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Vuelva usted mañana

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I.- Hubo un tiempo, no demasiado lejano, en el que la Administración española era famosa porque cuando una persona, nacional o extranjera, se acercaba a sus ventanillas u oficinas, con el fin de realizar una gestión, se solía ir con el consabido “vuelva usted mañana”. Es un clásico de nuestra literatura de costumbres, desde que Mariano José de Larra resumiera, en esa expresión, toda la pereza, incompetencia e ignorancia de la sociedad de su tiempo, en un artículo publicado en 1833 en El Pobrecito hablador. No fue una casualidad que el gran Fígaro escribiera esa joya de crítica de costumbres, aunque no ahondara entonces en las causas de tamaña desidia, al limitarse a señalar que era “hija del clima y otras causas”. Entre esas “otras causas” se encontraba un Estado español que, salvo brevísimos periodos, nunca fue democrático hasta fecha bien reciente y, en consecuencia, el personal sufridor, también llamado ciudadano, pintaba menos que una oblea. Junto a una Administración débil e ineficiente, reflejo de una burguesía aún más inane, incapaz de proporcionar mínimos servicios públicos, salvo cuando se trataba de poner en marcha “pronunciamientos” militares o levantar partidas de la porra.

II.- Con la conquista de la Democracia las cosas comenzaron a cambiar, pasamos de ser súbditos de una dictadura indigna a ciudadanos de un Estado social y democrático de derecho. Por lo tanto, también de una administración pública que se supone debe estar a nuestro servicio, es decir, del “público”, que somos todos nosotros. Por la sencilla y santa razón de que se sostiene, y sus funcionarios cobran el sueldo todos los meses, gracias a que pagamos los correspondientes impuestos.

Decíamos que con la democracia esta situación se transformó y el personal sufridor empezó a sentirse ciudadano y el funcionario servidor público de un Estado democrático. Una época en la que las oficinas de las administraciones estaban ocupadas por unas personas en general muy amables y eficientes, que atendían al público, “personal personalmente”, por medio de la expresión hablada y gesticulada. El máximo engorro que se podía presentar, cuando el personal que acudía a las oficinas era abundante, consistía en tener que coger un número de unas máquinas colocadas al efecto y estar pendientes, con alguna ansiedad, de unas pantallas situadas a cierta altura, con el fin de no perder la vez, cuando salía el deseado guarismo que avisaba de nuestro turno.

 III.- Ahora bien, de un tiempo a esta parte, la situación ha cambiado completamente, tanto en la esfera privada de los asuntos como en la pública. No sé si ha sido por la maldita Covid, junto con una aceleración de la introducción de lo digital en nuestras vidas, pero lo cierto es que realizar, hoy en día, la mayoría de las gestiones que nos aprietan se ha convertido en una pesadilla. El antaño “vuelva usted mañana” se ha transformado en el hogaño, algo más sofisticado pero no menos desesperante, del “todos nuestros agentes están ocupados, en breves momentos le atenderemos”, o el más esperanzador “alguien se pondrá en contacto con usted” y, en fin, otras veces se trata de una voz metálica que dice: “diga usted lo que desea” y cuando uno, temblando de temor a equivocarse, transmite lo que pretende la voz, esta vez más metálica todavía, suelta que no entiende lo que queremos decir o algo parecido. Momento en el que uno comprende, al fin, que es un cretino, incapaz de expresar lo que desea o pretende, lo que conduce a la melancólica conclusión de que lo mejor para vivir tranquilo es no tener deseos, ni necesidad de hacer gestiones.

Conviene recordar que todo ciudadano o ciudadana tiene derecho a que una persona física le reciba y atienda sin obstáculos ni intermediaciones innecesarias, con objetividad y eficacia, como señala el artículo 103 de nuestra Constitución

IV.- Teniendo en cuenta lo que vengo diciendo, me ha parecido una idea y campaña luminosa la del doctor San Juan con el eslogan “soy mayor, pero no idiota”. Reconozco que en algún momento he llegado a pensar si no seré, desgraciadamente, idiota y mayor. Es un consuelo pensar que, al decir de este médico, quizá lo anterior no sea verdad, pero cualquiera sabe. En todo caso, tampoco sé si alguien se ha percatado de que, en nuestra querida España, con la fibra óptica más extensa de toda Europa, al decir de los expertos, viven millones de personas que no manejan con suficiente soltura los artefactos binarios, es decir, internet y sus múltiples aplicaciones. Necesitan, por el contrario, que en algún momento un ser humano o persona, masculina o femenina, les atienda en sus gestiones, requerimientos o intentos de ejecutar los derechos que las normas jurídicas les reconocen. De otra parte, tengo serias dudas de que sea realmente obligatorio poseer un ordenador o cualquier otro artilugio similar para poder relacionarse con la Administración. Porque se está dando el caso de que se reconocen, a bombo y platillo, benéficos derechos y prestaciones —becas, bonos transporte, ingresos mínimos, subvenciones, etc.—, y luego resulta una auténtica carrera de obstáculos hacerlos efectivos. Hasta tal punto que, en ocasiones, se han habilitado unos autobuses que van por los pueblos y barriadas con el fin de facilitar la tarea al personal ignaro. Ello se debe a que se ha descubierto, por ejemplo, que el Ingreso Mínimo Vital lo recibe una parte sensiblemente menor de los que tendrían derecho al mismo.

V.- Nadie duda de que la revolución digital significa una transformación enorme cuyas consecuencias, en todos los órdenes de la vida, son, en general, francamente positivas. Pero como toda gran mutación de códigos, de lenguaje, de formas de conocimiento y comunicación necesita de sus periodos de transición. No todo el mundo tiene los medios, las posibilidades y/o capacidades para ponerse al día —digitalizarse— a la velocidad que requieren los tiempos modernos. El doctor San Juan dio en el clavo refiriéndose a la banca y a las dificultades que muchas personas encontraban para “relacionarse con su dinero”, lo que tiene narices o bemoles. Ahora, también, se ha producido una situación de bloqueo cuando miles de personas intentan cambiar de tarifa del gas y/o eléctrica, del llamado eufemísticamente “mercado libre” al “regulado”, por lo visto más barato. Y ahora, igualmente, se comprende mejor por qué el presidente de la energética más grande de España llamó “tontos”, o algo parecido, a los que estábamos sujetos a la tarifa regulada. Sin embargo, lo que no se puede aceptar es que estas obstrucciones, incomunicaciones o colapsos sucedan en las relaciones entre el sufrido ciudadano y las administraciones públicas. En este último caso, se trata de los derechos de ciudadanía, algunos de alcance constitucional y, en consecuencia, conviene recordar que todo ciudadano o ciudadana tiene derecho a que una persona física le reciba y atienda sin obstáculos ni intermediaciones innecesarias, con objetividad y eficacia, como señala el artículo 103 de nuestra Constitución. Ya sé que hay administraciones públicas en que esta comunicación es fluida, pero en otras muchas no. A este respecto, me permito una sugerencia: si alguien desea ganar las próximas elecciones, a cualquier nivel en que estas se celebren, debería resolver esta cuestión de facilitar al máximo el encuentro entre la Administración y los administrados. Y, en todo caso, que el uso de los artefactos existentes sea un derecho que facilite el trámite, pero nunca un obstáculo obligatorio que lo dificulte.

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Nicolás Sartorius es presidente del Consejo Asesor de la Fundación Alternativas. Su último libro se titula ‘La Nueva Anormalidad: Por una Normalidad Nueva’. (Espasa).

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