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Los tres pasos de los hombres

Los hombres debemos de dar tres pasos: un paso al frente hacia el feminismo, un paso atrás de nuestros privilegios y un paso al lado para acompañar a las mujeres feministas en el camino hacia la Igualdad. 

El androcentrismo que nos define como cultura significa que todo gira alrededor de lo que los hombres hemos considerado adecuado para nosotros y para el resto de la sociedad, esa referencia hace que nuestra zona de confort no se limite a un determinado territorio o espacio, y que sea la propia realidad la que actúe como tal bajo los criterios y decisiones que en cada momento han situado lo masculino como referente universal.

Los hombres no hemos necesitado lugares ni habitaciones propias porque cualquier lugar era apropiado para ejercer la masculinidad, desde lo público a lo privado, desde lo particular a lo común, pero también para apropiarnos de todo lo que contenía cada uno de esos espacios, por un lado los bienes y las cosas y por otro las personas que los habitaban, especialmente las mujeres por ser el referente de contraste sobre el que levantamos nuestra identidad. No obstante, al ser conscientes de la injusticia que suponía todo ello, para evitar cualquier tipo de conflicto o enfrentamiento abierto, las mujeres han sido presentadas como libres a la hora de decidir lo que la cultura previamente les había impuesto atendiendo a su condición y capacidades, también tasadas por la propia construcción cultural, como de manera muy gráfica recogían las palabras del eurodiputado polaco en el Parlamento Europeo Janusz Korwin Mikke, cuando dijo que debían cobrar menos que los hombres porque eran “más débiles y menos inteligentes”.

Mientras que las mujeres han ido dando pasos de la mano del feminismo hacia la igualdad y los Derechos Humanos, los hombres hemos estado dándole vueltas a lo nuestro para mantener los privilegios sobre la injusticia social

De ese modo, durante siglos las niñas no pudieron ir a la escuela, las jóvenes no pudieron entrar en la universidad, las mujeres no pudieron trabajar, después empezaron a hacerlo con el permiso del padre o del marido, y ahora lo hacen libremente, pero con menos oportunidades, más precariedad, menos salario, y siempre con la sobrecarga del trabajo doméstico y los cuidados y responsabilidades a las que los hombres no nos hemos incorporado en igualdad.

Todo ello refleja que mientras que las mujeres han ido dando pasos de la mano del feminismo hacia la igualdad y los Derechos Humanos, los hombres hemos estado dándole vueltas a lo nuestro para mantener los privilegios sobre la injusticia social diseñada desde la normalidad androcéntrica.

Bajo esas referencias sociales, si las mujeres no trabajan no es porque no tengan las mismas oportunidades laborales, sino porque es lo normal; si no ocupan posiciones de poder y responsabilidad no se debe a la falta de reconocimiento y confianza, sino a que es lo normal; si sufren violencia por parte de los hombres en distintos contextos y circunstancias, no es por el machismo y la complicidad llena de justificaciones, mitos y estereotipos que encuentra en la sociedad, sino a que es lo normal.

Por eso las mujeres avanzan decididas con sus pasos y los hombres giramos sobre nosotros mismos con los nuestros. Y por dicha razón, cuando un hombre cambia algo dentro del modelo androcéntrico se dice que “innova”, mientras que cuando quien cambia algo es una mujer se dice que “traiciona” o “ataca”. Algo similar a cuando los hombres proponen una medida y dicen que lo hacen para toda la sociedad, y, en cambio, cuando las mujeres plantean alguna iniciativa se comenta que lo hacen “contra los hombres” y para su “beneficio particular”. 

La visión tan sesgada y limitada que tienen los hombres de la realidad dice muy poco de la inteligencia masculina de la que presumimos. Y lo dice tanto si la incapacidad para tomar conciencia se debe a la imposibilidad de integrar los datos objetivos de las manifestaciones más graves de la desigualdad, como si se debe a la incapacidad para entender que una situación sistemática y repetida año a año no puede ser producto del azar ni de unos pocos hombres, y que tiene que haber un contexto social y elementos comunes que faciliten su continuidad en diferentes momentos y circunstancias.

Porque la realidad es objetiva con las más de 50.000 mujeres asesinadas cada año en el contexto de las relaciones de pareja y familiares (Naciones Unidas, 2019), los 51 millones de mujeres que sufren violencia física en la Unión Europea, los 110 millones que padecen violencia psicológica o los 33 millones de mujeres que sufren violencia sexual (FRA, 2014).

Una realidad definida sobre la desigualdad y toda su injusticia social nunca puede ser buena para el objetivo de una sociedad, que es la convivencia. Ni siquiera para los que disfrutan de privilegios.

Por eso la sociedad avanza cada vez más hacia el logro de la Igualdad y nada ni nadie lo va a evitar, como antes no pudieron impedir alcanzar el actual marco de convivencia a pesar de todo el daño y el dolor infligido. Los hombres tenemos en nuestra mano ser partícipes de este proceso transformador de la cultura para consolidar y ampliar la democracia, o quedarnos al margen de él, y creo que la única opción factible es formar parte de la transformación a favor de la Igualdad.

Por eso tenemos que dar tres pasos: un paso al frente a favor del feminismo, un paso atrás de nuestros privilegios y un paso al lado para acompañar a las mujeres feministas que llevan siglos abriendo el camino de la Igualdad y llamándonos a recorrerlo junto a ellas.

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Miguel Lorente Acosta es médico y profesor en la Universidad de Granada y fue Delegado del Gobierno para la Violencia de Género.

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