Mujeres: la normalización del miedo

Elena Valenciano

En algún momento de sus vidas, o en muchos, las mujeres sienten miedo. Es difícil no haber pasado por algún lugar de noche, o estar en una estación de metro vacía, o atravesar un campo o un camino sin haber sentido el halo del posible peligro. Desde muy pequeñas aprendemos a ser precavidas, a no volver solas a casa, a tener cuidado con la bebida, y a desconfiar de las intenciones de los hombres. Es terrible, pero es así. El miedo forma parte de nuestra normalidad y, lo peor de todo, es que existen poderosas razones para que siga siendo así, a pesar de la enorme transformación que, sin duda, han sufrido nuestras sociedades y de las mayores cotas de igualdad que han alcanzado las mujeres.

Los datos sobre los que apoyamos nuestra lucha contra la violencia de género son tozudos y resistentes. Los delitos contra la libertad sexual mantienen una tendencia al alza: entre 2019 y 2022 las violaciones ascendieron a 2.870, lo que supone un incremento del 53’2% en ese periodo. Hay que tener en cuenta que estos datos no son exactos puesto que, muchas veces, el delito ocurre en espacios privados, inaccesibles a la observación directa. Es posible que nunca lleguemos a conocer la magnitud del problema, aunque, en los últimos años y gracias a una mayor conciencia social e individual, las mujeres se atreven a denunciar cada vez más.

Según la macroencuesta del Ministerio de Igualdad (2019), más de la mitad de las mujeres mayores de 16 años habían sufrido algún tipo de violencia y más de 450.000 mujeres en España habían sido violadas alguna vez en su vida. Todas sabemos que algo así puede sucedernos algún día, por eso el miedo opera como escudo defensivo y forma parte de nuestra cotidianidad. El verano que está a punto de acabar ha sido un tiempo trágico que cuestiona con crudeza la eficacia del Estado en cuanto a la protección de la vida de las mujeres. En julio fueron asesinadas por sus parejas o ex parejas ocho mujeres en España. De ellas, sólo una había denunciado previamente a su agresor. En agosto fueron siete y, de nuevo, sólo una de las víctimas había denunciado a quien acabó siendo su asesino.

Fiar toda nuestra acción protectora al hecho de que la víctima sea capaz de producir una denuncia contra el padre de sus hijos o, en todo caso, contra el hombre al que ama o ha amado, es muy insuficiente

Para muchas víctimas, denunciar a su agresor sigue siendo difícil, cuando no imposible: miedo, vergüenza, dependencia e inseguridad sobre la suerte que correrán sus hijos son los argumentos más extendidos cuando se les pregunta a las mujeres por qué no acudieron a la policía o a los servicios sociales. Por eso me atrevo a afirmar que, siendo la denuncia un elemento esencial para que los mecanismos de protección se pongan en marcha, no puede ser el único instrumento del que se dote el Estado para intervenir. Debemos ir mucho más allá. 

Es urgente actuar en el terreno sanitario; médicos de cabecera, centros de salud, farmacias, pediatras, son agentes que están generalmente en el círculo de confianza de las víctimas y podrían actuar como elementos de alerta de la situación en la que se encuentran esas mujeres. Fiar toda nuestra acción protectora al hecho de que la víctima sea capaz de producir una denuncia contra el padre de sus hijos o, en todo caso, contra el hombre al que ama o ha amado, es muy insuficiente. 

Mientras sus maridos, novios o ex parejas piensan en el asesinato, muchas mujeres no pueden/quieren creer que él acabará matándolas. La minimización del riesgo que corren es otra de las características de la violencia que sufren las mujeres. No hay que olvidar que, en la mayoría de los casos, las víctimas ya han sufrido violencia física o psicológica y se encuentran en un estado anímico depresivo, con miedo y ansiedad permanentes.

A la escasa eficacia de las administraciones ante los asesinatos de mujeres se añade una muy baja conciencia social sobre este drama. Los últimos datos consultados del CIS nos indican que la violencia de género ocupa el puesto 40 en la lista de las inquietudes de la población, y el Estudio de la Fundación FAD Juventud (2021) afirma que uno de cada cinco chicos jóvenes niega directamente la existencia de una violencia dirigida contra las mujeres. Además, en esta era del negacionismo, asistimos a los discursos políticos –y las decisiones– de una extrema derecha que opera siempre contra los derechos de las mujeres.

Los crímenes contra las mujeres se dan en todas partes del mundo porque su raíz es la desigualdad y la subordinación del sexo femenino al masculino, y esa es una realidad global. Pero las democracias avanzadas tienen que ser capaces de ir mucho más deprisa en la erradicación del machismo que mata. Si, como sucede este año en España, cada mes son asesinadas cinco mujeres a manos de sus parejas o ex parejas, es que hay un boquete muy serio en el Estado de Derecho. Es necesario volver a analizar cómo se están utilizando la gran cantidad de recursos públicos puestos a disposición de este combate tan difícil y tan complejo. Seguro que podemos hacerlo mejor y que, algún día, las niñas y las mujeres podrán vivir sin miedo.

__________________________

Elena Valenciano es patrona de la Fundación Alternativas y presidenta de la Fundación Mujeres.

En algún momento de sus vidas, o en muchos, las mujeres sienten miedo. Es difícil no haber pasado por algún lugar de noche, o estar en una estación de metro vacía, o atravesar un campo o un camino sin haber sentido el halo del posible peligro. Desde muy pequeñas aprendemos a ser precavidas, a no volver solas a casa, a tener cuidado con la bebida, y a desconfiar de las intenciones de los hombres. Es terrible, pero es así. El miedo forma parte de nuestra normalidad y, lo peor de todo, es que existen poderosas razones para que siga siendo así, a pesar de la enorme transformación que, sin duda, han sufrido nuestras sociedades y de las mayores cotas de igualdad que han alcanzado las mujeres.

Más sobre este tema
>