La trampa de la paz

Un alto el fuego sin compromiso de no repetición de los ataques es una trampa.

La alegría del alto el fuego en Gaza se acompaña de un escalofrío al ver a miles de gazatíes celebrar la paz mientras en Israel la pasividad hiela el corazón. Después de casi 50.000 víctimas en una guerra sin campos de batalla, sólo aniquilación de personas y ciudades palestinas, pesa más la alegría de que no se va a seguir matando que el dolor por las personas asesinadas.

La situación es tan terrible dentro de la esperanza que la acompaña, que si no fuera por los rehenes israelitas capturados por Hamás probablemente habría continuado la guerra hasta aniquilar aún más a la población de Gaza, pues el desprecio a las vidas palestinas es manifiesto, como han demostrado y como indican los acuerdos para el alto el fuego sobre el intercambio de personas. Según las informaciones, se entregarán un total de unos 1900 presos palestinos a cambio de 33 rehenes israelíes, lo cual viene a significar que una vida israelí equivale a 57 vidas palestinas.

Esa es la trampa de la paz, porque todo juega como parte de un argumento necesario para volver a la violencia y a una nueva guerra, que siempre beneficiará al violento y al poderoso. 

La paz solo puede ser celebrada cuando se sustente sobre los pilares de la justicia transicional: la verdad, la justicia, la reparación y la garantía de no repetición. Y si, como vemos, ya resulta difícil alcanzar los tres primeros, mucho más lo es garantizar que no habrá vuelta a las armas. La no repetición siempre se deja en un lugar secundario para darle cabida a las circunstancias como argumento, y justificar el volver a empezar en un contexto que será interpretado de manera interesada por quienes entienden la guerra como verdadera estrategia, no la paz. Es lo que hemos visto a lo largo de los años en Palestina y lo que hemos comprobado en esta última guerra ante las “situaciones de alto el fuego” que se han declarado y se han roto de manera inmediata bajo cualquier excusa. Lo mismo que sucederá dentro de unos días, como ya manifiesta el Gobierno de Israel al decir que se trata de un alto el fuego temporal.

Se entregarán un total de unos 1900 presos palestinos a cambio de 33 rehenes israelíes, lo cual viene a significar que una vida israelí equivale a 57 vidas palestinas

El juego de la guerra es el juego de la paz cuando no hay compromiso en no volver a la primera tras el alto el fuego. Porque lo que pasa en la guerra es lo que conduce a la paz, lo mismo que lo que ocurre en la paz es lo que lleva a la guerra de nuevo. No hay destino final, es una sucesión cíclica de dos etapas caracterizadas por las circunstancias de cada momento, pero con los mismos planteamientos y objetivos de siempre.

Por eso nos engañamos y todo contribuye a su continuidad. Cuando se vive la victoria por el éxito alcanzado, los beneficios obtenidos y la alegría que lleva a olvidar las pérdidas y lo negativo de la contienda. Y cuando se vive la derrota, por lo aprendido, por la necesidad de recuperar orgullo, territorio y bienes perdidos, y porque el dolor lleva a recordar todo lo negativo como argumento de futuro y buscar la reparación o la compensación en una alegría futura.

De manera que, en la paz, el que gana porque gana y el que pierde porque pierde, todos se dirigen a una nueva guerra.

Es lo mismo que vemos desde el principio en la guerra de Rusia contra Ucrania, con una potencia invasora que juega con la paz como arma de guerra, igual que ha hecho Israel con Palestina, aunque luego el impacto del trauma haga que la alegría se exprese más en el lado de los perdedores. 

En Ucrania pronto se alegrarán del final de una guerra en la que Rusia le habrá arrebatado de manera criminal parte de su territorio ante la mirada y pasividad de la comunidad internacional, como ya hizo antes cuando se anexó la península de Crimea.

Pero, como la paloma de la paz que sobrevuela los campos de batalla repletos de víctimas, también será una paz pasajera que hará creer que ha terminado algo, una situación imposible cuando no se establece la garantía de no repetición, como exigen estas situaciones.

Y no solo no será una paz duradera de cara al futuro, sino que, además, en el presente actúa como lección para que se repita la estrategia de ese poco a poco que con su intermitencia termina por conseguirlo todo o, al menos, lo suficiente para satisfacer los deseos y el reconocimiento del criminal en cuestión. Mientras, otros esperan su momento para actuar de manera similar, como puede ser Xi Jinping con Taiwán, Kim Jong-un con parte de Corea del Sur, el mismo Trump con el canal de Panamá y Groenlandia, y tantos otros.

Si no cambia este mundo, lo que queda claro es que hay una “garantía de repetición” de la guerra, y que la paz solo es el tiempo necesario para declararla.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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