La UE desconcertada ante el fin de atlantismo Ruth Ferrero-Turrión
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El 2024 ha sido un año en el que han sobresalido las cuestiones tecnológicas a nivel mundial, permitiéndonos vislumbrar la importancia que pueden tener –y tienen– en casi todos los ámbitos en los que nos movemos. La información está cambiando y los medios de información, los medios de comunicación de masas, cada vez están más relacionados con las redes sociales y con los intercambios de opiniones entre sus usuarios. En este sentido, resulta revelador que, según un reciente informe de Save the Children, 2 de cada 3 adolescentes emplean estas plataformas para informarse.
Recientemente hemos visto el papel fundamental que juegan los grandes magnates tecnológicos que controlan estos medios (como X o Meta) en el desarrollo de unas elecciones aparentemente democráticas. Según un estudio de la Universidad Tecnológica de Queensland, Elon Musk pudo haber alterado el desempeño del algoritmo de X para incrementar la visibilidad y alcance de las cuentas de corte republicano frente a las de los demócratas. Pero nada nuevo bajo el mismo sol. Manipulaciones semejantes, de naturaleza tecnológica, se destaparon a raíz el escándalo de Cambridge Analityca, tras los comicios estadounidenses del 2020. Un tratamiento adecuado de datos psicológicos de millones de usuarios de Facebook dio la presidencia del país a Donald Trump, en contra de todas las previsiones. Un tratamiento análogo también estuvo presente meses antes en el referéndum que derivó en la salida del Reino Unido de la Unión Europea: el Brexit.
Vivimos inmersos en un bombardeo continuo de clickbaits, de supuestas noticias sin contrastar ni verificar, y de comentarios ofensivos y beligerantes, llenos de odio. Un totum revolutum de contenido recomendado por un sistema inteligente que conoce al detalle nuestras preferencias, y es capaz de impactarnos en la red con aquellas informaciones y opiniones que más se ajusten a nuestro perfil para que sigamos consumiendo, para que sigamos reafirmando nuestras posiciones y creencias, y para que sigamos polarizándonos, al fin y al cabo. Si en este contexto eliminamos la fundamental labor de los verificadores de noticias o fact-checkers, como ha anunciado recientemente el dueño de Meta, Mark Zuckerberg, para el mercado estadounidense, la desinformación y la manipulación de la opinión pública están servidas.
Todos debemos conocer el alcance e impacto que puede tener la inteligencia artificial en nuestras vidas; debemos ser plenamente conscientes de sus implicaciones y consecuencias, estando suficiente y convenientemente informados sobre sus ventajas y desventajas. Para entender la magnitud de esta tecnología, resulta reveladora la película Justicia Artificial (Simón Casal, 2024), donde se propone implementar un sistema judicial gobernado por la inteligencia artificial para automatizar y despolitizar la aplicación del derecho. El filme, desde mi experiencia en el ámbito tecnológico, está muy bien enfocado. Se evidencian numerosos conflictos y dilemas, de naturaleza ética y jurídica, que deben tenerse presentes.
Todos debemos ser plenamente conscientes de sus implicaciones y consecuencias, estando suficiente y convenientemente informados sobre su ventajas y desventajas
También ciertas cuestiones que no pueden pasar desapercibidas, como la tendencia generalizada de los humanos a creer que los sistemas inteligentes son objetivos o la plena confianza de las personas en el resultado del sistema, sin cotejar con otras fuentes o anulando de facto la supervisión humana. La protagonista, una reputada jueza del ámbito penal, detecta con rapidez las limitaciones del sistema, sobre todo a la hora de generar nuevo conocimiento (o jurisprudencia), realizar predicciones y tener esa “compasión artificial” para que los sistemas sean capaces de ir un paso más allá de la mera automatización. Esperemos que esto se quede en la ficción, que el derecho europeo logre evitar los peligros derivados de sistemas que puedan impactar en cuestiones tan relevantes como los derechos fundamentales, como se advierte en la cinta.
Hay que tener presente que la tecnología debe estar siempre al servicio del hombre, sin distinciones, siendo conscientes de que el mero hecho de que unos sectores puedan acceder a recursos tecnológicos y otros no –como por ejemplo al servicio de ChatGPT, cuya versión de pago ronda los 20€ mensuales–, amplifica barreras entre los distintos colectivos, incrementando las brechas sociales ya existentes. La revisión de su aplicación en cada sector, educación, sanidad, administración pública, laboral, etc., debe considerar el beneficio ético y humano por encima del económico para conseguir una sociedad tecnológicamente competitiva. El año 2025 se perfila como un año donde vamos a experimentar estos grandes cambios tecnológicos, y habrá que evaluar el impacto que queremos que tengan en nuestra sociedad.
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Cristina Puente es doctora en Informática y colaboradora de la Fundación Alternativas
Para más información: Inteligencia artificial y derechos fundamentales
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