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La guerra de banderas asfixia al patriotismo cívico español

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“¿España? ¡Puf…! ¡Qué pregunta más graciosa! A mí España no me gusta. O sea, a mí me gusta la gente de España”. La respuesta, que sintetiza ese afecto por la patria sin suplemento trascendental que abunda entre los españoles desconfiados del nacionalismo, está incluida entre bastantes más del mismo tenor en el artículo Patriotas sociales. La izquierda ante el nacionalismo español (Revista de Sociología, 2017), de Antonia María Ruiz, Luis Navarro y Elena Ferri. Los tres son investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, donde se desarrolla un singular proyecto, Nacionalismo español: praxis y discursos desde la izquierda, trabajo apoyado por el Gobierno, la Junta de Andalucía y el CIS que pretende “rellenar una laguna” de conocimiento sobre los porqués de la tirante relación entre la izquierda y la idea de España y sobre las dificultades para la conformación de un patriotismo de acervo cívico que rivalice con el esencialismo nacionalista. A tenor de las conclusiones del proyecto, la extendida indiferencia entre las “gentes de izquierdas” –en expresión que utilizaba Gaspar Llamazares– hacia la liturgia y la simbología nacional imperante no implica, como a menudo se da por hecho desde la otra acera ideológica, una ausencia de patriotismo ni de vínculo afectivo con España. Eso sí, se trata de un patriotismo más difuso y difícil de transmitir a las masas, que hasta la fecha no ha logrado competir en el imaginario de lo español con el nacionalismo de bandera al viento.

Con motivo del 12 de Octubre, Fiesta Nacional de España, infoLibre analiza con el apoyo de investigadores de los campos de la sociología, la politología y la historia el fenómeno del patriotismo cívico y social, así como los motivos de su limitado tirón popular.

Patriotismo social y cuestión territorial

A partir del análisis de discursos e hitos políticos y de una treintena de entrevistas a cargos medios de partidos progresistas, los autores de Patriotas sociales acaban perfilando valiosas conclusiones. “Se ha afirmado que la izquierda no se siente vinculada con España, con lo cual se caracteriza por su apatía patriótica. Esta afirmación necesita ser matizada”, señalan los autores. “Nuestro hallazgo es que la izquierda de ámbito estatal se caracteriza por su patriotismo social”, añaden. Se trata, en palabras de Navarro, responsable del área académica de Sociología de la Olavide, de “un patriotismo con elementos propios de la izquierda y diferenciado del expresado por otros grupos e ideologías”. Es “un patriotismo hecho de una actitud de pertenencia a España” basada en “afecto, lealtad y preocupación fundamentalmente por el grupo, los españoles, entendidos con una fuerte connotación de clase”, añade.

Volvamos a las repuestas recabadas para Patriotas sociales. Uno de los entrevistados explica: “A mí me gusta que todos los españoles tengamos los mismos derechos en todos los rincones de España, que haya una misma sanidad, una misma educación, que no haya discriminación”. Hay un material que, en contacto con esta visión igualitarista de España, provoca una inmediata combustión: la cuestión territorial, los nacionalismos periféricos. Es un debate que acaba desembocando en otros, igualmente incandescentes: los símbolos, la bandera rojigualda –con los mismos colores que en el franquismo y también que en la Primera República, por cierto–, la llegada de la democracia a través de una transición y no de una ruptura, la jefatura del Estado ocupada por un rey...

Ahí empieza a encontrar problemas de encaje simbólico ese patriotismo progresista. Incomoda a menudo la palabra “nación”, o “patria”, o “patriotismo”, o incluso “España”. Chirría el himno. Se acepta a regañadientes –si se acepta– la Corona. Y, como apuntan los investigadores, el discurso progresista se vuelve “reactivo”, es decir, se conforma mediante el rechazo a la visión unívoca, autoritaria y centralista del nacionalismo español. Pero sigue sin resolver una cuestión central: con qué simbología adornar el patriotismo social. Difícil solución, desde luego. Este problema ha conducido a parte de la izquierda –partidos y bases sociales– a frecuentes estrategias de “evitación” de la cuestión nacional. No gratuitamente Navarro tituló su tesis La nación evitada.

España pasa así a ser un tema, una palabra, una idea dominada por la derecha y soslayada por la izquierda.

Ni grandilocuencia, ni movilización

Navarro escribe en su tesis sobre esa idea todavía pendiente de que llegue su momento que es el patriotismo progresista, una forma de compromiso con la patria que “no implica discursos grandilocuentes o movilización de masas”. Pero, claro, ese patriotismo basado en “igualdad, solidaridad y justicia social”, sin el pegamento de un afecto por la bandera, sufre para rivalizar con otras expresiones más desinhibidas, épicas y simbólicas de españolidad. La alergia a las exhibiciones de orgullo nacionalista en la izquierda es observable en respuestas recabadas para Patriotas sociales. “La patria es que nuestros ciudadanos estén bien, en paz, conviviendo en paz, con servicios públicos, y que vivamos felices y con cohesión social”, dice un entrevistado. Otro: “Entonces, yo todo esto del nacionalismo, la patria y tal y todo eso, bueno, lo pongo siempre en suspenso. O sea, a mí la patria o la nación es aquella que me permite vivir, que me garantiza derechos, que me garantiza libertades. Esa es mi nación y esa es mi patria”. Lo dicho: no es un discurso que vaya a galvanizar a las masas, ni que una escuadra de soldados vaya a escuchar con el mentón alzado antes de pegar un sonoro golpe de talón.

Los anteriores son retazos de discursos blandos que entroncan con el concepto, popularizado por el filósofo Jürgen Habermas, de “patriotismo constitucional”. Así lo explica el sociólogo Imanol Zubero, profesor de la Universidad del País Vasco: “Este tipo de patriotismo genera una vinculación con la nación que no pasa por los elementos clásicos del nacionalismo, que generan exclusión y homogeneidad. Al contrario, apelan a una nación cívica que te constituye como ciudadano que goza de derechos y libertad”. Luego, reflexiona: “Es un intento interesante, pero el propio Habermas reconocía que el patriotismo constitucional ofrecía una vinculación fría con una nación o un Estado, que suelen reclamar emociones más cálidas”.

He ahí una clave: es más cálida una bandera que una enumeración de valores cívicos en estilo recitativo.

Tanto Navarro como el resto de investigadores consultados para este artículo coinciden en que los defensores de formas de patriotismo alternativo no han logrado popularizar un imaginario español progresista que rivalice con el evocado por los sectores conservadores, más cómodos con las connotaciones inherentes al himno, la bandera y el trono. ¿Por qué? Jordi Muñoz, profesor de Ciencia Política de la Universidad de Barcelona, responde: “La derecha nunca ha renunciado a su nacionalismo tradicional. Durante el franquismo la derecha monopolizó el patriotismo. Después se construyeron elementos de un nuevo patriotismo español, a partir de la mitificación de la transición y la Constitución del 78 y de una idea de unidad matizada para aceptar una cierta diversidad. Sin embargo, la derecha nunca renunció a su bagaje nacionalista tradicional”. Según Muñoz, los “conflictos nacionales” en Euskadi y Cataluña “seguramente han favorecido la persistencia de la respuesta nacionalista más explícita desde el centro”.

A juicio del autor de La construcción política de la identidad española: ¿del nacionalcatolicismo al patriotismo democrático? (CIS, 2012), los términos del debate nacional sitúan a la izquierda en una encrucijada endiablada. “Una idea verdaderamente progresista de España sólo puede ser plurinacional. Pero eso genera un rechazo muy fuerte en la derecha, y en una parte importante de la izquierda de tradición más jacobina. Esa contradicción es insuperable, creo”, afirma.

De Carrillo al PSOE y Podemos

El historiador Diego Díaz Alonso ha estudiado con lupa este singular fenómeno. Uno de los resultados de su trabajo es el ensayo Disputar las banderas. Los comunistas, España y las cuestiones nacionales (Trea, 2109), donde se detiene en algunas de las coyunturas en las que se ha ensayado un patriotismo español que rompiera el trinomio “Dios, Patria y Rey” o conectara con reivindicaciones de la izquierda. Díaz Alonso menciona la primera y la segunda repúblicas, el “discurso patriótico” y soberanista del PCE contra el Plan Marshall y la OTAN, la Política de Reconciliación Nacional inaugurada por los comunistas en los 50, el “patriotismo constitucional” carrillista tras tragar con la rojigualda y la Corona, el autonomismo de la Transición, el federalismo –siempre dubitativo y sin excesivo brío, pero visión de España alternativa al fin y al cabo– de las últimas décadas...

Su análisis alcanza hasta a Podemos, que “entonó un nuevo discurso nacional-popular, patriótico-progresista, poco elaborado en profundidad, pero con mordida en superficie”. “Así –escribe Díaz Alonso– se reivindicó la soberanía nacional secuestrada por instituciones internacionales que dictaban los estrechos márgenes de un presupuesto nacional [...]. Así se denunció a los defensores en España del patriotismo constitucional que cambiaron la Constitución de la noche a la mañana [...]. O así se criticó el patriotismo identitario de quienes, al tiempo que se envolvían en la bandera, se llevaban su dinero, y a veces también el dinero público, a paraísos fiscales”.

Fuego cruzado

En conversación con infoLibre, Díaz Alonso recalca también cómo desde el campo del PSOE José Luis Rodríguez Zapatero, con su “patriotismo constitucional”, o Pedro Sánchez, con su “España plurinacional”, han tratado en algún momento de configurar un imaginario nacional propio con ingredientes progresistas. ¿En vano? Díaz Alonso, que cree que el peso del ala del PSOE con una visión de España más similar a la del PP ha limitado el alcance de estas apuestas, apunta a dos grandes problemas. Uno, los símbolos. “La derecha los tiene muy claros, pero la izquierda tiene un problema con los símbolos, porque la bandera no se ha quitado sus connotaciones en 40 años”. Y dos, lo que el historiador llama el “fuego cruzado” en el que queda atrapada la izquierda, entre “los nacionalismos periféricos, que asocian España a todo lo retrógrado y reaccionario, llegando a la caricatura, y una derecha española con una visión excluyente de España”.

Ahí en medio, ilustra el autor de Disputar las banderas, se queda atrapada la izquierda, irritada entre los que dicen que es España no tiene arreglo y los que dicen que sólo ellos son los verdaderos españoles. “Una parte de las izquierdas han comprado el relato de los nacionalismos periféricos, y otra, especialmente una parte del PSOE, tienen una visión de España no muy distinta a la de la derecha”, señala.

Ventaja competitiva de la derecha

Uno de los entrevistados para Patriotas sociales aún dice: “Yo creo que hay mucha gente que si no fuera por la selección española de fútbol pues seguiría avergonzándose de la bandera española. Yo tenía once años cuando murió Franco, pero cuesta mucho trabajo olvidar que era la misma bandera y el mismo himno del dictador”. ¿Por qué el éxito de estos discursos en la izquierda, 45 años después de la muerte del dictador? No hay una sola respuesta. Ha sido un proceso. El nacionalismo español, avergonzado por su hegemonía en su versión nacionalcatólica durante casi 40 años, pasó una larga década latente, pero en los 90 fue saliendo del armario. “Los debates suscitados a partir de los gobiernos de Aznar (1996-2004) tuvieron un efecto divisor y volvieron a emerger diferencias significativas entre los ciudadanos de izquierdas y de derechas en sus niveles de orgullo español”, apunta Navarro. Las “guerras culturales” en campos como el laicismo y la memoria histórica fueron exacerbando la cuestión. Y por supuesto el estallido del procés, unido al avance de la polarización, ha estrechado los márgenes para discursos patrióticos más basados en la apelación cívica que en la exaltación nacionalista. El resultado es que, en 2020, sectores de izquierdas mantienen o han renovado su desconfianza hacia las manifestaciones de lo español.

¿Quién ha perdido con ello? A juicio de Navarro, la izquierda ha cedido a la derecha “una ventaja competitiva”. Los conservadores han aprovechado esta división para intentar patrimonializar la idea de España y sus símbolos. Un detalle significativo: este jueves el senador del PP por Ceuta David Muñoz recibió al vicepresidente segundo, Pablo Iglesias, con una bandera nacional, una reproducción de una corona y un retrato del rey. Los símbolos nacionales usados como atrezo de un recibimiento hostil a un miembro del Gobierno. Singularidades españolas. Íñigo Errejón suele contar que, en la calle, alguna vez lo han intentado provocar gritándole, simplemente, “viva España”.

“Nación por construir”

El “patriotismo social” de la izquierda no ha logrado poner sobre la mesa, a juicio de Navarro, una idea de país tan comprensible para las grandes masas como la del nacionalismo conservador, que agita la bandera española como si fuera su patrimonio exclusivo y repite la palabra fetiche: España. “Los conceptos a los que apela la izquierda están tan manoseados que muchos no los entienden: solidaridad, educación, sanidad... Todo el mundo dice defenderlos”. Mientras tanto, otros hablan de España, España y España. Y ahí hay un significativo porcentaje de la población que se siente incómoda.

“Quedan muchas cosas por superar para que todo el mundo se encuentre bien ahí. Todo el problema de las fosas comunes, o las relaciones con la Iglesia”, explica Navarro. A eso se suma la falta de sintonía con la bandera o con la institución de la monarquía. Es ahí donde, para salir del paso, entra en juego la estrategia de la “evitación”. Una “evitación” difícil en días como este lunes, Fiesta Nacional, cuando la bandera es peaje obligado.

El sociólogo Imanol Zubero cree que el obstáculo para el surgimiento de un patriotismo alternativo convincente y mayoritario no está en que la democracia española sea formalmente menos digna de respeto y adhesión que otra, sino en la historia de una “nación” que durante siglos se ha construido “contra la Ilustración, contra la ciencia, contra la pluralidad interna”. “España sigue siendo una nación por construir, esa mater dolorosa de la que habla José Álvarez Junco. Ha habido intentos de darle la vuelta con nuevos significados. Por ejemplo, el intento de IU con el federalismo, que el PSOE nunca se ha tomado en serio. O Podemos. Recuerdo una entrevista a Juan Carlos Monedero en la que reivindicaba la España de Buñuel, de Picasso... Tenía mucho sentido. Pero es muy difícil”, añade Zubero, que recuerda el déficit que supone que el actual Estado español carezca de épica fundacional antifascista.

El viento de la historia, además, sopla en contra del patriotismo cívico y social. En el mundo de hoy la nación cotiza al alza como reclamo popular, como prueban el éxito de fenómenos identitarios como Donald Trump ("America first") y el Brexit. Todo el debate nacional se ha cargado en España de palabras rotundas, sobre las que no caben medias tintas: bandera, identidad, patria, historia, traición... En España, el procés y la emergencia de Vox han sobrecargado de identidades el debate público.

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Lo que ha demostrado no ser un pegamento afectivo para un patriotismo cívico y social fuerte es la Constitución. Otra vez, como ocurre con los fenómenos complejos, los motivos son muchos. Para empezar, que es un campo arrasado por la polarización. Además, tras amagar con convertir el 6 de diciembre en la Fiesta Nacional, el PSOE inclinó la balanza hacia el 12 de Octubre, lo cual limitó el alcance del Día de la Constitución. Como atestiguan los debates en el Congreso en 1987, los socialistas tenían la esperanza de que la combinación del 6D y el 12O forjase una genealogía nacional mixta de compromiso cívico y orgullo histórico. Aquel empeñó no salió bien, a juicio de Díaz Alonso. “El patriotismo constitucional propugnado inicialmente por las fuerzas progresistas en la Transición como una posible alternativa cívica y democrática al nacionalismo español más esencialista y conservador ha terminado derivando con los años en una suerte de culto acrítico a la Constitución y un arma arrojadiza para cerrar cualquier debate político incómodo”, señala Díaz Alonso en un artículo en El Salto. A su juicio –compartido por los investigadores de la Olavide–, ha faltado una idea consensuada de patriotismo progresista. “No se han generado mecanismos de identificación alternativos”, explica Díaz Alonso, que inscribe en esta carencia los bandazos de las fuerzas progresistas, siempre dudando cuánto, cómo y cuándo usar los símbolos nacionales, con exhibiciones tan llamativas –y sin continuidad estética– como la gigantesca bandera del acto de Pedro Sánchez en 2015.

¿Qué queda? Fernando Flores, profesor de Derecho Constitucional, cree que, dejando a un lado el deporte, la vía posible para una cohesión profunda está en la cultura. “En la cultura España tiene muchísimo campo para cohesionar. En la educación, en la formación, en la estela de las misiones pedagógicas, que podrían ser un buen referente. O el teatro popular, que tenía una vocación muy patriótica en el mejor de los sentidos. Ahí hay ideas para pensar en una identificación”, señala Flores, que lamenta la “hipocresía” de España con la cultura, tan citada en los discursos como despreciada en las políticas reales, donde no tiene consideración de gran asunto de Estado. En las respuestas recabadas para Patriotas sociales sí aparece la cultura como foco emocional: “Mi familia es inmigrante, mi madre es cordobesa, mi padre de Almería, con lo cual mi identidad cultural tiene mucho que ver con España. Yo a Cervantes pues lo siento mío y a Machado. Por tanto, yo me siento… Hay una identidad cultural con España, ¿no?”.

Cervantes y Machado, precisamente, mueven a nuevas preguntas sobre una cuestion que es, como la propia idea España, fuente inagotable de controversia. ¿Qué opinaría el Manco de Lepanto de los fastos del Día de la Hispanidad? ¿Queda simbólicamente resuelta con la Fiesta Nacional la negra disyuntiva de las dos Españas de Machado? 

“¿España? ¡Puf…! ¡Qué pregunta más graciosa! A mí España no me gusta. O sea, a mí me gusta la gente de España”. La respuesta, que sintetiza ese afecto por la patria sin suplemento trascendental que abunda entre los españoles desconfiados del nacionalismo, está incluida entre bastantes más del mismo tenor en el artículo Patriotas sociales. La izquierda ante el nacionalismo español (Revista de Sociología, 2017), de Antonia María Ruiz, Luis Navarro y Elena Ferri. Los tres son investigadores de la Universidad Pablo de Olavide, donde se desarrolla un singular proyecto, Nacionalismo español: praxis y discursos desde la izquierda, trabajo apoyado por el Gobierno, la Junta de Andalucía y el CIS que pretende “rellenar una laguna” de conocimiento sobre los porqués de la tirante relación entre la izquierda y la idea de España y sobre las dificultades para la conformación de un patriotismo de acervo cívico que rivalice con el esencialismo nacionalista. A tenor de las conclusiones del proyecto, la extendida indiferencia entre las “gentes de izquierdas” –en expresión que utilizaba Gaspar Llamazares– hacia la liturgia y la simbología nacional imperante no implica, como a menudo se da por hecho desde la otra acera ideológica, una ausencia de patriotismo ni de vínculo afectivo con España. Eso sí, se trata de un patriotismo más difuso y difícil de transmitir a las masas, que hasta la fecha no ha logrado competir en el imaginario de lo español con el nacionalismo de bandera al viento.

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