Esquerra: el dilema de gobierno para Cataluña

Gonzalo Fernández

El pasado lunes 10 de junio quedó inaugurada la legislatura autonómica en Cataluña. En la resaca de unas elecciones europeas en las que el PSC volvió a demostrar su hegemonía en el territorio, la formación de los órganos parlamentarios mostró los primeros movimientos de los partidos políticos de cara a una futura investidura. En este sentido, los tres partidos independentistas, Junts, Esquerra Republicana y la CUP, acordaron el nombramiento de Josep Rull como presidente del Parlament, aislando al PSC y mostrando las dificultades de una eventual investidura de Illa. 

Las elecciones del 12 de mayo dieron como ganador al PSC liderado por Salvador Illa con 42 escaños. Esa fue la única noticia positiva para la izquierda. Junts consiguió el segundo puesto con 35 escaños en la vuelta de Carles Puigdemont, situando a Esquerra Republicana como tercera fuerza con 20 asientos, la más castigada con respecto a los comicios de 2021. Simultáneamente, la desaparición de Ciudadanos provocó la reaparición del Partido Popular, cuyo avance electoral no afectó a la estabilidad de VOX, que creció ligeramente en votos reeditando su número de escaños. Por el contrario, las fuerzas a la izquierda del PSC empeoraron sus resultados. Aunque los Comunes se mantuvieron relativamente estables respecto a lo que vaticinaban las encuestas perdiendo tan solo dos escaños, las CUP perdieron más de la mitad de sus representantes respecto a 2021. Para colmo de las izquierdas, la irrupción de Aliança Catalana con dos escaños convierte al Parlament en el único hemiciclo con dos formaciones de ultraderecha en el Estado.

De esta manera, las elecciones dejaron varias lecturas. Por un lado, en clave ideológica, la derecha ha avanzado, de forma que han crecido todas las formaciones en este espacio, tanto conservadoras como radicales, mientras que en el espacio de la izquierda solo lo ha hecho el PSC. Por otro lado, en clave nacional, el bloque independentista ha perdido su mayoría absoluta, por lo que, salvo repetición electoral o esquizofrenia de un partido estatal, Puigdemont no liderará la Generalitat. En este escenario se ha abierto una oportunidad para Salvador Illa, ya que, si a los apoyos del PSC se suman el voto favorable de ERC y de los Comunes, el socialista se convertiría en president.

En consecuencia, la opción más lógica conduce a que PSC y ERC repliquen en la arena autonómica un acuerdo que se lleva produciendo varios años en la esfera nacional. Sin embargo, con un partido claramente debilitado en las urnas, en ausencia de un liderazgo claro y con la organización dividida entre continuistas y renovadores, los únicos movimientos que se han aclarado por parte de Esquerra Republicana es que estarán en la oposición y que el partido, supuestamente, no tiene miedo a nuevas elecciones. 

En la antesala de las elecciones autonómicas ya se vaticinaba que para Esquerra se abría un laberinto de dilemas y contradicciones, tanto si la formación perdía el Govern como si se veía relegada dentro del bloque independentista. Sin embargo, la concurrencia de estas condiciones como el pronunciado descenso electoral, ha hecho que Esquerra, siendo la formación más castigada en términos electorales, se haya convertido en el actor más decisivo en términos políticos. De esta manera, Esquerra Republicana se enfrenta sin un liderazgo claro y con la organización dividida a una decisión que determinará el horizonte político de la sociedad catalana: ser parte de la gobernabilidad o ser parte del bloqueo. 

En el escenario más evidente, Esquerra podría facilitar la investidura de Illa sin formar parte del Govern. De esta manera, la formación podría compatibilizar la reestructuración de su organización y la generación de nuevos liderazgos de puertas hacia dentro, sin dejar de condicionar la vida política y la actividad parlamentaria de puertas hacia fuera. El retroceso electoral y la aritmética parlamentaria harán que PSC y ERC coincidan en el terreno político si se quiere trazar una línea progresista, teniendo los republicanos una posición de ventaja por el peso decisivo de sus 20 diputados y siendo ahora los socialistas los que tienen que rendir cuentas de su gestión. En otras palabras, Esquerra podría participar en los aciertos y no responder de los errores del Govern, ganar tiempo para crear nuevos liderazgos que renueven el argumentario ante un Parlament más conservador y menos independentista que hace cuatro años.

Esquerra no solo se decide entre facilitar o bloquear un gobierno, sino que su dilema pasa por mirar hacia adelante o volver hacia atrás, y sus consecuencias se extienden a toda Catalunya y al territorio nacional

Tan cierto es que ERC puede beneficiarse políticamente de un Govern encabezado por Illa como que existe otro escenario posible. Ahí es donde entran en juego Junts y Carles Puigdemont. El círculo más cercano del que fuera president ha aprovechado la falta de claridad de Esquerra para volver a unir la estabilidad del gobierno nacional con la vuelta del independentismo, una vez más representado en Puigdemont como cabeza del gobierno autonómico. Sin embargo, existe una salvedad que Junts no ha parecido reconocer: el espacio independentista no tiene mayoría absoluta. Por tanto, un acuerdo entre Junts y Esquerra no sería más que el prólogo de un bloqueo que conduciría a una nueva cita electoral.

La repetición electoral no parece el escenario más idóneo para los objetivos de la izquierda en general y de ERC en particular. La ausencia de candidatos, la división interna y la posibilidad de haber impedido un nuevo eventual paso por las urnas pueden profundizar aún más la crisis de Esquerra Republicana. No obstante, toda esta coyuntura, sumada a una ley electoral que favorece las coaliciones, abre la posibilidad de que Puigdemont proponga una lista conjunta a todos los actores independentistas que rivalice directamente con el PSC de Salvador Illa. Tanto desde la óptica independentista como desde las posiciones estratégicas no parece una opción nada desdeñable. Puigdemont encontraría así la posibilidad de jugar una suerte de partido de vuelta para evitar caer eliminado de la política una vez más, mientras que Esquerra camuflaría en otras siglas sus desequilibrios políticos y desórdenes internos, evitando entregar directamente el Govern al PSC. 

Por lo tanto, todos los análisis se trasladan a qué hará Esquerra Republicana. La decisión se reduce a pactar con quién salvó su legislatura, o a concurrir a nuevas elecciones subordinado a un espacio político que abandonó su ejecutivo y votó dos veces en contra de sus presupuestos. O lo que es lo mismo, profundizar su agenda social o mantener sus aspiraciones secesionistas. La eterna batalla que se ha producido en el espacio independentista entre pactar o confrontar con el Estado se libra ahora con más intensidad dentro de un partido político que en la sociedad catalana. Por lo que, en definitiva, Esquerra no solo se decide entre facilitar o bloquear un gobierno, sino que su dilema pasa por mirar hacia adelante o volver hacia atrás, y sus consecuencias se extienden a toda Catalunya y al territorio nacional. 

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Gonzalo Fernández es politólogo y analista de la Fundación Alternativas.

El pasado lunes 10 de junio quedó inaugurada la legislatura autonómica en Cataluña. En la resaca de unas elecciones europeas en las que el PSC volvió a demostrar su hegemonía en el territorio, la formación de los órganos parlamentarios mostró los primeros movimientos de los partidos políticos de cara a una futura investidura. En este sentido, los tres partidos independentistas, Junts, Esquerra Republicana y la CUP, acordaron el nombramiento de Josep Rull como presidente del Parlament, aislando al PSC y mostrando las dificultades de una eventual investidura de Illa. 

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