Plaza Pública
El exilio republicano en Argelia. Réplica a Bernard Sicot
El Ministerio de Justicia ha editado un gran catálogo –con el título 1939. Exilio republicano español– para la exposición de igual nombre en el marco de la conmemoración del 80 aniversario del final de la guerra y masivo exilio de republicanos a Francia y otros países de Europa y América. El catálogo incluye 29 artículos sobre aquella diáspora. Entre ellos el titulado El exilio republicano español de 1939 en Argelia, firmado por Bernard Sicot, que cita textualmente extractos del diario de un refugiado, Antonio Gassó Fuentes, Gaskin, mi padre.
El Diario de Gaskin abarca desde febrero de 1941 hasta febrero de 1943, con algunas lagunas temporales. De esos 24 meses pasa 10 en prisiones y compañías disciplinarias, también denominadas “la Disciplina”, campos de castigo, campos de represión, campos de la muerte. Castigado por no haber cumplido –supuestamente– con la estricta disciplina de los campos militares donde estuvo retenido durante su cautiverio, simples nimiedades de incumplimientos de horarios u otras cuestiones sin importancia. En los disciplinarios se reducían a la mitad las raciones y los descansos. En su diario, Gaskin da cuenta –sin excesiva acritud– de la cotidianidad en los campos de concentración, de trabajos forzados y de castigo, incluida la sucesión de muertes de algunos internos, las torturas y todo tipo de penalidades que sufrieron en aquellos campos del desierto. Bastante material para analizar. Muchas horas de trabajos forzados, de disciplina y algunas –pocas– de descanso.
Pero el señor Bernard Sicot, casualmente, selecciona algunos textos que corresponden a actividades lúdicas celebradas por los presos los domingos. Y las destaca en primer lugar endulzando y suavizando las durísimas condiciones de vida en los campos para después conceder que no todo eran fiestas. Djelfa no fue una excepción. Ningún campo de los dominios franceses en el Norte de África se libró de los horrores. También relata en el mencionado artículo unos supuestamente jugosos cobros en dinero por los trabajos forzados, sin matizar que precisamente ese día había recibido el acumulado de los retrasos de meses anteriores, siempre míseros y, en este caso, no cobrados cuando correspondía. Se trata, por parte del autor del artículo, de un uso poco riguroso y de una manipulación de la fuente para tergiversar la realidad vivida por los internos, primero exiliados, después cautivos en el norte de África. Y de esa manera la percepción del lector sobre la verdadera naturaleza de los campos franceses norteafricanos acaba siendo distorsionada.
A nadie se le escapa que un diario escrito en el momento, al instante, en el día a día de la estancia en los campos, presenta las limitaciones propias de las difíciles circunstancias en las cuales se redacta. ¡Claro que los domingos podía escribir con más tranquilidad y contar con más detalle los escasos momentos de asueto en ese cautiverio forzado! Simplemente disponía de más tiempo y, a veces, de mejores condiciones físicas y mentales para escribir. Tratar de comer y divertirse un poco durante el día de descanso es la más elemental estrategia de supervivencia de cualquier ser humano. No hay que olvidar, además, que la mayoría de los internos eran muy jóvenes y, a pesar de todo, vitales. Mi padre llegó a los campos antes de cumplir los 20 años. Estas circunstancias hacen que los domingos no sean representativos de las penurias diarias y no es serio, ni éticamente aceptable, elegir los textos de los festivos para concluir y difundir que las condiciones de internamiento y de trabajos forzados no eran tan duras como se podría pensar.
El señor Sicot podría haber seleccionado y analizado cualquiera de los múltiples días –casi todos– de penosos trabajos y crueles castigos, castigos que, en algunos casos, llegaron a causar la muerte de los penados.
Por ejemplo, los días 25 y 26 de julio de 1942: “Martirio de Aguilar”. “Martirio de Costa”. O al día siguiente: “Martirio más acentuado de Costa y Aguilar”. Apenas tres líneas, pero esenciales porque relatan atrocidades. Cualquiera que se haya interesado en el tema del exilio y cautiverio republicano en el Norte de África sabe, y hay testigos escritos sobre la materia, que la expresión “martirio” fue usada por los internos para designar las palizas y torturas hasta el desvanecimiento o la muerte. O el día 14 de julio del mismo año: “El checo recibe una buena paliza. Observo, empujado por irresistible emoción, su martirio inhumano”. O simplemente podríamos repasar el diario en cualquier día a partir del 20 de mayo de 1942 y hasta octubre, cuando consigue salir de Foum Deflah, campo de represión –poco conocido– especialmente duro y maléfico. Destacable fue el 28 de septiembre de 1942, en el que Antonio Gassó cuenta la muerte de Kleinkoff en el tombeau. Días después de este asesinato… muere también Brenmann, su compañero de castigo. Estos son los hechos –muy graves– que hay que recordar y denunciar y dejar los anecdóticos en segundo plano.
Las penalidades que expone Gaskin en su diario son corroboradas por múltiples testimonios escritos de refugiados republicanos que malvivieron y sufrieron los campos norteafricanos. Animo a la lectura de los relatos en vida de Santiago, Lloris y Barrera (que recogen los de otros 34 internos), Jiménez Margalejo (especialmente en las páginas 157 a 174), Muñoz Congost (que recoge los de otros 11), Mercadal Begur (sobre Moreno, Pozas y otros martirios), Artís-Gener, Tondowsky (en Satloff), Bernabeu y Verdeguer (en Martínez López) y Vilanova (capítulo I.2 de Los Olvidados), por citar algunos (la investigadora Eliane Ortega dispone de una amplia base de datos de campos y testimonios). Desde diferentes sensibilidades políticas todos coinciden en la descripción del horror vivido en los campos.
Quizás si el señor Sicot hubiera tenido a bien contactar conmigo antes de escribir el artículo, habríamos aprovechado los dos la oportunidad para aclarar algunos aspectos y dudas sobre el contenido y sobre la adecuada interpretación del diario. Pero no lo hizo a pesar de disponer de mi correo electrónico. En su momento, me extrañó mucho. Ahora me duele. La voz y la piel de mi padre no están en las palabras de Sicot.
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Nadie pretende equiparar sin más matizaciones los campos franceses de Vichy a los campos nazis de exterminio sistemático y muerte global planificada. Pero el hecho de que no sean idénticos no puede ocultar que en los primeros se violaron continuadamente los más elementales derechos humanos y que se sometió a los internos a sufrimientos insoportables hasta la muerte o, en el mejor de los casos, a palizas, torturas y castigos, practicados con un sadismo quirúrgico. “Tombeau”, “cuadrilátero”, “cola de caballo”, “de la balle” son algunas de las denominaciones de castigos de una crueldad intolerable que se practicaron, en mayor o menor medida, en casi todos los campos no familiares. Los internos fueron sometidos a condiciones de trabajo y de vida absolutamente inhumanas. Tenían el agua diaria racionada, escasez de alimentos, de higiene y de protección ante las inclemencias meteorológicas en un desierto que era un infierno de día y donde se sufría un frío intenso por las noches. A lo que hay que añadir el maltrato psicológico y las constantes humillaciones e insultos, sufridos sin posibilidad de recurso o de defensa. Eran luchadores antifascistas y fueron tratados como indeseables.
Duele el olvido de décadas pasadas y duelen en el alma determinados intentos actuales de endulzar el régimen de aquellos campos de Vichy, tan salvajes. Las y los descendientes de aquellos refugiados no olvidamos ni trivializamos aquella dura realidad. Los que pasaron por las prisiones y campos de concentración del desierto no se merecen el contenido de parte del artículo del señor Sicot y sería muy bien recibida una rectificación pública en honor a la verdad y la memoria digna. ______________
Laura Gassó es autora del libro Diario de Gaskin. Un piloto de la República en los campos de concentración norteafricanos. 1939-1943. Tavernes Blanques, 2014. Ed. L’Eixam Edicions.