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Cuatro respuestas a nuevas y antiguas dudas sobre el cambio de hora de octubre
Como cada año desde aquel octubre de 1974, los españoles (y los europeos) cambiamos la hora. Pasamos del horario de verano al horario de invierno y, en la madrugada del sábado 27 al domingo 28 de octubre, atrasamos una hora los relojes (o, más bien, se atrasarán solos gracias a la tecnología) y a las 3 de la mañana serán de nuevo las 2. Una hora más para dormir, para la fiesta o para el desvelo, según gustos. Más allá de las clásicas dudas que todo el mundo se plantea ante este ajuste ("¿pero entonces tenemos una hora más o una hora menos? ¿Atardece antes o más tarde? ¿Y por la mañana?"), la lista de preguntas se ha ampliado hasta la extenuación con la sorprendente propuesta que en septiembre lanzó la Comisión Europea, consistente en eliminar el cambio de horario, en base a una encuesta calificada de "fantasma".
Si ya cuesta recordar las horas de sol de las que disponemos en cada estación del año, la determinación del Ejecutivo comunitario amplía el abanico de opciones y de dudas: ¿Nos quedaremos con el horario de invierno o el de verano? ¿Afecta esto a nuestro huso horario? ¿Cuándo amanecerá en mi región? ¿Cuándo cambiaremos de sistema? ¿Acabaremos cambiando? Así, en la previa del que podría ser uno de nuestros últimos cambios en nuestras manecillas de la historia del país, infoLibre responde a las cuestiones comunes y las nuevas que han surgido este otoño.
¿Por qué se cambia de hora?
Hay que remontarse a 1974 para entender el origen de la decisión. El país, y medio mundo, estaba aún recuperándose de la crisis del petróleo, que había mostrado a Occidente su dependencia del crudo e instaló en el Norte global el temor a que nuevos embargos trastocaran el sistema energético de los países. Se impuso la necesidad de consumir menos energía y fomentar el ahorro y la eficiencia. El objetivo: adaptar los horarios habituales de una sociedad industrializada a los ciclos del sol y a las horas de luz disponibles. Con más luz solar disponible, necesitaremos menos encender la calefacción o las lámparas de casa, pensaron.
Por lo tanto, el ahorro es la principal razón del cambio de hora. Al principio, cada país europeo podía decidir cuándo cambiar la hora, pero rápidamente se evidenció que, en un continente cada vez más globalizado, complicaba las comunicaciones y la logística que cada Estado tuviera una norma. Así que en el año 2000 la Unión Europea unificó criterios y estableció marzo y octubre como las fechas en las que había que mover las manecillas del reloj. Y obligó a cumplir los plazos.
Desde que se impuso el cambio de hora, una cifra ha sido siempre argumentada: el 5% de ahorro energético que conllevaba como beneficio, según los cálculos del Instituto para la Diversificación y Ahorro de la Energía (IDAE). Hoy en día, con un número mayor de jornadas laborales distintas, con la aparición del teletrabajo y de nuevas tecnologías de iluminación –bombillas LED, sistemas inteligentes…–, los expertos coinciden en que el ahorro real es mucho menor y casi inexistente. Incluidos los expertos del IDAE. "Los estudios europeos lo evalúan entre el 0,5% positivo y el 0,5% negativo", aseguraba en septiembre Aitor Domínguez, el responsable del instituto miembro del Comité de Expertos que nombró el Gobierno para estudiar la cuestión.
¿Es este el último cambio de hora?
A todas luces, no. Existe la posibilidad de que sea el penúltimo. Según el calendario propuesto por la Comisión Europea, el último será el de marzo de 2019, cuando pasemos de nuevo al horario de verano (GMT+2), ya sea por última vez o para adoptarlo para siempre. Pero las intenciones del Ejecutivo comunitario no siempre se traducen en nuevas normas, porque no es el único poder que juega su papel en la Unión Europea. La medida y el calendario tiene que pasar por el visto bueno del Parlamento Europeo y del Consejo, que tras establecer sus posiciones participarán en el llamado trílogo, es decir, las negociaciones a tres por las que pasa cualquier normativa.
¿Y si se cambia de hora, con qué horario nos quedaremos?
La decisión corresponde a cada Estado. Y, para gustos, colores. Hasta la madrugada del 27 al 28 de octubre, nos encontramos con el horario de verano: GMT+2. Es decir, con dos horas de adelanto con respecto al del meridiano de Greenwich (GMT 0), el que en teoría le corresponde al país según su ubicación geográfica. El 29 de octubre volveremos al horario clásico español: GMT +1, el llamado horario de invierno, que abandonaremos de nuevo en marzo. Por lo tanto, el debate está servido: puestos a quedarnos con uno, ¿cuál es mejor? No es fácil y no hay una respuesta clara. Depende de la ubicación de la ciudad donde vivas, de los hábitos personales, de las preferencias... y de la jornada laboral.
Si nos quedamos con el horario de verano (GMT +2), cuyo nombre lo hace mucho más apetecible que el horario de invierno, se alargaría en una las horas de sol por las tardes (desde final de octubre hasta final de marzo), lo que en principio es una buena noticia. La contraprestación, sin embargo, es dura: en A Coruña, por ejemplo, en enero aún sería de noche a las 9 y solo empezaría a amanecer cerca de las 10. En diciembre, la hora a la que sale el sol se retrasaría hasta las 10:05.
El horario de invierno, por el contrario, tendría amaneceres laborales muy cercanos a los amaneceres naturales en todas las longitudes: y son de sobra conocidos los beneficios mentales de despertarse con la luz natural. La contraprestación es que perderíamos una hora de sol por la tarde desde finales de marzo hasta finales de octubre. Ambos modelos tienen una ventaja: no volveríamos a modificar la hora de un reloj, evitando las molestias y los –leves, aunque reales– trastornos sobre la salud y el ánimo durante los días posteriores al paso de un horario a otro.
La mayoría de expertos prefieren el horario de invierno, entendiendo que, puestos a abandonar el cambio de hora, y descartando que el ahorro energético sea un factor relevante a estas alturas, es más saludable despertarse con luz natural que alargar la cerveza en la terraza. Pero en los escogidos para el comité que asesorará al Gobierno en la cuestión hay de todo: quien prefiere el de verano, el de invierno, quien defiende quedarse tal y como estamos. Hay quien incluso defiende volver a GMT 0, el huso horario que usaba España antes de 1940 y que permitiría compartir hora con Reino Unido y Portugal. Dicha opción multiplicaría las opciones: ¿GMT 0 con cambio de hora o sin cambio de hora? Sin embargo, eso parece no estar ni en la agenda del Ejecutivo ni en los pensamientos de la mayoría de los que saben del tema.
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¿Y si no supone un ahorro, importan los cambios de horario?
El cambio de horario o la modificación del huso que utilizamos conllevan tanto ventajas como inconvenientes, e incluso pueden modificar hábitos tanto personales como laborales, como el aumento de la productividad: aunque dichos hábitos son determinados por otros muchos factores, como la cultura de cada país, las preferencias de cada individuo o los derechos y las condiciones laborales. Sin embargo, no hay que infravalorar el poder de los horarios para llevar, incluso, a tensiones políticas: el ejemplo más paradigmático se encuentra en la experiencia del vecino, Portugal.
En 1992, el primer ministro portugués de la época, Aníbal Cavaco Silva, decidió eliminar el cambio de hora y adaptar los relojes a los de España. Los habitantes de la frontera hispanolusa recibieron con agrado la modificación, pero hubo consecuencias. En invierno a las 9 seguía siendo de noche, y en verano no se iba el sol por completo hasta llegada la madrugada. Hubo un aumento de los suicidios de hasta un 15%, recoge El Mundo, y el asunto llegó a las promesas electorales: el candidato socialista, António Guterres, prometió restablecer "la normalidad" si salía elegido, y cuando alcanzó el poder, en 1995, revirtió los cambios. La hemeroteca demuestra que los cambios, en este ámbito, tienen que estar muy bien pensados.