Por qué se derechiza la clase obrera europea (y III)

Pedro Andrés González

En la primera colaboracion concluíamos que la derechización de Europa nos remitía a la derechización de su clase obrera. En la segunda, abordábamos el esqueleto de nuestro análisis destacando las categorías que nos permitirían entender este fenómeno, yendo de lo concreto a lo abstracto. Finalmente, desde lo abstracto a lo concreto, nos aproximamos de manera comprensiva a la derechización de la clase obrera europea.

La acumulación mundial de capital se caracteriza, en el momento actual, por el enfrentamiento, más o menos velado (guerras, aranceles, sanciones) entre dos grandes bloques, uno que avanza (BRIC’s) y otro que retrocede (USA-Europa). En esta alianza en retroceso, el capital europeo es la parte débil, teniendo un papel auxiliar y subsidiario, con menos acceso autónomo a mercados y a recursos, que en última instancia debe a su menor capacidad para competir en el mercado mundial por su menor productividad en las ramas en que se ha especializado dada la división internacional del trabajo. Esto se expresa en el bajo crecimiento del capital europeo y en la situación de estancamiento desde hace años. 

Esta debilidad, en el ámbito internacional, donde se juega la distribución del plusvalor mundial, reclama incrementar la producción de plusvalor en el interior de la UE. Cuestión que condicionará el tipo de políticas que se impulsen desde la Unión Europea e incluso desde los propios gobiernos integrantes de la misma. La situación bélica no solo agrava la subordinación al capital americano sino que además acentúa el carácter restrictivo de las políticas comunitarias, acaparando presupuesto y reorientándolas hacia lo militar.

Además, la acumulación europea de capital se desarrolla a través de sectores avanzados, maduros y en retroceso. De hecho la UE tiene que favorecer la innovación tecnológica en unos sectores (aeronáutica, hardware), dar ayudas para el mantenimiento del empleo en otros (automoción) y garantizar la viabilidad de las explotaciones en sectores que no son competitivos a nivel internacional (agrícola y ganadero, por ejemplo). Ante la diversidad de la situación de los capitales, por sectores y países, la UE ha de atender necesidades diversas e implementar políticas distintas según este fraccionamiento del capital.

De esta manera, las instituciones de la Unión Europea, la superestructura (jurídica, política e ideológica) que representa políticamente al capital europeo en su totalidad, desplegarán una legislación, presupuestos y medidas que favorezcan la mayor explotación de la fuerza de trabajo europea para aumentar la mencionada extracción de plusvalor, a la vez que atiende a los intereses de los distintos tipos del capital europeo en el marco de los requerimientos belicistas.

Estas políticas en que se concreta el tipo de intervención pública europea pasan, en definitiva, por menos derechos humanos, menos derechos sociales y menos compromisos medioambientales, que se deciden en las instituciones europeas. Por tanto, el capital europeo actual reclama un parón de la agenda social tradicional europea. Antes que la Comisión Europea lance estas políticas (restrictivas en lo social y expansivas en lo bélico) con destino a los distintos países, han de pasar en mayor o menor medida por la eurocámara, donde los partidos votan las diversas leyes, planes, presupuestos y políticas.

Pero no todos los partidos sirven para aprobar las medidas restrictivas y los recortes presupuestarios que reclama, en el contexto de guerra, el aumento de la explotación de la fuerza de trabajo europea. Aquellos partidos en cuyos programas se combinan en mayor o menor medida el liberalismo económico (individualización, liberalización, privatización, recortes laborales y sociales) y el regulacionismo ciudadano (restricciones a las libertades y derechos civiles y humanos, recortes presupuestarios) (ver Apuntes sobre Derecha e Izquierda en criticonomia.blogspot.com),  están en mejores condiciones de representar esta necesidad del capital europeo. Esto tiene como expresión la derechización del arco europarlamentario, incluyendo a la propia izquierda empezando por la más moderada (socialdemocracia), fenómeno que no es reciente, como puede comprobarse en el gráfico que muestra el reparto de los escaños del Europarlamento desde 2014.

Hasta ahora la gran coalición de centro ha venido siendo un instrumento útil en la medida que liberales y sobre todo socialdemócratas han ido cediendo en favor de una agenda más cercana a la derecha (neoliberal). Acualmente, aunque tampoco es algo novedoso, una manifestación de que el imperativo del capital reclama acelerar el proceso, es el auge de la extrema derecha que permitirá avanzar de manera más amplia y más rápido de lo que hemos venido teniendo (un ejemplo, el pacto sobre migración que es visto por muchas organizaciones como un retroceso ha tardado en aprobarse más de cuatro años, y otro tanto las regulaciones medioambientales recientes).

Las distintas políticas puestas en marcha por las instituciones europeas, los debates entre partidos para aprobarlas, la configuración de los diversos grupos europarlamentarios, las elecciones europeas y las luchas partidarias en el marco electoral son otras tantas formas en que se desenvuelve la lucha de clases que caracteriza a la sociedad capitalista europea. Enfrentamiento entre clases que se desarrolla, pues, en diversos ámbitos territoriales (europeo y nacional), y se establece entre las distintas fracciones de las clases en liza, la burguesía y el proletariado europeos.

Esta lucha europea de clases manifiesta la diversidad de necesidades e intereses de las clases sociales y sus segmentos. Al punto que, en el caso de los partidos, que expresan dichas necesidades e intereses, se configuran cada vez en mayor medida, como veremos, en organizaciones políticas interclasistas, porque así se presentan en lo inmediato esos intereses y necesidades.

Tomemos el caso de la clase obrera. La segmentación de la clase obrera que tiene que ver con la tipología de la fuerza de trabajo (sexo, edad, formación, cualificación, nacionalidad, entre otras), con las características del capital que la emplea (avanzado, estancado o en retroceso) y, en última instancia, con la materialidad del proceso de producción (el uso de tecnologías como robotización, automatización, digitalización).

La enajenación de la conciencia libre de la clase obrera es un resultado del fetichismo de la mercancía que ya descubriera Karl Marx. No es nuevo, pero menos cuenta se le echa en el quehacer político cotidiano

Estos segmentos introducen necesidades e intereses específicos junto a los generales (los que afectan a todos los vendedores de fuerza de trabajo). En determinados momentos, estos intereses específicos cobran más relevancia que los generales, acentuando la división dentro de la propia clase, y permitiendo que la representación política de dicho segmento sea ostentada por partidos o corrientes ideológicas que, ausentes anteriormente, ahora ponen foco en esa especificidad. Por ejemplo el feminismo, la inmigración o el ecologismo, que siendo aspectos abanderados por la izquierda y a los que la derecha se ha ido sumando de manera ralentizada y moderadamente, son percibidos de manera distinta por los diversos segmentos de la clase obrera.

Más concretamente, la oposición al feminismo y a la inmigración en algunos sectores de la clase obrera tiene que ver con la competencia en el mercado laboral, cuestión que se agudiza más en las ramas productivas estacadas y en retroceso, así como en las cualificaciones donde es más efectiva tal competencia (en el caso de los inmigrantes los puestos menos cualificados y en el de las féminas se va transversalizando por el avance de las mujeres en su formación). La respuesta política de la conciencia enajenada es la restriccion de derechos hacia dichos colectivos. Pero, lo mejor es que esta expresión de sus intereses inmediatos puede coincidir con los intereses no tan inmediatos de fracciones del capital, que solo pueden sobrevivir sobreexplotando la fuerza de trabajo para lo que requieren pagar bajos salarios, que cuelan mejor cuando la fuerza de trabajo está desprotegida, aislada o es ilegal.

Como se ve, la enajenación en el capital (en su capital, el que lo emplea) y en la mercancía (su mercancía, la fuerza de rabajo), va adquiriendo matices que se expresan políticamente en lo inmediato de manera diversa y a veces convergente con sectores de la clase antagónica que, en esto, hace causa común.

Otro ejemplo lo proporcionan los asalariados de renta alta acorde con la situación de su capital, su cualificación y su formación. Estos, como la burguesía, ven en el Estado social (o en los aspectos sociales del Estado, servicios públicos de masa) un enemigo dispuesto a expropiarlos a base de impuestos. Además, igual que la burguesía, no necesitan estos servicios públicos (sanidad, educación, pensiones, prestaciones por desempleo) desarrollados (ampliamente extendidos) porque ellos acceden a la modalidad privada de los mismos: aseguradoras sanitarias, educación concertada o privada, fondos de pensiones y bajadas de la fiscalidad. Los partidos de la derecha expresan mejor estas necesidades e intereses que los de la izquierda (hasta ahora). 

Podríamos seguir con otros fragmentos del obrero colectivo y con otros asuntos que se sitúan en un primer plano; en esta última cuestión tiene mucho que decir la función enajenante de los medios de comunicación (campañas “informativas” contra la okupación que atemorizan a los propietarios de viviendas, que destacan los efectos fiscales de la inflación, mencionan rasgos nacionales o raciales de los delincuentes cuando son extranjeros, o influencers que discuten la idoneidad de las mujeres para ser bomberos, entre otras muchas portadas), pero lo dejamos para otro momento.

Un último caso concreto de segmento de clase obrera, éste muy vinculado a la desafección electoral (abstención) o al voto a la derecha en su modalidad extrema, es el de los integrantes del ejército laboral de reserva (población parada) o empleados en sectores en retroceso, cuya fuerza de trabajo no requiere excesiva cualificación y pueden ser sustituidos con facilidad por fuerza de trabajo inmigrante. En este caso, la conciencia enajenada en la mercancía pasa por defender la compraventa de la fuerza de trabajo de manera insolidaria y excluyente, tendiendo a votar a quienes les prometan acabar con la culpable competencia foranea. Sobre todo en esta capa, y alimentado por el discurso antipolítico (la política no vale para nada, son todos iguales, solo quieren llenarse los bolsillos), otro mecanismo enajenante, muchos preferirán seguir a su equipo favorito a perder su precioso tiempo votando. 

Por supuesto, a medida que se asciende en concreción, van entrando en juego más determinantes de la conciencia: la historia y las experiencias laborales, vecinales, familiares, pueden resaltar aspectos o difuminar otros. Entramos así en el fantasmagórico mundo de la particular forma de la conciencia libre enajenada en el capital, la conciencia individual.

La conciencia libre enajenada (libertad subsumida en la enajenación) que produce la relación social general (capital), en este caso sobre la clase obrera y en las circunstancias actuales (el papel del capital europeo en la acumulación mundial de capital), en ausencia de operadores sobre la producción de dicha conciencia (experiencias, discursos y teorías desenajenantes), nos permite entender la acción política de ésta y su forma electoral en la actualidad. 

La enajenación de la conciencia libre de la clase obrera es un resultado del fetichismo de la mercancía que ya descubriera Karl Marx. No es nuevo, pero menos cuenta se le echa, en el quehacer político cotidiano (y en su correspondiente organización). 

Si tuviésemos que resumir lo dicho, de manera apretada, la derechización de Europa es la expresión de la acción política de las clases sociales, particularmente de la clase obrera europea (por acción u omisión, de sus fracciones más influyentes), como resultado de su enajenación en el capital europeo que, a falta de iniciativas desenajenantes, la lleva a apoyar a los partidos que mejor representan las políticas (civiles y sociales) que el capital europeo reclama como respuesta inmediata a su debilidad en el marco de la competencia internacional de capitales. Otra cosa es ver las salidas que una organización de la clase obrera, con el propósito de superar la subordinación de las personas al capital, se pudiera plantear para operar sobre la producción de la conciencia enajenada de la clase obrera. Pero esto será en otro momento.

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Pedro Andrés González Ruiz es licenciado en Ciencias Económicas.

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