José Ignacio Wert y los jóvenes: un caso de estudio

En el año 2003 José Ignacio Wert aún no era ministro de Educación, Cultura y Deporte. Por esas fechas acababa de ser contratado por el BBVA como director de relaciones corporativas. Fue entonces cuando escribió un artículo sobre la juventud titulado Los jóvenes de la democracia. Lo hizo en el primer número de una revista esencial para entender la deriva ideológica contemporánea. Me refiero a Cuadernos de pensamiento político, “una publicación abierta” –editada por FAES–, “donde el pensamiento y la reflexión muestran una España plural”, aunque en ella sólo tienen cabida estudios de corte neoliberal. Mantiene además “una trayectoria de rigor intelectual y máxima calidad desde su nacimiento”, y no ceja en su búsqueda de la excelencia y del análisis riguroso. Es ahí donde José Ignacio Wert publica Los jóvenes de la democracia.

¿Puede el artículo de Wert, de corte e inclinaciones “científicas”, ayudarnos a captar con mayor claridad sus aspiraciones, a descubrir su visión del mundo? Como dice Jaume Aurell en La escritura de la memoria, toda lectura del pasado –y lo que hace Wert es analizar el comportamiento electoral de los jóvenes entre 1982 y 2000– “lleva inserta en sí misma una lectura del presente”. Basta una mirada atenta para descubrirla.

Los jóvenes de la democracia es un texto árido, principalmente por el uso que hace del lenguaje. Por un lado abusa de una prosa intencionalmente oscura que podría confundirse con el empleo de una jerga más o menos “científica”, propia del análisis electoral y sociológico.

Si bien es cierto que expresiones como “lo que se desprende de estos datos es que los jóvenes magnifican la tendencia electoral subyacente a cada elección”, podría pasar por una terminología sólo apta para especialistas, otras frases son manifiestamente opacas y enrevesadas y nada tienen que ver con ese supuesto uso “científico” de los conceptos: “Tenemos así que, en media, mientras en el conjunto de entrevistados la no respuesta sobre el partido votado alcanza el 20% de los que no dicen haberse abstenido, entre los jóvenes ese porcentaje se reduce a la mitad”.

La otra característica del lenguaje empleado por Wert tiene que ver con su retorcimiento. Para José Ignacio la guerra de Iraq siempre es “la intervención”, “el conflicto” o “la crisis de Iraq”. Igualmente, para nuestro sociólogo el origen socioeconómico de las personas no determina o condiciona su futuro, sino que lo “segmenta”. Como vemos, se esfuerza por ocultar la realidad, pero lo único que hace es retratarse: las palabras no son neutras, están cargadas de significados, y cada una de las que emplea lo definen como ser humano.

El objeto del artículo es “proyectar una mirada curiosa (…) sobre las pautas de comportamiento político (…) de la primera generación de jóvenes posdemocráticos”. ¿Jóvenes posdemocráticos? Por “jóvenes posdemocráticos” Wert entiende a aquella gente que ha sido “íntegramente socializada bajo un régimen de democracia”. Pese a su aclaración, esta categorización resulta ciertamente confusa. Si Wert sólo quisiera referirse a los jóvenes de la democracia, ¿por qué no lo dice así? ¿Por qué utiliza el término posdemocrático?

El prefijo “pos”, que significa “detrás de” o “después de”, tiene distintas connotaciones. Por un lado posee un matiz cronológico: posmodernidad alude a lo que viene después de la modernidad, a lo que hay cuando la modernidad ha pasado; por otro, el prefijo “pos” también contiene cierto tono de oposición o enfrentamiento: lo posmoderno no es sólo lo que viene después de lo moderno, sino algo que en alguna medida también se le opone. ¿Qué insinúa entonces Wert cuando utiliza la expresión “jóvenes posdemocráticos”?

Pero esta locución también nos habla de la propia idea que tiene Wert sobre la democracia. Si los “jóvenes posdemocráticos” son los que vienen después o detrás de la democracia, significa que para él la democracia es un acontecimiento que se produce y pasa. Es un suceso, no un proceso. Como si una vez instaurada no hubiera que defenderla y practicarla cada día. Para Wert la democracia llegó y los jóvenes se la encontraron hecha. Por eso son posdemocráticos.

Los jóvenes de los que habla Wert también son poshistóricos (en el sentido que le diera Francis Fukuyama), post-Unión Europea y post-caída del muro de Berlín. En fin, que estos muchachos nacidos entre 1974 y 1985 no han tenido que luchar por nada: todo les ha sido dado. Nos encontramos así ante una “generación post-casi-todo” para la que “nuestros objetivos, nuestras certezas, nuestras conquistas son o simples datos del entorno, o asuntos sobre los que dudar”.

Aclarado el “contorno ambiental” de esta generación, Wert destaca tres elementos que caracterizan su “subcultura política”. Observen la prosa enrevesada que emplea para hacer pasar por terminología “científica” lo que son aseveraciones de una gravedad inusitada:

1- “La relativa mayor disposición a involucrarse en las formas de participación no convencionales y especialmente en aquellas que tienen mayor carga de rechazo al establishment (protestas violentas, encierros…)”.

2- “La persistente pauta de menos participación en las elecciones”.

3- “Proporcionar relativamente mayor apoyo –entre quienes votan– a las opciones radicales que concurren”.

Los jóvenes son unos niños malcriados y egoístas que no valoran lo que tienen y que desprecian los logros de sus mayores. Son violentos y radicales, más reacios que los adultos a participar en la dinámica de la democracia, y cuando lo hacen es para apoyar con más decisión que otros a los partidos extremistas. Un peligro público, vamos.

Si bien las opiniones de un sociólogo en 2003 pueden ser más o menos discutibles, cuando esa persona algunos años después se convierte en ministro de Educación, la cosa cambia. Y si durante su ministerio desarrolla ciertas reformas que afectan directamente a ese colectivo de jóvenes, el asunto deja de ser una broma para adquirir tintes siniestros.

Sospecho que Wert tiene en la cabeza a un determinado modelo de juventud, solo que no lo dice porque en el contexto de FAES se sobreentiende. En 2003 son miles los chavales que, junto con la mayoría de la población, están protestando contra la guerra de Iraq. El lector liberal-conservador de estas primeras páginas de su artículo recibe así la confirmación de todos sus prejuicios sobre esos jóvenes “izquierdistas” que no hacen más que desestabilizar el Estado. Wert ofrece a la élite política e intelectual del PP lo que quieren oír. No hace falta que lean más.

Tras esos párrafos iniciales, la prosa de Wert se condensa aún más, volviéndose difícilmente soportable. Son catorce páginas cargadas de tablas y datos estadísticos envueltos en un lenguaje científicamente ininteligible que es empleado para corroborar lo que el autor ya quería decir desde el principio. Resulta complicado que un lector interesado pero inexperto en la materia lea más allá de la sexta página. Sin embargo, es al final de esas hojas cuando Wert expone sus conclusiones. Pueden resumirse en tres apartados:

1- “Ni las diferencias actitudinales o comportamentales [de los jóvenes] con la población adulta son tan profundas como para autorizar interpretaciones de mundos disociados”.

2-“Hemos tendido a tratar a los jóvenes como un todo (…) lo que, como todo el mundo sabe, dista de ser cierto (…) El género, la clase social y el nivel económico del hogar, el tipo y calidad de la educación recibida (…) también segmentan poderosamente las orientaciones y actitudes de los jóvenes”.

3-“Tan sólo el 5% de los jóvenes españoles podría caracterizarse como anti-institucional, tendríamos un 12% de altruistas comprometidos, un 29% de institucionales ilustrados, un 28% de retraídos sociales y, por último, un 25% de libredisfrutadores. Como se ve, un mosaico rico en matices y pleno de diversidad”.

¿Cómo puede ser que ahora diga todo lo contrario de lo que afirmaba al principio? Wert reconoce que entre los jóvenes hay variedad. Pero también reconoce sin querer que su artículo ha sido una enorme pérdida de tiempo: “Hemos tendido a tratar a los jóvenes como un todo (…) algo que como todo el mundo sabe, dista de ser cierto”.

Si las bases epistemológicas de su artículo son falsas y él lo sabe, ¿para qué escribirlo? ¿Eran necesarias veintiuna páginas de “análisis serios y rigurosos” para acabar afirmando que la juventud es “un mosaico rico en matices y pleno de diversidad”? Tras marear al lector con datos y estadísticas, la conclusión del escrito nos devuelve a la posición en la que estábamos antes de comenzar a leerlo: entre los jóvenes hay de todo. ¿Es esa la excelencia que exige hoy a los estudiantes?

Su escrito no aspira a enseñar algo nuevo sobre los jóvenes. Se trata más bien de una construcción diseñada para confirmar los prejuicios de un determinado tipo de lector: José Ignacio Wert está ganando puntos para congraciarse y agradar a los líderes de ese entramado que es FAES. A lo mejor quiere medrar y llegar a ministro.

Si recopilamos todo lo que hemos averiguado quizá la cosa se vea más clara. En las primeras páginas Wert ofrece a los magnates del neoliberalismo el mensaje sobre los jóvenes que quieren escuchar; luego, tras una parrafada inaguantable, nos devuelve al punto de partida, sacando unas conclusiones que anulan lo dicho anteriormente. Pero curiosamente en las últimas líneas de su escrito vuelve a arremeter contra los jóvenes. Así, quien lea su introducción y pase a examinar el final del artículo, se encontrará otra vez con esa visión negativa de la juventud. Allí vincula los episodios de violencia ocurridos durante las manifestaciones por la “crisis de Iraq” con la violencia del movimiento antiglobalizador y la kale borroka.

Por si fuera poco, luego carga contra los jóvenes pacíficos que se manifestaron contra la guerra de Iraq. Para Wert esas personas han actuado “rechazando incondicionalmente cualquier intervención en nombre de una cultura de la paz elevada al absoluto”. Y añade que no tienen “el menor sentido de la amenaza respecto a prácticamente nada”. Si cuando los jóvenes son violentos Wert los critica por violentos, y cuando son pacíficos los critica por pacíficos, ¿qué alternativa les queda? ¿O acaso lo que no tolera es que expresen su malestar de manera pacífica y democrática ante una determinada política del Partido Popular? ¿Será ese el talante predemocrático en el que se ha educado el actual ministro?

Este párrafo final, además, condensa un vocabulario que puede rastrearse por todo el texto y que muestra una preocupante desconsideración hacia los jóvenes. Su contexto socioeconómico es “el contorno ambiental”; habla de “taxonomías” para diferenciarlos, con categorizaciones como “retraídos sociales” o “libredisfrutadores”. Con ese lenguaje pretende demostrar su celo científico y un elevado grado de objetividad, pero en realidad lo que descubre es su profunda inhumanidad, un desprecio hacia los jóvenes insultante. Parece que esté analizando unas muestras biológicas en el laboratorio, que esté describiendo el comportamiento de unas ratas atrapadas en un laberinto en vez de seres humanos. ¿Qué pensará cuando redacte las leyes?

Para Wert las generaciones de jóvenes no tienen “el menor sentido de la amenaza”, y se pregunta, con un aire de superioridad repelente, cómo afectará ese rasgo a la “maduración de su cultura política”. Pues bien, han pasado los años y aquellos jóvenes irresponsables y caprichosos, esos muchachos a los que se lo habían dado todo hecho y que se manifestaban contra la guerra de Irak, son ahora adultos. Curiosamente son los mismos que se manifiestan hoy, junto con centenares de colectivos y miles de personas más, contra los recortes en Sanidad y en Educación; son los mismos que lo seguirán haciendo en nombre de sus hijos y de su futuro.

Menos mal que los dirigentes del PP son adultos serios y responsables. Ellos sí que están a la altura de sus responsabilidades: no se esconden como chiquillos tras pantallas de plasma o improvisan viajes relámpago a Inglaterra. José Ignacio Wert puede estar tranquilo. Los jóvenes de entonces, como los de ahora, sabemos dónde está el peligro. Sabemos muy bien, desde nuestra asentada cultura democrática, quién amenaza nuestros derechos y nuestras libertades. Yo fui uno de esos jóvenes y sé que no conseguirán callarnos.

¿Es demasiado fácil llegar a ser maestro?

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Alejandro Lillo es historiador, doctorando en el Departamento de Historia Contemporánea de la Universidad de Valencia. Su tesis, en proceso avanzado de redacción, versa sobre Drácula, la novela de Bram Stoker. Colabora desde hace años con Justo Serna en distintos proyectos comunes vinculados con la historia cultural, entre ellos Covers (1951-1964): cultura, juventud y rebeldía, exitosa exposición organizada por la Universidad de Valencia.

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En el año 2003 José Ignacio Wert aún no era ministro de Educación, Cultura y Deporte. Por esas fechas acababa de ser contratado por el BBVA como director de relaciones corporativas. Fue entonces cuando escribió un artículo sobre la juventud titulado Los jóvenes de la democracia. Lo hizo en el primer número de una revista esencial para entender la deriva ideológica contemporánea. Me refiero a Cuadernos de pensamiento político, “una publicación abierta” –editada por FAES–, “donde el pensamiento y la reflexión muestran una España plural”, aunque en ella sólo tienen cabida estudios de corte neoliberal. Mantiene además “una trayectoria de rigor intelectual y máxima calidad desde su nacimiento”, y no ceja en su búsqueda de la excelencia y del análisis riguroso. Es ahí donde José Ignacio Wert publica Los jóvenes de la democracia.

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