamente a algo, que no sean las mejores en nada? Me parece una deriva fatal para la causa feminista. ¿Por qué no se trata, más bien, de animar a las mujeres a conquistar ese lugar que les ha estado históricamente vedado? ¿Por qué no animarnos, en fin, a todas a poder tener referentes femeninos que podamos admirar?
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