Fenómenos naturales, desastres sociales

Joan Escuer

Escucho con pesar el balance, todavía provisional, de pérdidas humanas en el levante español a consecuencia de un fenómeno natural en lo que seguro deberá considerarse como un desastre social.

Gilbert White, un destacado geógrafo estadounidense, conocido por ser el padre de la gestión de las llanuras aluviales, escribió en 1945 que "las inundaciones son casos de fuerza mayor, actos de Dios, pero las pérdidas por inundaciones son en gran medida actos del hombre". Hoy en día una gran parte del público y los responsables políticos consideran con bastante frecuencia que los desastres naturales y el cambio climático son los principales impulsores que determinan la gravedad de los desastres “naturales” actuales. Sin embargo, durante las últimas décadas, los especialistas que se ocupan de los desastres y los riesgos han hecho enormes esfuerzos para explicar que los desastres provocados por eventos naturales no son fenómenos “naturales”, sino más bien sociales, y que la exposición y la vulnerabilidad al peligro son los principales factores que condicionan los altísimos niveles de riesgo.

Los representantes de 195 Estados, que firmaron el Acuerdo Marco de Sendai para la Reducción del Riesgo de Desastres 2015-2030 promovido por la ONU, coincidieron en que los desastres que se originan a partir de riesgos naturales no son “naturales” y que la reducción del riesgo debería ser el foco principal en la mitigación y prevención de desastres. Sin embargo, hoy escuchamos que el cambio climático está detrás de las inundaciones. De hecho, el cambio climático contribuye al aumento de la frecuencia y la gravedad de los fenómenos hidrometeorológicos extremos, y sus efectos aumentarán las cargas sobre las poblaciones, que ya son vulnerables a los peligros naturales, sobre todo si no se consideran medidas preventivas relacionadas con su componente antropogénico.

Durante las últimas décadas se ha acumulado un conocimiento significativo que permite afirmar que la vulnerabilidad y la exposición a los peligros naturales son determinantes clave del riesgo y los principales impulsores de las pérdidas, su fehaciente aumento viene dado pues por procesos sociales. Así el desarrollo insostenible, la creciente urbanización, las desigualdades sociales y las disparidades en los medios de vida, amplifican los impactos de los desastres naturales y generan mayores pérdidas, especialmente en las regiones costeras y ribereñas.

Pero, ¿por qué algunos siguen considerando los desastres causados por los peligros naturales como eventos "naturales"? Se investigan fenómenos geológicos, físicos, biológicos, químicos y otros procesos que pueden conducir a eventos peligrosos, considerando que una mejor comprensión de estos da como resultado una reducción del riesgo de desastres pero debe mejorarse aún más el conocimiento de la interacción entre peligros naturales, exposición, vulnerabilidad y cambio climático. Una tormenta severa o una inundación repentina que se produzcan lejos de una región poblada difícilmente generarán un desastre dada la falta de elementos vulnerables expuestos al peligro.

Las medidas preventivas no son una panacea para los desastres, pero en la mayoría de los casos, funcionan lo suficientemente bien como para salvar vidas y propiedades

Aunque los responsables de las políticas suelen disponer de conocimientos sobre las amenazas y los riesgos locales, la falta de preparación de los Estados y la falta de concienciación del público conducen en muchos casos a desastres locales, nacionales, regionales y mundiales. La preparación y la concienciación son factores importantes en la mitigación del riesgo de desastres y ayudan a garantizar que las personas puedan actuar de forma adecuada ante las alertas emitidas. La preparación y la concienciación deben facilitar a las personas información, recursos científicos y prácticos sólidos. También debe estar disponible el suficiente capital y la capacidad psicológica y social para la interpretación, el uso local de la información y los recursos. Por último, las responsabilidades de los organismos civiles y las comunidades en la gestión del riesgo de desastres han de ser compartidas.

El nivel de conciencia pública sobre los riesgos asociados a las inundaciones, así como la preparación para las inundaciones, resulta ser extremadamente bajo durante las inundaciones repentinas, en parte porque ocurren sin previo aviso. Pero incluso si se da una advertencia a las autoridades locales correspondientes, es poco probable que se pueda informar al público de manera oportuna ya que la mayoría de la comunidad local no sabe que pueden ocurrir inundaciones repentinas cerca de sus casas o no cree que un desastre de ese tipo pueda afectarlos dado que no existen precedentes, “nunca se ha visto una cosa así”. Además, la población local no es suficientemente consciente de a dónde escapar en caso de inundaciones u otras emergencias (por ejemplo, tormentas severas o incendios forestales), ni cómo proteger sus vidas y propiedades. La educación pública en reducción del riesgo de desastres es un componente esencial para crear conciencia sobre los riesgos potenciales de los eventos extremos y mejorar la seguridad pública, y constituye un requisito previo para las estrategias eficaces de gestión de riesgos.

En Japón, el nivel de preparación y concienciación de la población ante los desastres naturales es el más alto del mundo. Las viviendas y otras construcciones son resistentes a fuertes terremotos o tormentas severas, los diques protegen a la población contra tsunamis e inundaciones. La población local es muy consciente del riesgo que corre y sabe cómo y dónde evacuar después de que se emita una alerta. Los científicos de las universidades e instituciones académicas japonesas organizan talleres para que la población local presente sus sofisticados modelos, que describen de forma realista las consecuencias de grandes terremotos, tsunamis, inundaciones, tormentas y otros fenómenos de riesgo natural. Junto con las autoridades locales y los científicos sociales, explican cómo deben actuar las personas y proteger sus vidas y propiedades en caso de fenómenos extremos. En nuestro país, la gestión de desastres durante las erupciones de 2021 del volcán de La Palma y los flujos de lava en la isla Canaria mostró un ejemplo de buenas prácticas en materia de preparación, alerta temprana y evacuación, a pesar de que habían pasado 50 años desde la última erupción fuerte en la isla. Estas importantes lecciones aún deben ser aprendidas.

La administración debe alentar a los científicos, ingenieros y planificadores a identificar las vulnerabilidades locales y regionales, a monitorear y reducir estas vulnerabilidades

Las medidas preventivas no son una panacea para los desastres, pero en la mayoría de los casos funcionan lo suficientemente bien como para salvar vidas y propiedades. Por ejemplo, la subestimación de la altura de las olas del tsunami y la posible inundación inmediatamente después del gran terremoto del este de Japón en 2011 llevó a algunas personas a no evacuar sus edificios a lugares más seguros después de que se emitieran las alertas. Creían que las construcciones de ingeniería disponibles protegerían sus casas y sus vidas. Desafortunadamente, las olas del tsunami fueron mucho más altas de lo esperado y los malecones fueron incapaces de prevenir la gran inundación. Por otro lado, una advertencia frecuente emitida con alturas sobreestimadas de las olas del tsunami juega un papel negativo, ya que la comunidad costera comienza a desconfiar de las alarmas de tsunami. Lo mismo es relevante para las personas que viven en las orillas de los ríos o al pie de los volcanes.

Aunque el conocimiento científico sobre los desastres naturales locales y regionales está disponible y avanza constantemente, y las vulnerabilidades y exposiciones locales se han analizado en muchos lugares, los científicos y profesionales pueden hacer mucho más para ayudar a sus gobiernos a reconstruir mejor, de manera más sabia y más fuerte. Los gobiernos de los países afectados por desastres no deberían ocultar la incapacidad de sus instituciones estatales para gestionar los riesgos de desastres empleando la idea de que los desastres “naturales” son inevitables o que el cambio climático es un factor impulsor de los desastres. La administración debe alentar a los científicos, ingenieros y planificadores a identificar las vulnerabilidades locales y regionales, a monitorear y reducir estas vulnerabilidades y a proponer una política regulatoria mejorada de reducción del riesgo de desastres.

Los responsables de las políticas deben promover las investigaciones forenses de los desastres ocurridos para penetrar profundamente en sus causas fundamentales y comprender por qué y cómo los riesgos naturales se convierten en desastres; y el objetivo de dichas investigaciones no debería ser la búsqueda de culpables ya que, de todos modos, la responsabilidad de las pérdidas por desastres está ampliamente repartida entre las instituciones en lugar y tiempo. En cambio, las investigaciones deberían proporcionar el conocimiento de las causas fundamentales de los desastres para prevenir o mitigar significativamente eventos similares en el futuro.

Ninguna acción política o gubernamental para reducir los riesgos de desastres puede ser productiva sin el uso de verdadero conocimiento científico, medidas preventivas de desastres, preparación y conciencia pública. 

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*Joan Escuer es geólogo y profesor de la Universitat Carlemany.

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