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Francisco Fernández Buey: ética y utopía
Recientemente he participado en el homenaje a Paco Fernández Buey en Palencia, su ciudad natal, con motivo del décimo aniversario de su fallecimiento y el ochenta aniversario de su nacimiento, con un eje central: Poesía y utopía en Francisco Fernández Buey, que lo fue de su vida, pensamiento y actividad política. Estuvo organizado por la Universidad Popular de Palencia (UPP) con la participación de su director Cándido Abril, la hermana Nieves Fernández Buey, la poeta Esperanza Ortega y yo mismo. Era un merecido homenaje a quien fuera uno de los intelectuales españoles más lúcidos del último tercio del siglo XX y de la primera década del siglo XXI y uno de los creadores de la corriente ecosocialista dentro de las ciencias sociales y de la actividad política, con el reconocimiento internacional.
Para mí resultó un motivo de satisfacción participar en dicho homenaje para recordar a mi entrañable amigo y colega en un acto de memoria histórica subversiva de una vida y pensamiento igualmente subversivos, al decir de Walter Benjamin, y hacerlo presente en Palencia, nuestra tierra común donde nacimos con muy pocos años de diferencia.
Empiezo con una anécdota de profundo calado subversivo. A principios de 2003, el Vaticano condenó mi libro Dios y Jesús. El horizonte religioso de Jesús de Nazaret (Trotta, Madrid, 2000; 2006, 4ª ed.). El Diario Palentino tituló la condena de esta guisa: “El primer hereje del siglo XXI es de Amusco”. No faltó más que en la foto aparecieran las llamas de la inquisición.
Recuerdo que, informado de este titular, Paco me comentó, con su gran conocimiento de los heterodoxos palentinos y no exento de sorna, que tenían que haber titulado la noticia así: “El primer erasmista del siglo XXI es de Palencia, como lo fue el primer erasmista del siglo XVI, don Alonso Fernández de Madrid, arcediano del Alcor y traductor del Manual del buen cristiano, de Erasmo de Róterdam, al castellano”. Alonso Fernández Madrid fue clérigo, canónigo de la Catedral de Palencia y autor de Silva Palentina, que tiene una calle en Palencia cerca de la estación del tranvía.
En el homenaje hablé de una de las pasiones más nobles y esperanzadoras de Paco: la ética y la utopía, tema que también nos une. Y lo hice a través de la lectura de su libro Utopías e ilusiones naturales, editado en 2007 por su tan querida editorial El Viejo Topo, que sigue siendo libro de cabecera, ahora de lectura reposada, y lo fue de consulta mientras escribía mi Invitación a la Utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis (Trotta, Madrid, 2012).
En él, Paco osa defender el valor de la utopía a contracorriente y en pleno desarrollo de las distopías no solo como género literario, sino como fenómeno social, cultural, político y económico en la modalidad actual del “cristoneofascismo”. En su recorrido histórico por las diferentes utopías, de Moro a Ernst Bloch, pasando por Marx, observa que en el concepto moderno de utopía convergen cinco elementos:
- La crítica del capitalismo incipiente, es decir, la crítica de la mercantilización y de la privatización de las tierras comunales.
- Dar una forma alternativa a la reivindicación comunal.
- Una vaga atracción por la forma de vida existente en el nuevo mundo recién conocido.
- En contra de lo que quieren hacernos creer los neoliberales desde 1989, la utopía no ha muerto, lo que murió fue la utopía del marxismo cientista. En 1989 se abría el camino a la reaparición del espíritu moral de la vieja utopía.
- El destino de las grandes ideas de la humanidad consiste en que casi siempre se tornan realidad político-social en otro lugar, distinto de aquel para el que fueron pensadas.
Frente a la tendencia a identificar la utopía con el totalitarismo –así lo hace Karl Popper–, Fernández Buey ofrece lo que a mí me parece el sentido preciso de la utopía: ilusión, ideal, esperanza, ensoñación, iluminación, premonición o idea reguladora de una sociedad alternativa al mundo de la globalización neoliberal, de una sociedad más libre, más igualitaria, más justa, más fraterna [sororal] (Utopías e ilusiones naturales, p. 320).
De este libro me gusta especialmente la relación, tan necesaria como obligada, que establece entre filosofía moral y utopía: “No ha habido ni habrá filosofía moral sin utopías, o sea, sin la prefiguración de sociedades imaginarias más justas, más igualitarias, más libres y más habitables de las que hemos conocido y conocemos. La imaginación utópica ha sido y será el estímulo positivo de todo pensamiento político-moral, como la veracidad y la bondad serán el aguijón de la lucha en favor de la emancipación humana por mucho que, como sabemos, el individuo bondadoso se haya dado repetidas veces de bruces con la realidad existente”.
Defiende el valor de la utopía y lo hace recurriendo a una cita de autoridad, la de William Morris, un clásico de la utopía: “Examinaré todas estas cosas, y cómo los hombres luchan y pierden la batalla, y cómo aquello por lo cual habían luchado se logra a pesar de su derrota, y cómo, cuando esto llega, resulta ser diferente de aquello que se proponían, y cómo otros hombres han de luchar por aquello que se proponían alcanzar bajo otro nombre”. Es verdad, como dice, que "la utopía ha perdido la inocencia con que se formuló en los orígenes de la modernidad europea, pero no su vigencia".
Paco distingue lúcidamente entre hacerse ilusiones y tener ilusiones, y afirma que tener ilusiones es condición necesaria para un pensamiento sólido y para las grandes acciones. Y recurre a otro autor mayor del pensamiento utópico, Leopardi, que habla de las “ilusiones naturales”: “Sin ilusiones casi nunca hay grandeza de pensamiento ni grandes acciones... El filósofo demediado combate las ilusiones precisamente porque es iluso; el verdadero filósofo las ama y predica porque no es iluso. Cuántas grandes ilusiones concebidas en un momento de entusiasmo, de desesperación e incluso de exaltación son, efectivamente, las verdades más reales y sublimes o precursoras de estas”.
Los seres humanos utópicos, los proyectos utópicos y los movimientos utópicos son quienes, al decir de Labordeta, han empujado la historia hacia la libertad (y hacia la liberación, añado yo) y evitaron que desembocara en barbarie. Parece que fracasaron, pero no fue así; dejaron huella y nos abrieron las veredas de la libertad para seguir caminando y viviendo con dignidad. A ellos se debe buena parte de los avances de la humanidad en todos los terrenos: éticos, políticos, económicos, sociales, culturales, simbólicos, religiosos, jurídicos, etc.
Zaratustra, Buda, Profetas de Israel, Sócrates, Espartaco, Jesús de Nazaret, Francisco y Clara de Asís, Margarita Porete, Cristina de Pisán, Teresa de Jesús, Martin Lutero, Olympia de Gouges, Marx, Bakunin, Clara Zitkin, Rosa Luxemburgo, Mahatma Gandhi, Martín Luther King, monseñor Oscar Arnulfo Romero, Ignacio Ellacuría, Rigoberta Menchú, Berta Cáceres, Chico Mendes, Yasir Arafat…
Paco Fernández Buey distingue lúcidamente entre hacerse ilusiones y tener ilusiones, y afirma que tener ilusiones es condición necesaria para un pensamiento sólido y para las grandes acciones
Muchos de sus proyectos fueron desacreditados por sus adversarios y deformados por sus sucesores y sus ideas descalificadas por los ideólogos del sistema. ¿Pero fracasaron realmente? No, sus ideas fueron enarboladas por personas y grupos que las llevaron adelante. No pocos de sus proyectos se hicieron realidad y los que no se llevaron a cabo siguen pendientes, pero no se pueden dar por descartados. Estas mujeres y estos hombres son referentes morales a seguir. Sus utopías son como luminarias que iluminan el camino en la oscuridad de la historia. Dejaron el terreno abonado para que diera sus frutos, de los que no pudieron beneficiarse.
Sin embargo, por contradictorio que parezca, dichos proyectos y movimientos utópicos son hoy expulsados de la sociedad por considerarlos unas veces fantasmagóricos y otras subversivos del orden establecido, como fueron expulsados los poetas por Platón de su diseño de República. Nos corresponde a quienes creemos en la utopía la tarea de rehabilitarla, si bien críticamente: una utopía no mitificada, con intencionalidad ética, defensora de las alteridades y subjetividades negadas, motor de la historia, descolonizadora, en un horizonte laico y bajo la guía del principio esperanza. Es la mejor contribución que podemos hacer a la memoria subversiva de Paco Fernández Buey.
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Juan José Tamayo es emérito de la Cátedra de Teología y Ciencias de las Religiones “Ignacio Ellacuría”, de la Universidad Carlos III de Madrid y autor de 'Invitación a la utopía. Estudio histórico para tiempos de crisis' (Editorial Trotta).
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