El psiquiatra Dan Olweus describió el acoso escolar ya en 1973, y en el año 2003 se publicaba el primer artículo del tema en una revista científica española, en Anales de Pediatría, con un título descriptivo: “Children against children”. Desde entonces la situación ha evolucionado, pero de forma insuficiente y muy irregularmente en el conjunto de las diferentes comunidades autónomas.
La pandemia tuvo una intervención dual: por una parte, el acoso presencial disminuyó por el hecho del confinamiento, pero se generalizó el ciberacoso, sobre todo porque las tasas de consumo de medios tecnológicos se incrementaron de forma sustancial durante el mismo confinamiento. El incremento del ciberacoso es más preocupante, porque es un tipo de acoso de mayor gravedad que el presencial, puesto que puede presentarse en cualquier lugar, hora y situación. Esta persistencia ante el posible acoso representa una evolución relevante, pues el ciberacoso alcanza ya más del 60% del acoso en la infancia.
La asociación del fenómeno acoso/ciberacoso escolar con padecer psicopatología asociada, tanto en los acosadores como en los acosados, se detecta en todas las series de casos investigados. A ello se ha asociado la relación con un incremento de la tasa de mortalidad, sea por suicidio o por accidentes en el seno de la propia agresión. Esta es la segunda línea evolutiva que se detecta, y a la que se debe establecer atención y seguimiento adecuados, sobre todo en todo lo relativo con los riesgos de presentar conductas autolíticas en los sujetos acosados.
La tercera línea evolutiva tiene que ver con la formulación y desarrollo de protocolos de intervención, pero que se hayan formulado o construido este tipo de protocolos, en casi todas las autonomías, no ha supuesto siempre que se activen ante situaciones de riesgo o de sospecha, por lo tanto, se establece una disarmonía entre los posibles instrumentos disponibles para abordar el acoso escolar y la acción que se desarrolla de forma efectiva en la institución escolar, por realizar una activación tardía del citado protocolo, cuando se decide activarlo. No debemos olvidar que el rasgo más característico sobre el acoso es lo que Epstein denominó como “silencio epidémico”, es decir, una situación que los colectivos escolares conocen pero que silencian, en mayor o menor medida, con lo que se transforman en cómplices de esa situación de acoso.
Identificar situaciones de abuso escolar y abordarlas de forma eficaz, promoviendo las acciones de tipo preventivo más adecuadas y participativas por parte de toda la comunidad escolar, debería considerarse un criterio de calidad y de prestigio del centro escolar
La siguiente línea evolutiva consiste en que en el fenómeno bullying, como en otras situaciones de violencia familiar o violencia contra las mujeres, existe una tendencia a culpabilizar a la víctima. La carga de la prueba en el acoso recae, en gran medida, en el sujeto acosado, de tal suerte que suele ser el que es objeto de cambio escolar, originando una señalización mayor e incluso estigmatización, por el hecho de hacer una supuesta acción preventiva (cambio de escolarización), pero que no es tal, puesto que la carga de la prueba recae en el sujeto acosado y no en el acosador.
Otra línea evolutiva consiste en reconocer que el colectivo LGTBI en la preadolescencia y en la adolescencia, supone un grupo de riesgo para sufrir el acoso en 2-3 veces más de posibilidades que los chicos y chicas que no pertenecen a este colectivo.
A la institución escolar no le agrada reconocer la presencia de acoso en sus centros escolares, pues piensan que va en detrimento de su prestigio social. Esta interpretación constituye otra línea evolutiva que debe superarse y debe ser combatida y redefinida de forma eficaz. Identificar situaciones de abuso escolar y abordarlas de forma eficaz en la propia institución escolar de forma precoz, promoviendo las acciones de tipo preventivo más adecuadas y participativas por parte de toda la comunidad escolar, debería considerarse un criterio de calidad y de prestigio del centro escolar.
Otra línea evolutiva, que debe ser prioritaria, consiste en establecer e implementar programas preventivos eficaces. Desde le evaluación del profesor Snyder, de la Universidad de San Diego, se sabe que los puntos clave a tener en cuenta son los desarrollados por el programa preventivo de Olweus, entre cuyos objetivos se persigue reducir la existencia de problemas entre los escolares acosados/acosadores; prevenir la emergencia de nuevos problemas; mejorar la relación entre pares y, sobre todo, mejorar el clima escolar. Es un programa que persigue implicar a los adultos (profesores, cuidadores, padres) y situar unos límites claros hacia tan inaceptable conducta, y que potencia la autoridad con la que deben intervenir, en todo momento, los mayores de la comunidad educativa.
Es inquietante que se inicien líneas evolutivas, pero que no acaban de implementarse de forma decidida. Preocupa que la carga de la prueba recaiga en el sujeto acosado, y sorprende la escasa implicación de la comunidad escolar en su conjunto para abordarlo. Ser conscientes de estas líneas evolutivas es fundamental para mejorar el clima escolar, que supone el núcleo fundamental para la formulación de programas eficaces en el acoso escolar.
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José Luis Pedreira Massa es psiquiatra y psicoterapeuta, y colaborador de la Fundación Alternativas.
El psiquiatra Dan Olweus describió el acoso escolar ya en 1973, y en el año 2003 se publicaba el primer artículo del tema en una revista científica española, en Anales de Pediatría, con un título descriptivo: “Children against children”. Desde entonces la situación ha evolucionado, pero de forma insuficiente y muy irregularmente en el conjunto de las diferentes comunidades autónomas.