¿Todavía a vueltas con el amor? Manuel Cruz
Franco y la Cruz Laureada de San Fernando (15/17): Quien la mereció, no la recibió en vida, pero la del mito terminó apañándose
He localizado un ejemplar de hoja oficial de servicios de Franco (transcrita ya a máquina, pero no publicada y que solo llega y se corta en 1928). La famosa acción de El Biutz se describió en ella como sigue:
“(Salió) [de Cudia-Federico] para las lomas de las Trincheras entablando rudo combate con el enemigo que se hallaba fuertemente atrincherado en dichas lomas desde las que hacía nutrido fuego siendo herido gravemente en el pecho cuando con su Compañía atacaba a la citada posición y tomaba la altura de la misma, continuando al mando de sus fuerzas a pesar de su grave herida, un corto tiempo, hasta que por efecto de la hemorragia sufrida fue retirado por unos soldados de su compañía…”
Es muy interesante la tergiversación, ya formalizada oficialmente (suponemos que tal vez por orden suya), pero ¿qué dijo la hoja de servicios de Franco inmediata, escrita a mano, con una falta de ortografía (imagino que del amanuense), y que se exhibió en el juicio contradictorio? Algo muy diferente. Los exégetas de Franco y los grandes conocedores de la acción podrán, naturalmente, aportar otras apreciaciones.
“Recibió orden verbal (…) de dirigirse con la mayor rapidez posible con su compañía a la loma de las Trincheras a proteger a los restos de la 1ª compañía que se defendía heroicamente bajo el violento fuego que hacía el enemigo en crecido número, lanzándose con sus fuerzas valientemente al ataque de la citada posición de las lomas de las Trincheras, cayendo herido gravemente en el pecho, siendo evacuado a la posición en Dar Riffien y al siguiente día al hospital militar de Ceuta para su curación”.
Las contradicciones son evidentes. En este último apunte, redactado si no sobre la marcha sí después, no hay todavía ninguna referencia a las bobadas que años más tarde derramaron sus panegiristas. No se pone en duda el valor de Franco. Es todo. Quiero creer que en las gloriosas fuerzas españolas y mercenarias marroquíes el valor no escaseaba.
¿Y la Laureada? Otra versión, también oficial, de la hoja de servicios de Franco pasa por encima. Mejor dicho, señala que
“en la Orden General del Ejército de España en África publicada en Tetuán los días 24 y 25 del referido mes de julio se le instruye por disposición del Excmo. Sr. General en Jefe el proceso prevenido en la Ley de 18 de mayo de 1862 por el mérito que contrajo el día 29 de junio último en el combate librado con motivo de la ocupación del But Am Yir y el Haja el Hamira…”
¿Y después? Rien à signaler. No se inscribió otra referencia. Por supuesto tampoco el resultado.
Varias preguntas, en consecuencia, a los historiadores filofranquistas, sean españoles o no, como los mencionados en esta serie (aunque hay más, ya se sabe que la PATRIA de la época siempre fue una inmensa cantera de héroes ): la primera es ¿por qué no se hizo mención alguna de la pedrada? Es un tema significativo porque, salvo que los indígenas fuesen buenos honderos, ¿a qué distancia se le tiró la piedra como para que Franco se viera inducido a referir tal agravio a su Jefe natural y soberano, es decir a S.M. el Rey? Debió de ser cerca de la cima, pero entonces, dado que fue uno de los primeros en caer herido, eso significa que los rifeños probablemente dejaron a los españoles acercarse para tirarles mejor. La segunda pregunta también es importante: si un rifeño rebelde apedreó a Franco con una honda (porque supongo que no la arrojaría como si fuese un pedrusco), ¿con qué armas contaba? Ciertamente no con una ametralladora alemana (o británica o francesa o tal vez incluso española) como se inventaron dos distinguidos historiadores trabajando al alimón, uno norteamericano insigne y otro exCEDADE. Es más, ¿podríamos pensar que la honda fue, quizá, el inadecuado sustituto de una espingarda decimonónica poco fiable? La tercera pregunta es ¿con qué armas, a su vez, dirigió Franco el asalto?, ¿con fusil, sable, catana? La cuarta pregunta, al no mencionar para nada Franco el fusil que recogió a un moro muerto o moribundo, ¿por qué se lo contaría a Arrarás? Por no subrayar que lo que narró en su instancia de mejora a Alfonso XIII no es exactamente lo que transpiró en el juicio contradictorio.
Entre sus mentiras, sus reclamaciones y la “bondad” (por llamarla de alguna manera) de Su Majestad el Rey (monarca militarista y a quien España debió en parte la dinámica que condujo a la derrota de Annual y no en escaso grado a la dictadura del general Primo de Rivera), Franco se labró un excelente porvenir que terminaría afectando a todos los españoles.
Ahora tenemos que comparar el caso del futuro Caudillo por la gracia de Dios con otro oficial, muy conocido de los expertos pero menos quizá del público en general: el entonces teniente Juan Salafranca Barrio. Cabe acudir a su entrada en Wikipedia y a un resumen de su vida en el Diccionario Biográfico Español de la Real Academia de la Historia. Ambos fueron compañeros de la misma promoción de la Academia de Infantería de Toledo.
Franco ascendió, por antigüedad, un año antes que él y también llegó tres años antes a Regulares. En esta tropa coincidieron. Franco se distanció de Salafranca, pues su ascenso a capitán le permitió dispararse en el escalafón. No he encontrado nada que haga pensar que Salafranca mendigara su propio ascenso. Lo logró, eso sí, como consecuencia de su comportamiento en la misma acción del Biutz.
No me ha asaltado la curiosidad de examinar su hoja de servicios pero me fío de un párrafo parcial de la misma que se transcribe en Wikipedia. En él se afirma que “sostuvo duro combate con el enemigo (…) resultando dos veces herido, una en la pierna y otra en el cuello, continuando al mando de sus fuerzas a pesar de sus heridas, ordenándole el capitán jefe accidental del tabor Fernando Lías Pequeño [¡el mismo fulano que tantas veces ha aparecido en esta serie!] saliese a llevar un parte al jefe de la columna, coronel Génova, lo que cumplimentó, siendo muerto el caballo que montaba al regresar de transmitir dicho parte, permaneciendo al frente de sus fuerzas hasta que ordenó el repliegue”. Su nombre figuró en el parte de la operación que Lías Pequeño entregó a dicho coronel con la mención de “muy distinguido” por su insuperable valor, dotes de mando y la energía que desplegó en altísimo grado en dicho combate.
Cuando Salafranca pudo salir, por fin, del hospital, coincidió con la publicación en la Orden General del Ejército de España en África de la disposición del general en jefe por la que se abría juicio contradictorio en atención a los méritos contraídos en El Biutz para que se le concediera la Cruz Laureada de San Fernando. También se propusieron al teniente Diego Pacheco Barona y al oficial médico Ricardo Bertoloty. Poco después siguieron el fallecido comandante del tabor, Enrique Muñoz Gui, el capitán Francisco Palacios y el propio Franco de nuestras entretelas.
Pregunta: ¿Cuál de los dos oficiales, el capitán Franco o el teniente Salafranca, se portó mejor en el asalto a la loma? Juzgando exclusivamente sobre papeles la duda sería indecente. Además, hubo otros héroes más. En el umbral más bajo y modesto del escalafón, por ejemplo el del cabo Mariano Fernández Cendejas. A este se le transportó al hospital porque seguía vivo aunque estaba acribillado a balazos. El hermano del comandante de la columna fue a verlo para que firmase la instancia que él había promovido con el fin de que se le concediera la Laureada. El cabo no pudo hacerlo porque tenía las manos vendadas. Dos días más tarde falleció. La ansiada condecoración se le otorgó a título póstumo. Tal fue la madera de los auténticos héroes. No la del embustero capitán Francisco Franco.
De heroísmo de pandereta Franco ya tenía suficiente experiencia y sabía distinguirlo del arrojo auténtico. Como el que él, aun a pesar de estar predestinado a gozar de la Gracia de la divinidad, no había mostrado
Hace pocos meses, ojeando un libro que acababa de salir, me he enterado (uno aprende algo nuevo todos los días) de que también Franco fue llamado a declarar en el juicio contradictorio que examinaba el caso de Salafranca. Franco testificó contra él. Es decir, aparte de embustero, también rencoroso o envidioso. Volvemos a plantear la cuestión: ¿oficial y caballero? Tal es la pregunta que se suscita tras leer la obra de Gerardo Muñoz Lorente, El desastre de Annual. Los españoles que lucharon en África (Almuzara, 2021, pp. 59s).
Según este autor, Alfonso XIII comunicó la negativa respecto a la concesión de la Laureada a Salafranca en carta fechada el 15 de marzo de 1919. Dado que Franco era el oficial de mayor graduación superviviente, hubiera sido imprescindible que reconociese que no había podido ejercer el mando en aquella oportunidad, por lo cual el teniente Salafranca lo había hecho. No queda claro en el relato si fue Alfonso XIII mismo quien se lo explicó de tal suerte. ¿Mi conclusión? Ante la verdad por un lado y reconocer su mentira por otro, Franco no vaciló. De nuevo nos preguntamos: ¿fue así como entendía el honor militar español el futuro Caudillo?
Ahora bien, la pregunta del millón, millón, se refiere no solo a Franco sino esencialmente a la actitud de Alfonso XIII, rey de espadas. ¿Se enteró y condonó la mentirijilla del ungido por los dioses? Mi respuesta es que, probablemente, no solo ESPAÑA y el EJÉRCITO necesitaban héroes. TAMBIÉN LOS NECESITABA EL PROPIO REY. Y esta necesidad se hizo más acuciante después de Annual, la mayor catástrofe sufrida por un ejército europeo en contra de “hordas salvajes” insuficientemente colonizadas.
Salafranca ascendió a capitán y continuó comportándose heroicamente. Murió en Annual. A título póstumo se le concedió la Cruz Laureada de San Fernando. Repetimos, si fue Alfonso XIII quien firmó la carta anterior a Salafranca, es obvio que hubo de saber en su momento lo que había pasado con el héroe, “sin miedo y sin tacha”, a quien había ascendido. Con ello, y sin imaginarlo, puso a su protegido en un camino al término del cual Franco, caballero ungido por poderes sobrenaturales (los prelados de la Cruzada no lo dudaron), lo traicionaría vilmente. Eso sí, TODO POR LA PATRIA. Muchos militares monárquicos lo supieron también, pero callaron. Donde hay patrón, no manda marinero.
Por si fuera poco, Franco, “caballero de San Fernando frustrado” del Biutz, años más tarde también impidió con su testimonio que se otorgara la ansiada Laureada al teniente Luis Casado Escudero, superviviente del famoso combate de Igueriben en julio de 1921 y que había, con sus declaraciones, contribuido a que sí se le concediera a título póstumo al comandante Julio Benítez, que había estado al mando de la guarnición (Muñoz Lorente, p. 93). En el esclarecido parecer del “héroe” agraviado de El Biutz, el teniente Casado no había sido suficientemente heroico. De heroísmo de pandereta Franco ya tenía suficiente experiencia y sabía distinguirlo del arrojo auténtico. Como el que él, aun a pesar de estar predestinado a gozar de la Gracia de la divinidad, no había mostrado.
Estimo, quizá erróneamente, que el futuro Caudillo tuvo que experimentar una gran decepción con su fracaso en El Biutz. Pero en su esplendorosa carrera militar ulterior tampoco ganó a pecho descubierto “su” Laureada. Probablemente se había hecho prudente y eso de ir derechito hacia la posibilidad de una muerte, aunque fuese en el campo del honor, ya no le agradaría tanto. Siempre muy al loro, encontró otro método.
Lo desgranó en tres etapas. La primera fue a finales de septiembre de 1936, cuando ascendió, por decisión de sus compañeros de sublevación, a la categoría máxima del Ejército y del Estado. La segunda coincidió con el segundo aniversario del “Glorioso Movimiento Nacional”, cuando el Consejo de Ministros que él presidía tomó una resolución que encontró plasmación en las páginas del BOE. Para mí es la babosidad que rezuma esta segunda ocasión lo que más impresiona.
Imagine el lector la escena. El Consejo de Ministros se encuentra sobre la mesa con la solicitud hecha por la Armada para que el Jefe del Estado también vista su uniforme. No sabemos si ese día el Consejo lo presidió Franco o si, en un ataque de extraña humildad, se ausentó para que deliberaran al respecto los señores ministros. Lo cierto es que aprobaron la petición y se lanzaron a una envolée tan cursi como inigualable. La prosa del BOE apenas si da abasto para contener la emoción que rezuma el párrafo final de la resolución, supongo de nuevo que adoptada en ausencia de Franco:
“También cree el Gobierno rendir tributo de justicia a quien POR DESIGNIO DIVINO y asumiendo la máxima responsabilidad ante su pueblo y ante la Historia, tuvo la inspiración, el acierto y el valor de alzar la España auténtica contra la anti-Patria y, después, como artífice inimitable de todo nuestro Movimiento, dirige personalmente y en forma insuperable una de las más difíciles campañas que registra la Historia, conduciendo a nuestros bravos soldados de victoria en victoria y a pasos agigantados al triunfo final y, como Jefe del Estado y Presidente del Gobierno, rige los destinos de la Nación con desvelo y acierto universalmente admirados”.
He puesto en mayúsculas lo del “designio divino” porque las cosas fueron algo diferentes. Lo dijeran los ministros del Gobierno de la época o lo machacara con singular constancia una propaganda dulzona y permanente (en realidad hasta 1975, con incursiones posteriores varias que llegan incluso a la actualidad). Siempre llena de incrustaciones religiosas de por medio. (El volumen de incienso que se derramó sobre el Caudillo nunca conoció límites).
Su narcisismo terminó recibiendo mejor espaldarazo. Le faltaba una cosita que le llegó a la tercera ocasión, cuando tópicamente va la vencida. Entonces se dejó prender en su pecho, henchido sin duda por el orgullo de la VICTORIA, la Gran Cruz Laureada de San Fernando que no había logrado conseguir en la categoría inferior de Cruz ni en los años diez ni en los veinte del siglo pasado. Desde entonces, siempre la llevó prendida al pecho de su uniforme. ¡Faltaría más!
No se pierdan los amables lectores el inmortal momento en que se impuso a Franco la más preciada condecoración militar española al valor en su grado máximo y que nunca ya jamás dejó de ostentar en su uniforme. Pinchen aquí: https://youtu.be/k3jvzpfynY0. Rafael Sanz me ha enviado la escena, inmortalizada en NODO.
(continuará)
*Esta serie está dedicada a la memoria del Dr. Miguel Ull y de mi primo hermano Cecilio Yusta, fallecidos a causa de la pandemia, que me ayudaron a desentrañar el primer asesinato de Franco, en la persona del general Amado Balmes.
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Ángel Viñas es economista e historiador especializado en la Guerra Civil y el franquismo.
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