El progreso
Hay una frase a la que seguimos dando vueltas: ¿Vivimos peor que nuestros padres? Sujeto, la generación millennial. Padres, la generación del baby boom. Muchos dicen, y tienen razón, depende de quiénes sean tus padres. Hay una brecha generacional demostrada y siempre ha habido brecha de clase. Una no niega la otra. Muchos hijos baby boomers de la clase obrera pudieron lograr una vida más acomodada que la de sus familias, y sus hijos millennials ni siquiera han podido replicar la suya.
Con la generación millennial, en España ha habido algunas confusiones. Como hemos emigrado con portátil y quizás un iPhone, no se nos ha llamado emigrantes, sino aventureros, incluso expats. Pero un expatriado tiene un billete de vuelta pagado por su empresa y nosotros llegamos tarde a ese y otros banquetes. Ni billete pagado, ni vuelta posible, ni casi nunca empresa. La estabilidad de la generación de nuestros padres ha tapado, sigue tapando, las carencias económicas de la nuestra. Somos una generación mucho más precaria de lo que parece. Por eso, claro que importa quiénes son y cómo les fue a nuestras familias.
Con nosotros se ha roto el progreso. Y por eso seguimos dándole vueltas a esta pregunta, atravesando un duelo. No nos educaron para tener lo mismo, sino más: sobre todo más opciones. A muchos millennials nos cuesta pronunciar que vivimos peor que nuestros padres porque con la mitad de su edad ya hemos vivido más que ellos en toda su existencia. Y vivir más no es poca cosa. No tenemos su estabilidad laboral, ni su acceso a la vivienda, ni su capacidad de ahorro, pero hemos podido saber quiénes somos en distintos escenarios, y eso, que se ridiculiza bastante, tiene un valor que no se debe negar.
Con nosotros se ha roto el progreso. No nos educaron para tener lo mismo, sino más: sobre todo más opciones. A muchos millennials nos cuesta pronunciar que vivimos peor que nuestros padres porque con la mitad de su edad ya hemos vivido más que ellos
La promesa para nuestra generación era tener ambas cosas –seguridad y posibilidades–, y no se ha cumplido. Ese es un fracaso para todo el país. También para quienes nos educaron con tantísimo esfuerzo y confianza. Sobre todo, quizás, para quienes vienen detrás y no tienen ni lo que nosotros sí tuvimos: la ilusión del progreso. En el último congreso nacional de Psiquiatría, los especialistas decían que el aumento de los problemas de salud mental de los más jóvenes no viene sólo por la irrealidad de las redes sociales, sino también por el realismo del apocalipsis que se les anuncia, que ven, fuera de ellas.
A los baby boomers se les presentaron menos caminos, pero al menos tuvieron uno. Nosotros tenemos aparentemente opciones infinitas, pero ningún sendero seguro. Y se necesita un trabajo con el que sostener las aspiraciones y una casa donde resguardarlas. Yo no creo que pedir tener lo mismo, lo básico, que tuvieron nuestros padres sea una renuncia. Creo que ellos y nosotros seguimos queriendo eso y más: cuando una generación se estanca sufren sus miembros y todos los de antes y los que vendrán. No se trata de enfrentar generaciones, sino de honrar el esfuerzo de todas ellas. De exigir que siga el progreso.
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