Todo pasa por Galicia
Todo parece indicar, a no ser que algún dossier o nuevo terremoto lo impida, que en las próximas elecciones habrá dos candidatos gallegos a la presidencia del Gobierno. Incluso uno de ellos probablemente acabe ocupando la Moncloa. Buena noticia para la democracia. Yolanda Díaz y Alberto Núñez Feijóo representan un estilo más que necesario en un momento de intolerancia y falta de respecto al adversario.
Mala noticia para sus competidores. Yolanda Díaz frenará la sangría de Unidas Podemos y alejará el sueño de Pedro Sánchez de volver a convertir al PSOE en la casa común de la izquierda. Núñez Feijóo cortocircuitará el crecimiento de Vox y competirá con el PSOE por el votante de centro, incluso progresista, que permitirá al PP volver a tener porcentajes de voto más allá de su espacio ideológico.
Se equivocaría el PSOE si creyera, dejándose llevar por el espejismo de la crisis del PP, que la corriente de fondo favorable a la derecha se ha torcido. Todos los datos sociológicos apuntan a un desgaste estructural del gobierno de coalición agravado por la sensación de falta de proyecto nacional en la izquierda.
En los últimos días con la crisis del partido de la oposición y el posible aterrizaje de Núñez Feijóo en la presidencia del PP, casi todos los medios de derechas y alguno de izquierda han destacado los activos del presidente de la Xunta de Galicia, pero a la vez esto ha ido acompañado por crónicas aliñadas con elementos etnológicos a propósito de su "carácter gallego" que demuestran hasta qué punto existe una idea llena de prejuicios sobre la dimensión real de un país plural como España, por un lado, y, un desconocimiento del papel, diverso pero central, de políticos gallegos en momentos claves en la historia contemporánea española, por otro.
Los ritmos y la visión más inclusiva del gallego medio pueden generar la falsa sensación de que su identidad nacional es menor que la de los catalanes o vascos. Simplemente es que su identidad no es unidimensional y no le genera ningún problema en reconocerse políticamente como gallego a la vez que identificarse políticamente como español, más allá de diatribas léxicas. Quizás por eso el nacionalismo español que representa Vox tiene presencia en las instituciones vascas y catalanas, no así en las gallegas.
Dos momentos históricos bajo influencia gallega
En la fase terminal de la II República, y en su mayor crisis institucional, tres políticos gallegos tuvieron un papel determinante. Parodiando el título de la gran película de Sergio Leone, ellos fueron “el bueno, el honesto y el malo”.
El honesto, Portela Valladares, era primer ministro cuando se celebraron las elecciones que dieron el triunfo al Frente Popular. Actuó con lealtad, se resistió a todas las presiones involucionistas, amenazas y promesas incluidas, llevado por una posición escrupulosamente democrática y con la calidad humana necesaria para evitar el conflicto. Reconoció el triunfo electoral del Frente Popular y avisó a Azaña de los movimientos insurgentes que se estaban preparando.
El "bueno" de Casares Quiroga era primer ministro en las semanas previas del golpe de estado militar, fue incapaz de reconducir cara a la concordia el ambiente radicalizado de la España del 36, asegurando el respeto al Estado de derecho y no prestando atención a las numerosas advertencias de golpe de estado. Desoyó todas las advertencias, actuó con un escaqueo irresponsable y su pasividad facilitó la expansión del alzamiento.
El malo de Francisco Franco fue un golpista que se movió con unas malas artes que le permitieron deshacerse, uno a uno, de sus compañeros de alzamiento y asentar una de las dictaduras más sanguinarias de la Europa del siglo XX, pero no solo eso. En la misma época coincidieron dos dictaduras fascistas en la Península Ibérica. Salazar era un hombre culto, doctor en Derecho por la universidad de Coímbra, y murió en la pobreza. Franco era un militar africanista y asentó un régimen corrupto, asegurándose una gran riqueza de la que aún hoy se benefician sus herederos.
Casi cuarenta años después, la transición política, proceso largo y complejo, tuvo dos grandes momentos tras la muerte de Franco:
- Una etapa reformista fuerte (1977-1978);
- Y una etapa de contra-reforma (1981-1982).
La primera etapa estuvo marcada por grandes avances en los derechos sociales y libertades civiles, plasmados en diferentes acuerdos y que culminaron con la Constitución Española, fue protagonizada principalmente por la UCD y por el PCE. La segunda, condicionada por la dimisión abrupta de Suárez y la intentona golpista del 23F, fue un periodo de frenazo e involución, en la que los partidos de la anterior etapa fueron sustituidos por AP (posteriormente PP) y el PSOE.
Entre la intentona golpista de Tejero (23/02/1981) y la victoria del PSOE (28/10/1982), fechas que enmarcan esta etapa contra-reformista, se celebraron dos elecciones en España. Las primeras elecciones autonómicas gallegas (20/10/1981) y las primeras elecciones andaluzas (12/04/1982)
En las dos se empezó a asentar lo que sería la estructura de partidos bipartidaria PSOE-PP de los siguientes años con el sorpasso en ambas elecciones de AP a la UCD y el papel central del PSOE en la izquierda. Y en ambas se empezaron a definir geográficamente las zonas de influencia de la izquierda y de la derecha, con Andalucía y Galicia como "campamento base" de ambas.
En Galicia, durante los primeros años de la democracia, la UCD fue la plataforma política de bandera de conveniencia para líderes de influencia que la convirtieron hegemónica; hasta que el 4 de diciembre de 1977 el "aldraxe" del gobierno, al querer excluir a Galicia de la categoría de nacionalidad histórica, sacó a medio millón de gallegos a la calle (allí estaban todos menos la UCD y la precuela del BNG). Las elecciones gallegas acabaron con un empate técnico entre AP y UCD, con escasa ventaja para el primero, pero con una fuerte presencia parlamentaria del segundo. UCD y AP se repartieron los altos representantes institucionales. Los partidos de la derecha tenían 50 de los 71 diputados y no necesitaban del voto de otros partidos, pero el carácter galleguista del presidenciable Fernández Albor y el ambiente de amplio consenso en los primeros pasos de la autonomía facilitaron que contara con el voto a favor de algunos parlamentarios del PSOE gallego y el reconocimiento de casi toda la cámara.
Esos años asentaron un "estilo gallego" de interpretar la política, aún hoy vigente, que permitió a Manuel Fraga llegar a presidir durante casi dos décadas la Xunta de Galicia con una orientación galleguista transversal, tras encabezar durante años una oposición en España dura, impidiendo espacio para la extrema derecha con aquella imagen agresiva y aquellos tirantes con la bandera de España.
Mucho se ha especulado sobre el porqué Núñez Feijóo dijo no a asumir la presidencia del PP hace cuatro años. Y ahí vuelven a aparecer las ridiculeces sobre su carácter gallego. La realidad hace cuatro años era diferente y Feijóo tenía otras prioridades
A diferencia de las otras dos nacionalidades históricas Galicia, con ser seguramente la que tiene un carácter diferencial más claro del resto del Estado, es la que tiene una identidad unidimensional más baja (la identidad nacional gallega y española no son, en el caso de la sociedad gallega, algo incompatible). La consolidación del PPdG se hace al calor del retorno de Manuel Fraga, con la construcción de un espacio de derecha galleguista amplio y con la absorción de sectores provenientes del nacionalismo moderado y de los náufragos de la UCD.
El proyecto de Manuel Fraga aprovechó los elementos de mediación política de la CiU de Jordi Pujol para asentar un discurso de país y un liderazgo regionalista al estilo de la CSU Bávara. La incapacidad de la izquierda de conectar con los gallegos, bien por exceso o bien por defecto, hicieron el resto.
La maquinaria puesta en marcha por el aparato del PPdG hizo que el tránsito entre Manuel Fraga y Núñez Feijóo en lugar de ser traumático, consolidara, aún más, dicha transversalidad "nacional", y, mediante un giro, del modelo catalán al vasco, hoy el PPdG se parezca mucho al papel que juega el PNV en Euskadi.
Es en esa proximidad al estilo de gobernanza de Núñez Feijóo al de Iñigo Urkullu por la que algunos "cronistas de la corte" tachan al presidente de Galicia como nacionalista. Nada más lejos de la realidad. En términos reales hace tiempo que el PNV no se comporta como un partido nacionalista al uso sino como un partido nacional en Euskadi y un partido de Estado en España.
La afirmación delirante de un Feijóo nacionalista solo se puede sustentar sobre la base de un desconocimiento de la realidad gallega o de filtrar la realidad española por el prisma de un enfrentamiento retroalimentado del nacionalismo español y el nacionalismo catalán. En realidad, el primer damnificado por el nacionalismo, sea cual sea este, siempre es la nación entendida como colectivo político ciudadano; pues todo nacionalismo diferencia entre los "auténticos" y los que no lo son; sean estos españoles, catalanes, vascos, gallegos, …
Feijóo, el neofraguista laico
Galicia no es Madrid. Madrid no es Galicia. Madrid no se parece a España. Galicia se parece aún menos. Tanto es así que Núñez Feijóo no es Díaz Ayuso, y Díaz Ayuso no es Núñez Feijóo. Y aunque lo hubieran querido ser, no podrían. Pero lo primero que hay que decir es que la cuarta victoria de Núñez Feijóo (autonómicas 2020) y la primera de Díaz Ayuso (autonómicas 2021) responden a la misma receta:
- Patriotismo local frente al gobierno central —galleguismo transversal en un caso, que tiene su expresión en el lema “Galicia é moito” (en la primera campaña de Fraga el lema fue “galego coma ti”); y madrileñismo de la "libertad" como expresión de reivindicación de una españolidad diferente—.
- Pegarse al terreno y a los problemas de la gente frente al antifascismo low cost y frente-populismo vintage en la que se ha instalado la izquierda.
- Un partido de masas presente físicamente frente a una izquierda perdida en las redes.
- Y una campaña autocentrada, en la que el único cordón sanitario fue limitar la presencia de la cúpula directiva de Génova.
Las autonómicas gallegas (2020) y las autonómicas madrileñas (2021) indican que hay una corriente de fondo de cambio de ciclo importante en sectores dinámicos de la población hasta hace poco atenta a las agendas de la izquierda. Esta corriente no se ve alterada por los recientes resultados de las elecciones de Castilla y León, un auténtico despropósito de una campaña sobreactuada y españolizada por parte del PP, que acabó favoreciendo a Vox en su detrimento, pero donde las izquierdas fueron noqueadas.
Núñez Feijóo llega en un momento complicado para el PP por la desorientación que deja su anterior equipo dirigente, pero en el momento justo para lograr sus objetivos, que no son otros que conseguir ganar las próximas elecciones generales.
Mucho se ha especulado sobre el porqué Núñez Feijóo dijo no a asumir la presidencia del PP hace cuatro años. Y ahí vuelven a aparecer las ridiculeces sobre su carácter gallego. La realidad hace cuatro años era diferente y Núñez Feijóo tenía otras prioridades. Además, en realidad, el proceso de elección aprobado para sustituir a Mariano Rajoy era una encerrona. Núñez Feijóo asumió el liderazgo del PPdeG, tras la marcha de Fraga —casi nada—, compitiendo en unas reñidas primarias. El problema era que las primarias del PP del 2018 se parecían mucho a las normas del BenidormFest. El ganador del voto popular después tenía que vérselas con el jurado (de hecho, Casado nunca ganó esas primarias, pero los pactos de despacho le permitieron asumir la presidencia del partido).
Además, a diferencia de aquel momento, Núñez Feijóo suma una mayoría absoluta más y un parlamento de donde ha desaparecido Podemos y no han entrado Ciudadanos ni Vox. Y todo ello en plena pandemia.
En política solo hay una cosa peor que una mala estrategia, dos estrategias contradictorias y a la vez. Esto fue lo que acabó por hundir la imagen de Casado. Por la mañana era un centrista liberal que traía a España a Anne Applebaum para criticar los populismos de extrema derecha y por la tarde asumía el discurso de Vox.
Núñez Feijóo es más consistente, un rival complicado para la izquierda, y un experto en hacer cuadrar el círculo con sus competidores en la derecha. Su hoja de ruta va a estar guiada por ocupar el espacio central, arrebatando votantes potenciales al PSOE, pero a la vez lanzando mensajes que coloquen a Vox ante sus propias miserias. No les extrañe a los lectores que una de sus primeras medidas sean pactar con Pedro Sánchez el desbloqueo de la renovación del Consejo del Poder Judicial para demostrar su rol de estadista y, a la vez, permitir algún tipo de pacto con Vox en Castilla y León, atendiendo a su carácter de menor importancia, con el fin de desactivar el descontento que con el PP tiene un cierto electorado de la derecha.
Otra de las cosas que van a jugar a favor de Núñez Feijóo son los tiempos. Asistimos, sin duda, a una vuelta al bipartidismo, aunque por un tiempo vaya a estar condicionado por la crisis catalana y la presencia de Vox.
Las elecciones andaluzas van a tener un resultado importante para el PP y van a certificar las dificultades de un PSOE andaluz poco acostumbrado a hacer política careciendo de resortes de poder.
Pero más importante van a ser las municipales y autonómicas. Una cita en la que juega con ventaja frente a Vox, atractivo para una parte del electorado de la derecha en unas generales, pero sin la estructura territorial necesaria para unas elecciones de esas características.
Es posible que le salga algún enemigo inesperado en la derecha o que la izquierda pueda tener la tentación de desempolvar antiguas fotos, pero se equivocarían si piensan que eso será suficiente para acabar con él. Núñez Feijóo no es Pablo Casado y el PP va a cerrar filas porque, después del espectáculo ofrecido, no se puede permitir que la "Operación Feijóo" fracase. Una de sus rivales, Yolanda Díaz, advierte que será un adversario duro. Deberían hacerle caso.
Que nadie se equivoque, Núñez Feijóo, que lo es todo en Galicia, no deja la presidencia de la Xunta de Galicia solo para ser el presidente del PP. Si hace ese viaje es con la mirada puesta en La Moncloa en un momento nada propicio para la izquierda.
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Xoán Hermida es historiador y doctor en gestión pública. Analista político, director del Foro OBenComún.