Todo lo que el rey olvidó en su discurso (y queríamos oír) Marta Jaenes
Independentismo y progresismo
¿Apoyar el independentismo es de izquierdas? ¿Ser de izquierdas es ser independentista?
A priori ninguna de las dos respuestas parece contestarse con un sí. Por un lado, porque hay partidos de derechas que apoyan el independentismo en España, como sucede con Junts y PNV, y por otro, porque hay posiciones de izquierdas que no son independentistas, como ocurre con el PSC-PSOE. Fuera de España pasa algo parecido y hay partidos de derechas que son independentistas, como ocurrió en Kosovo con el PDK, y otros de izquierdas que no lo son, como sucede con los laboristas del Reino Unido. Son sólo ejemplos, pero el posicionamiento sobre el “territorio y la identidad” llega hasta los movimientos de ultraderecha, como por ejemplo el grupo alemán Reichsbürger, que reivindica un territorio propio o recuperar antiguas fronteras, y no es el único, como vemos con otros grupos como “Freemen of the land” en EE.UU.y Canadá. La tierra siempre ha sido una referencia para echar raíces de todo tipo, cuando en realidad es el primer artificio de una cultura que históricamente ha preferido el enfrentamiento sobre las diferencias a la convivencia sobre la diversidad.
De manera que no es la posición ideológico-política la que define el objetivo de separarse de un territorio o nación, sino, más bien, la manera de identificarse con los valores históricos que hacen de la independencia un objetivo material con el que continuar el desarrollo de su identidad o sentimientos identitarios. Esta situación permite que partidos de derechas e izquierdas puedan coincidir en la idea de independencia, para después seguir modelos políticos y sociales completamente diferentes en el territorio independizado.
Lo interesante, y hasta cierto punto sorprendente, es que, de repente, la historia nos sitúa ante un nuevo dilema que no se resuelve desde un posicionamiento reflexivo, participativo y consecuente con el modelo de convivencia que defendemos, sino que lo hacemos con carácter pragmático según resulte favorable o contrario a los intereses de quienes tienen la posibilidad de tomar la decisión, lo cual es lícito y legítimo, pero insuficiente cuando se trata de abordar elementos nucleares de los valores que definen la convivencia, no sólo presente, sino también histórica, al menos durante siglos.
A partir de ahí se pueden utilizar diferentes tipos de argumentos para acompañar los razonamientos en un sentido o en otro. Y uno de ellos es el del tiempo. Un tiempo que se presenta con dos referencias, el de la historia de los pueblos y el de la vida de las personas que forman parte de ellos.
Con relación al tiempo de la historia, la pregunta que surge es si un sentimiento de identidad tiene que venir refrendado por un mínimo de años o siglos. Si utilizamos el ejemplo de la independencia de un territorio, si esa identidad vivida, sentida y compartida en lugar de tener varios siglos tiene varias décadas, ¿resultará insuficiente en una democracia para tener en cuenta su deseo de independencia? Si es así, ¿cuántos serían los años mínimos a tener en cuenta para que el tiempo valide la decisión?
No creo que ser de izquierdas signifique apoyar cualquier petición que se haga desde una posición minoritaria, lo mismo que no creo que ser de derechas signifique rechazarla
Con relación al tiempo de vida de la gente, tenemos que preguntarnos si los argumentos de personas de edad son inválidos por haber sido pronunciados por personas mayores, y cuestionarnos cómo es posible que el tiempo valide el planteamiento histórico a favor de la independencia, y la experiencia no valide el planteamiento lanzado desde el tiempo de una vida, bajo el argumento, precisamente, de que es ese tiempo vital el que le quita razones. El “hoy” que se utiliza para rechazar las ideas de personas de más edad, como ha ocurrido con antiguos líderes del PSOE, es el mismo que puede utilizarse para cuestionar planteamientos independentistas surgidos siglos atrás, pues en ningún caso estamos ante los momentos iniciales del proceso que nos ha traído hasta el presente. Por lo que no parece que el tiempo en sí mismo sea un factor a considerar, sino más bien las razones y argumentos que se den en la defensa y críticas de cada una de las posiciones.
Todo ello nos lleva al factor ideológico que indicábamos, que muestra que no se trata de un planteamiento de izquierdas ni de derechas, pero, en cambio, sí se responde ante él según que la petición de independencia se haga desde una posición ideológica u otra. De manera que todo parece indicar que los dos principales partidos de España, PSOE y PP, responderían de forma muy similar si una determinada petición partiera de posiciones cercanas, y si las consecuencias de una aceptación o rechazo de la petición conllevaran ventajas para su propia posición. Y no me refiero al hecho de la independencia, algo que no se ha planteado de forma directa hasta el momento, sino al proceso derivado de las reivindicaciones de los partidos independentistas.
Si esto es así, como parece ser a grandes rasgos, el problema nunca se resolverá con ninguna de las soluciones. La situación sobre la independencia de una parte del territorio común que define la convivencia y los valores compartidos de las personas que forman parte de él, debería debatirse con más profundidad y sosiego, y con menos gestos androcéntricos para ver quién es el que tiene más poder y el que más beneficios particulares puede sacar de una cuestión que es común a toda la sociedad, al margen de la forma que se decida para resolverla.
No creo que ser de izquierdas signifique apoyar cualquier petición que se haga desde una posición minoritaria, lo mismo que no creo que ser de derechas signifique rechazarla. El problema es partir de la idea de un presente cargado de deudas, y creer que aquello que se ha conseguido como sociedad y democracia se ha logrado en contra de determinadas posiciones.
El presente es incompleto e insuficiente, y en gran parte se debe a la imposición de ideas, valores, principios y creencias desde posiciones particulares, pero debemos diferenciar entre los elementos que parten de factores estructurales que han ignorado a determinados grupos de la población, como en una sociedad androcéntrica ha ocurrido con las mujeres y con todas las personas consideradas “diferentes e inferiores”, y las cuestiones surgidas como consecuencia de la política de cada momento histórico, generalmente desarrolladas desde posiciones en igualdad y con oportunidades para haber logrado los objetivos de cada una de ellas, sólo que algunas han salido hacia delante y otras no por los apoyos y los elementos a favor o en contra en cada momento histórico, que es lo que supone la democracia.
Cada vez se toman más decisiones políticas de gran trascendencia social con menos participación ciudadana, como ha ocurrido, por ejemplo, con la ley de eutanasia, la “ley trans”, la posición de España frente al Sáhara… y ahora con los pactos con partidos que defienden el independentismo de Cataluña, y eso no es bueno para la democracia ni para la convivencia social.
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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue delegado del Gobierno para la Violencia de Género.
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