Contarle a Dios quién quiero ser

María Caso

Quizás porque vi hace muy poco el regalo que nos ha hecho Alejandro Marín con la película Te estoy amando locamente, quizás por los profundos agravios que ha sufrido este año la memoria democrática de nuestro país, quizás por la frivolidad capitalista y sin raíces del cartel del Ayuntamiento de Madrid, estoy pensando mucho últimamente en la memoria histórica LGTBIQ+.

Estoy pensando mucho en todas esas personas, parias sociales, marginadas, desviadas, que en los años 70 pusieron el cuerpo para ganar la vida. En un contexto de clandestinidad, de brutalidad institucional, de verdadera marginación social, me maravilla y a la vez me hace sentir muy pequeña la certeza con la que ellas pisaron la calle en esas primeras manifestaciones ilegales. Esa certeza es la traducción política de que la libertad no es lo que nos intentan vender los defensores del capital. La libertad no es —o no solo— la ausencia de injerencia externa: la libertad se declina en la autodeterminación.

Y digo que me siento muy pequeña porque siento la responsabilidad del tiempo y de la memoria. Una responsabilidad vital de tener que seguir ensanchando los márgenes de lo posible.

La memoria histórica de un pueblo es su biografía. Conocerla nos permite entender su contemporaneidad. El concepto de la “peligrosidad social”, que en la dictadura condenaba a prisión a las personas homosexuales y transexuales de nuestro país, es un concepto derogado normativamente pero profundamente anclado en las raíces y arterias de la ideología conservadora que airea sin tapujos la extrema derecha española. Esa idea de que las personas LGTBIQ+ suponían un peligro social está en el fundamento actual de los discursos de Vox.

El concepto de la “peligrosidad social”, que en la dictadura condenaba a prisión a las personas homosexuales y transexuales de nuestro país, es un concepto derogado normativamente pero profundamente anclado en las raíces y arterias de la ideología conservadora

Cuando sus representantes nos dicen “quiten sus manos de nuestros hijos” e indecentemente insinúan, pleno tras pleno, la relación entre el colectivo LGTBIQ+ y la pederastia, lo que emerge en realidad es el peso de la historia. Por eso es tan importante tener memoria, porque solo a través de la mirada del tiempo podremos observar el odio aún incrustado en nuestro sistema.

El hecho de que cerca del 80% de las personas trans estén desempleadas, que tres de cada cuatro personas LGTBIQ+ no sean visibles en sus puestos de trabajo, que el 40% de las personas LGTBIQ+ hayamos sufrido agresiones alguna vez en nuestra vida, que cada día en los vestuarios, los centros deportivos, las escuelas o las redes sociales muchísimas personas LGTBIQ+ de nuestro país sientan miedo, es el reflejo de un sistema que todavía no ha cambiado. Por eso, la memoria no solo nos permite conocer los avances y reconocernos en nuestros derechos; la memoria también nos ayuda en la identificación de las conquistas pendientes.

La memoria histórica implica también construir un relato que conecta los puntos. Nos permite, por ejemplo, comprender que el Partido Popular no tiene problema en pactar con Vox en cientos de municipios y en 5 Comunidades Autónomas porque comparten décadas de historia y de pensamiento. La prueba es que hace muy poco, a principios de este siglo, no solo votaron en contra del matrimonio igualitario y recurrieron al Tribunal Constitucional esta norma pionera en el mundo —como luego han hecho con cada norma que ha buscado ampliar derechos—, sino que sacaron a las calles a la gente y nos enfrentaron a nuestras familias. Ellos, que se autodeterminan liberales pero que son en realidad nacionalistas de la normatividad.

Quizás a quien me lea le sorprenda que una joven de 26 años hable de memoria histórica. Pero es que la memoria histórica nos libera de la orfandad. Yo entré en política, y aquí mi madre puede corroborarlo, porque la memoria que recogen los relatos de Javier Cercas, Dulce Chacón o Miguel Hernández me hizo aprender que todo el sistema político y democrático que tenemos hoy, que todos y cada uno de los derechos y libertades que nos damos hoy, se han pagado con el precio de la vida.

Lo que no sabía entonces es que también el colectivo al que pertenezco tenía su historia, la historia de mi propia libertad, una historia colectiva que no nos deja huérfanas. Por eso, porque nos permite entender quiénes somos, las violencias estructurales que sufrimos y las estrategias de resistencia que necesitamos, reivindico la memoria histórica LGTBIQ+.

El colectivo al que pertenezco tenía su historia, la historia de mi propia libertad, una historia colectiva que no nos deja huérfanas

Si ahora que usted y yo tenemos esa memoria más viva pensamos en los términos conquista, derechos, resistencia u orgullo, ¿qué ocurre? Que estas palabras pesan más. Que quizás cobran más sentido.

Si ahora que usted y yo tenemos esa memoria más viva observamos el cartel del Ayuntamiento de Madrid, ¿qué ocurre? Que constatamos una desconexión absoluta entre esas reivindicaciones en las que nos va la vida y el reduccionismo macabro de quienes quieren privarnos de nuestra historia.

Por eso, no es casualidad que uno de los recortes que acomete Isabel Díaz contra las Leyes Trans y LGTBI de la Comunidad de Madrid sea precisamente la derogación de la creación del Centro de documentación y memoria histórica LGTBI.

Porque su humillación es quitarnos la memoria.

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María Caso es concejala del Grupo Municipal Socialista en el Ayuntamiento de Madrid.

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