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Con los deberes a medio hacer

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Nieves Rey Hernández

Llega julio y, con él, la urgencia de zambullirnos en plancha en nuestras ansiadas vacaciones de verano. Sin embargo, a quienes cargamos con la feliz desdicha —permitidme la contradicción— de contar con una conciencia social y medioambiental tirando a testaruda y, por lo tanto, resistente al cansancio acumulado y al calor, la Comisión Europea se ha empeñado en ponernos difícil eso de desconectar por unos días de nuestras urgencias.

Como ya advirtió recientemente este mismo diario, hace poco menos de un mes el primer órgano ejecutivo y legislativo de la UE publicó un informe de alerta temprana que ponía porcentajes, evidencias y cronómetros a lo que por otra parte ya era de sobra conocido por todos: España se consolida un año más en los vagones de cola del reciclaje del conjunto de los residuos municipales. No por sabido es menos grave. De hecho, más bien todo lo contrario: es más grave precisamente por ser testimonio de nuestra propia impotencia, ya que, aun conociendo la trascendencia de este retraso, seguimos sin ser capaces de revertirlo.

Según este documento de alerta temprana, en 2020 nuestro país tan solo fue capaz de reciclar el 36,4% de toda la basura que generamos en nuestros pueblos y ciudades, haciendo del todo insuficiente la ligerísima mejora que venimos experimentando desde 2016, cuando reciclábamos el 33,9%. El riesgo de no alcanzar el objetivo del 55% para 2025 —es decir, en menos de dos años— es más que evidente y no sobrevive ni a las previsiones más optimistas. Un peligro que, por cierto, compartimos con nuestros vecinos Portugal y Francia, con los nórdicos Suecia y Finlandia, con Irlanda y con varios países de Europa del este y del Mediterráneo oriental. Tampoco vamos mejor en el porcentaje de residuos que se envían a vertederos: el 52% de lo generado en 2020. El objetivo para 2035 es no superar el 10%.

España se consolida un año más en los vagones de cola del reciclaje del conjunto de los residuos municipales. No por sabido es menos grave. De hecho, más bien todo lo contrario; es más grave precisamente por ser testimonio de nuestra propia impotencia

La obstinación de estas cifras bien podría empujarnos a la tentación de aflojar esa conciencia testaruda tan nuestra o incluso abandonarnos al pesimismo reduccionista y desmovilizador del “para qué, si todo va fatal”. Haríamos mal, pues estos incómodos retrasos conviven con pequeñas conquistas que deben marcarnos el paso en la dirección correcta. Y es que el mismo informe que alerta de nuestro retraso en gestión de residuos municipales reconoce también, al poner la lupa sobre ellos, que en España ya superamos en 2020 el objetivo del 65% de reciclaje de envases y que nos acercamos con paso firme al cumplimiento de la meta del 70% marcada para 2030.

Tampoco caigamos en la autocomplacencia, pues bajo esta realidad de los envases también se identifican dobles velocidades según el tipo de material. Pero hay una certeza que no pasa inadvertida para la Comisión Europea: la recogida separada de residuos es un enorme catalizador para nuestra transformación medioambiental. De hecho, que el informe reconozca que en España “la escasa recogida separada de biorresiduos (es decir, de los restos de nuestra comida) y las tasas demasiado bajas de compostaje son las principales razones de estos resultados” es, sobre todo, el testimonio desapasionado y basado en datos de una gran necesidad: la de seguir evolucionando con paso firme en un modelo que priorice la prevención, la reutilización, la separación y el reciclaje inclusivo, cercano al ciudadano y eficiente de todos los residuos municipales, no solo de los envases que llevamos casi 25 años separando.

En este sentido, creo firmemente que los avances legislativos experimentados a nivel comunitario en los últimos años y que en España cristalizaron en 2022 en la nueva Ley de Residuos y en el Real Decreto de Envases, son el marco normativo ambicioso que necesitábamos para afrontar precisamente con espíritu colaborativo la reconstrucción medioambiental de nuestro país sin dejar a nadie fuera. A estas alturas ya nadie pasa por alto que el tiempo de unilateralidad en la política ha muerto, y que cualquier solución de largo plazo sobre temas de tanto calado estratégico como el que tenemos entre manos pasa, necesariamente, por un diálogo transparente, honesto y basado en datos fiables y de calidad que haga posible el consenso social, industrial e institucional en torno a la gestión de los residuos que generamos.

Para 2025 queda apenas año y medio y 2030 llegará antes de lo que parece. De nosotros, de nuestros gobiernos y de nuestras empresas depende no volver a llegar a los próximos veranos con deberes pendientes. Trabajemos juntos para evitar que la próxima alerta temprana se convierta en una alerta tardía.

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Nieves Rey Hernández es directora de comunicación de Ecoembes.

Llega julio y, con él, la urgencia de zambullirnos en plancha en nuestras ansiadas vacaciones de verano. Sin embargo, a quienes cargamos con la feliz desdicha —permitidme la contradicción— de contar con una conciencia social y medioambiental tirando a testaruda y, por lo tanto, resistente al cansancio acumulado y al calor, la Comisión Europea se ha empeñado en ponernos difícil eso de desconectar por unos días de nuestras urgencias.

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