El olvido de la memoria histórica

José Javier González

Una constante al hablar con los familiares sobre temas relacionados, de una u otra manera, con la memoria histórica es la pérdida de esa memoria y su falta de registro. Me pongo como ejemplo; yo mismo estoy actualmente en un momento vital de riesgo para la continuidad de mi memoria. En mi caso, soy el nieto y sobrino de mayor edad, por lo que abuelas, madre y tías mayores ya no están. Hablo de ellas porque es sabido que las mujeres son las que, habitualmente, hacen más transmisión oral, debido a la cercanía que mantienen por los cuidados dentro del hogar. Mis tías han experimentado el silenciamiento debido a dos cuestiones principales, la precariedad en las condiciones de vida y de educación de los abuelos, sus padres, y a que malviviendo en infraviviendas, otras personas vecinas (o en la calle) podían ser escuchadas de lo que se dijera, con las nefastas consecuencias que una denuncia podía suponer

Cuando los abuelos maternos y paternos han sido anarquistas, como lo era gran parte de la población española, antes y durante los primeros tiempos de la Guerra Civil, siendo militantes activos de la FAI, encargados de montar comunas agrícolas con la guerra ya lanzada, como la de Perales de Tajuña, es comprensible que no hubiera transmisión oral ni escrita a los hijos. Estos padres e hijos han sido generaciones marcadas, sufrían de igual manera las restricciones autoritarias y clericales durante ese período y el de la posguerra franquista, por lo que tiempo después sólo conocíamos lo que veíamos. Tengo información de que a algún tío abuelo le dieron “el paseo” al estallar la guerra, sin saber dónde acabaron sus restos. Nunca la familia transmitió nada sobre posibles indagaciones de su destino final, solo que uno de sus hermanos emigró a Australia y allí siguen sus descendientes. 

Mi tía, la hermana menor de mi madre, militante y activista clandestina del PCE durante la dictadura, refiere la falta de información que ha tenido de sus padres. Es indudable que, cuando alguien (mi abuelo) ha tenido que pasar por el trance de salir con lo puesto, de su pueblo de la serranía de Albacete —gracias a que alguien le dio el soplo de estar en una lista de personas próximas a ser fusiladas por su militancia anarquista—, y abandonar a su esposa y sus dos primeros hijos, una de ellas mi madre, hace que hablar sobre aquello no fuera una de sus prioridades durante la posguerra. Comenzó un proceso de migración interior de la familia por territorios republicanos, cuyo motivo no era ni económico, ni aspiracional, era simplemente para conservar la vida. Mis tías lo ratifican, y yo mismo durante mi infancia llegué a apreciar el intenso rechazo frontal que se tenía en la familia a la Iglesia y a sus jerarcas, además de al personal raso, curas y monjas, dado el apoyo que daban al dictador y cómo actuaban en el día a día. Pero de política no se hablaba, empezando porque el entorno casi siempre estaba “contaminado”.  Las paredes oyen, sobre todo si al otro lado vivía un guardia urbano de los que por su mera profesión ya era una amenaza.

Esa falta de información es considerada por mis tías, y por mí mismo, como una gran pérdida que debemos paliar en lo posible, transmitiendo a nuestros descendientes la poca o mucha información que dispongamos y, de manera horizontal, a las personas que se relacionan con nosotros, porque hay que evitar que el olvido se convierta en el resultado de la política ejercida contra la memoria, la memoria histórica de aquellos hechos, de aquellas vidas.

He recibido el encargo de mi tía más joven para que me ocupe de realizar esa transmisión a mis hijos, pues la realidad final es que nuestra identidad depende de la relación con las personas que tenemos más cerca. Sin embargo, hay ramas familiares que, por su ubicación geográfica y su permanencia histórica en ella, no transmiten, aunque sepan. Son conscientes de las diferencias de ideología política y religiosa con la rama izquierdista de su propia familia directa, y, ni siquiera para sus descendientes han querido profundizar en la historia ni en la memoria. Prima en ellos un matiz conservador en su ideología y no están dispuestos a compartir lo sucedido y vivido a raíz de ello. No obstante, callar o tergiversar no es la solución, ya que no estamos para abrir heridas sino para conocer y saber la verdad que nos repare.

Estos padres e hijos han sido generaciones marcadas, sufrían de igual manera las restricciones autoritarias y clericales durante ese período y el de la posguerra franquista, por lo que tiempo después sólo conocíamos lo que veíamos

Pese a todo, confiero gran importancia a la transmisión oral, a la herencia cultural que mis procesos de subjetivación y de apropiación han interiorizado, pese a la poca información puesta en circulación. El simple hecho de convivir con todos ellos en unos años (los últimos cincuenta y los sesenta fundamentalmente) en los que el tiempo diario de contacto era muy superior el de hoy día, me impregnó lo suficiente de lo que no sólo ahora, sino a través de los años, me ha llegado.

El suministro de información casi siempre ha sido de manera amable y colaborativa. He tenido que utilizar técnicas de entrevista cualitativa para indagar y provocar recuerdos que en muchos casos dieron resultado. Después del primer grupo de datos he tenido que volver sobre ello de manera cíclica para que, al menos, refrescasen las figuras, ya que con los datos de más calado no era posible y, en términos generales, tampoco disponen de información escrita, salvo alguna cédula o partida.

La percepción que transmiten los informantes es la misma que tantas otras veces he recibido, la del orgullo de haber podido sobrevivir a las condiciones de vida impuestas por la guerra y el régimen político, al atraso y escasez en todos los ámbitos de la vida y a que haya podido salir adelante una familia nutrida, con el esfuerzo de un padre y una madre que sólo contaban con un ínfimo y precario sueldo de albañil.  

Los datos aportados por mis propias vivencias y por las fuentes orales y documentales están caracterizados por su escasez, debido al desarraigo experimentado en la época, la falta de formación escolar que dificultaba la comunicación epistolar, y por las grandísimas carencias económicas que tuvo que sufrir la familia. Como decía Luis García Montero (2015) debemos trabajar para obtener el dibujo íntimo del tiempo colectivo, un mundo de herencias sentimentales, incluso del poder y la violencia escondida en los salones de estar y en las alcobas.

Estos meros antecedentes sirven para situarse y aportar una cierta explicación sobre las posibilidades de construir una historia con el pasado, cuando sobrevivir era el gran problema. Haciendo un ejercicio de búsqueda y de toma de conciencia podremos satisfacer, de alguna manera, el deseo de entender y entendernos que reclaman nuestros hijos y, muchas veces, nosotros mismos.

No dejemos que el alzhéimer o el propio transcurrir de la vida extingan los recuerdos o fomenten las memorias inducidas, no reales. Dediquemos tiempo a estimular lo más remoto de la memoria de nuestros mayores, ya que les haremos un favor a nuestros hijos, no hurtándoles el conocimiento que las transformaciones han obrado en nuestra convivencia. Así podrán resolver su pasado y comprender el porqué de muchas cosas y se deshacerán entuertos, como contaba Ramón Lobo en las memorias familiares de su libro Todos somos náufragos: "Sin recuerdos no hay vida, no existe el pasado, la constancia de nuestro paso”.

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José Javier González es antropólogo y analista de la Fundación Alternativas.

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