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“Ya hemos quitado el verano”

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No hemos llegado al 15 de agosto y en la juguetería del barrio ya tienen rebajada la utilería de campo y playa. Entré a encargar algo que no podría decir que necesito como quien se lanza al rescate. Dije que estaba a buen precio y la dependienta respondió, como si fuera obvio: “es que ya hemos quitado el verano”. Es lo más feo que me han dicho en algún tiempo. Por si no me lo creía, al día siguiente en el escaparate ya no había saldos sino un aterrizaje de mochilas y una pizarra ya estrenada: “Vuelta al cole”.

Unas calles más abajo, todavía peor: pasamos a un bazar a comprar una caña y unos peces para jugar en el agua y, en el intento de encontrarlos, tuvimos que atravesar calaveras, calabazas y telas de araña. Qué decadencia. Volví a casa pensando que las ciudades no son para el verano por muchas razones, entre ellas esta: es imposible zafarse de que haya otros marcándonos el tiempo. Soltar el marcador y el tiempo es una liberación esencial si no del verano, al menos del periodo que oficialmente llamamos vacaciones, que lamentablemente no es el mismo.

Más que cursos para aprender a vivir en el presente, necesitamos cursos de defensa personal del presente

Más que cursos para aprender a vivir en el presente, necesitamos cursos de defensa personal del presente. Vivimos rodeados de estímulos constantes que son bombas atómicas sobre nuestros intentos de presente. Por primera vez en los cuatro años que voy a cumplir como profesional independiente, fiscalmente autónoma, dentro de poco colgaré un cartelito digital de cerrado de X día a X día y los días van a ser casi tres semanas. El ordenador va a quedar en un cajón, no voy a contestar a nadie que no sean mis padres y mi hermana y, esto se me ocurrió hoy en la piscina mientras mi hijo de tres años buceaba alucinantemente bien, voy a poner una tarjeta temporal al teléfono y a dejar la buena en casa. Necesito blindar mi presente, aunque sea durante un plazo entre experimental y simbólico.

No me siento cansada de trabajar como cuando uno atisba sus vacaciones de plantilla y está generalmente molido. En la vida de independiente, si te tratas un poco bien, el asueto es algo más cotidiano, más asible. Podría escribir perfectamente algunos ratos, echaré de menos no escribir algunos ratos, pero si no hago un cierre sellado sé que el presente tendrá mordiscos de whatsapps y de correos que me dejen alguna pelota botando. Es la primera vez que voy a estar sin Whatsapp y es lo que más deseo. Hablamos de las redes sociales, pero el nivel de invasión que ejercemos y toleramos en España con esta aplicación de mensajería es salvaje. Y yo no estoy en ningún grupo del que no dependan mis honorarios profesionales o mi participación en el pueblo. Voy a quitarla porque temo, sobre todo, que mientras esté compartiendo una nectarinas en la toalla con mi familia a esa hora en la que el sol te baña entre un mensaje de alguien evacuándonos del verano al que ya han dado por terminado.

No hemos llegado al 15 de agosto y en la juguetería del barrio ya tienen rebajada la utilería de campo y playa. Entré a encargar algo que no podría decir que necesito como quien se lanza al rescate. Dije que estaba a buen precio y la dependienta respondió, como si fuera obvio: “es que ya hemos quitado el verano”. Es lo más feo que me han dicho en algún tiempo. Por si no me lo creía, al día siguiente en el escaparate ya no había saldos sino un aterrizaje de mochilas y una pizarra ya estrenada: “Vuelta al cole”.

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